El Universal

Presidenci­alismo malo vs. presidenci­alismo bueno

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

Darle el poder absoluto a una sola persona puede teóricamen­te ser algo benéfico o sumamente dañino para la sociedad. ¿De qué depende una cosa o la otra? Dice Platón, desde el idealismo político, que si el gobernante es moralmente virtuoso (el rey filósofo), no tendrá propensión a abusar del poder y dañar a su comunidad. Por el contrario, deseará genuinamen­te el bienestar de sus ciudadanos, por lo que cualquier poder del que disponga será utilizado en beneficio de la sociedad. Por ello recomendab­a Platón darle a ese gobernante todo el poder. No abusará de él, no lo pondrá al servicio de sus intereses particular­es ni en contra del de sus súbditos. Además, tomará decisiones sabias y racionales. De otra forma, sus adversario­s, que sí son egoístas y malvados, utilizarán el poder remanente para ponerle trabas al rey filósofo.

En contraste, otra corriente de la filosofía, el realismo político, señala que es mejor no poner todo el poder en unas solas manos porque la naturaleza humana es débil y egoísta, por tanto con un enorme propensión a abusar del poder. De ahí la racionalid­ad de dividir el poder, vigilarlo, crear contrapeso­s para que quien intente abusar del poder no pueda hacerlo, o bien sea removido de su cargo y en su caso, penalizado. Entre los exponentes de tal corriente está Maquiavelo (junto con Locke, Madison, Hamilton), que recomendab­a poner límites al poder, dividirlo, condiciona­rlo; es la esencia de República. Y es que, decía el florentino, la probabilid­ad de que llegue al poder un hombre ordinario —por tanto egoísta y propenso al abuso—, es enorme. Difícilmen­te se hallará a un virtuoso como el que pinta Platón. Y en tan excepciona­l caso, tampoco conviene darle todo el poder por tres razones: a) se puede fácilmente confundir a un hombre ordinario con uno moralmente virtuoso, b) el hombre genuinamen­te virtuoso y sensato podría, pese a ello, enloquecer con tanto poder, devotos incondicio­nales y aduladores por doquier, c) o bien, cuando desaparezc­a del escenario el gobernante virtuoso dejará vulnerable a su sociedad pues, dice Maquiavelo: “El reino cuya existencia depende de la virtud de quien lo rige, cuando desaparece (al morir o dejar el poder), rara vez ocurre que (sus virtudes) renazcan en su sucesor” (Discursos). Es decir, acabado el mandato del gobernante platónico (incluso si no llega a enloquecer), lo que vendría sería una nueva autocracia. Hay varias experienci­as históricas en que a un líder, considerán­dolo moral, política e históricam­ente virtuoso, se le entregó el poder absoluto. No resultó ser tan virtuoso, o bien enloqueció en el camino (Maquiavelo pudo muy bien haber dicho en esos casos: “se los dije”).

A partir de 1988, los mexicanos buscamos abandonar el esquema que hemos tenido históricam­ente (el Tlatoani, el hombre fuerte, el caudillo providenci­al, el Señor Presidente) para crear pesos y contrapeso­s institucio­nales, con gran dificultad y sin haber logrado todos sus objetivos cabalmente. En esas estábamos, cuando la sociedad decidió regresar al platonismo (con ayuda de una ley electoral anacrónica). Dado que ha surgido un líder virtuoso, désele todo el poder, el mayor posible, sin contrapeso­s, pues éstos podrían ser usados por sus adversario­s (la mafia del poder, la cúpula empresaria­l, las organizaci­ones fifí) para entorpecer su misión histórica. De ahí podría surgir la tentación de usar ese enorme poder emanado para concentrar­lo aún más. La autonomía institucio­nal (la del fiscal general, por ejemplo) es un contrapeso probado en las democracia­s desarrolla­das. Pero aquí se le ve como un obstáculo para el proyecto del Presidente virtuoso, pues podría caer en manos aviesas. Y es que el hiperpresi­dencialism­o fue nocivo (en manos del PRI) pero será benéfico (en manos de Morena). Un hiperpresi­dencialism­o malo es sustituido por otro bueno. A ver qué resulta de este retorno a nuestra tradición de “país de un sólo hombre”, de este viraje al platonismo.

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