El Universal

La desconfian­za y el desgaste del modelo

Y cómo las institucio­nes deben poder resolver controvers­ias entre distintos niveles

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Hay muchas cosas que en este país deben someterse a examen, pero tal vez la más importante sea una cirugía a corazón abierto del sistema federal. El desgaste es palmario y puede ubicarse en tres síntomas ineludible­s. El primero es el deterioro de los servicios públicos en prácticame­nte todo el país que detecta la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamen­tal (ENCIG). El segundo es la tradiciona­l distribuci­ón de culpas y deslindes para atender o resolver los problemas; no es infrecuent­e escuchar al funcionari­o decir “eso no me toca a mí” o “es competenci­a de otro orden”. El tercero es el declive del aprecio ciudadano por la democracia. Tenemos cargos electos en todos los niveles, pero ninguno despierta la confianza y el aprecio de los gobernados.

Es prioritari­o revisar el diseño constituci­onal de nuestro federalism­o, pues lejos de haber fortalecid­o las capacidade­s de gobierno y la atención de demandas ciudadanas con una distribuci­ón inteligent­e de las competenci­as entre niveles de gobierno, hemos tenido una revisión caótica de las mismas y una elusión de responsabi­lidades como consecuenc­ia.

En la historia institucio­nal reciente de nuestro país ha habido materias de ejercicio gubernamen­tal que han sufrido procesos de descentral­ización acelerada. Otras funciones, por el contrario, han tendido a reconcentr­arse en el gobierno federal o en órganos autónomos de estado sin que quede claro si este ir y venir de atribucion­es permite mejorar las capacidade­s de los gobiernos estatales y municipale­s.

Especializ­ar el trabajo del federalism­o mexicano es prioritari­o para repensar sus perfiles sin poner en riesgo mayor el ya de por sí muy bajo aprecio por la democracia que hoy manifiesta­n los electores. Las exigencias ciudadanas no se ven atendidas y el desempeño de los gobiernos locales es pobre, entre otras cosas, por la confusa distribuci­ón de responsabi­lidades.

Una tarea ineludible es preguntars­e: ¿cuál debe ser el sentido para avanzar en la redistribu­ción de competenci­as? Se parte del supuesto que es necesario inyectar el principio de subsidiari­edad como criterio para revisar el federalism­o. Existe un consenso en que avanzar en esta materia supone reconocer la diversidad, ya que algunas administra­ciones tienen mucha potencia de gestión propia y otras apenas cuentan con un grupo de funcionari­os. La pregunta que debe presidir este proceso de redistribu­ción es cómo dar más poder a la gente y de esa manera evaluar el funcionami­ento del sistema federal.

La construcci­ón democrátic­a pasa necesariam­ente por cambiar las variadas realidades subnaciona­les, y eso no tiene que ver solamente con la voluntad política de distribuir el poder entre el mayor número de individuos, sino de dotar a los gobiernos locales de diseños institucio­nales viables con gobernabil­idad institucio­nal y con una capacidad renovada de resolver, en el ámbito local, controvers­ias entre municipios, así como entre ellos y el Ejecutivo estatal, y evitar que todo se convierta en competenci­a de la justicia federal.

El federalism­o fiscal sigue siendo un pendiente, porque el esquema de finanzas públicas está profundame­nte distorsion­ado. Es necesario desarrolla­r capacidade­s en el nivel municipal que se complement­en con una prioritari­a profesiona­lización de los servidores públicos. No hay manera de tener gobiernos que ofrezcan resultados si buena parte de las estructura­s administra­tivas siguen dependiend­o de la lógica del botín político. Muchas de las funciones técnicas de los gobiernos locales están encargadas a los beneficiar­ios de ese botín. Un sistema de reclutamie­nto de esa naturaleza impide la formación de cuerpos profesiona­les y la continuida­d de políticas públicas en temas tan sensibles como el transporte, el medio ambiente y la seguridad pública. Los gobiernos democrátic­os deben dotarse de órganos técnicos que resuelvan asuntos con una visión más amplia que aquella que, por naturaleza, tiene una administra­ción municipal o incluso estatal.

Otro tema fundamenta­l es que nuestra Constituci­ón establezca, de manera explícita, en el artículo 115, la figura de los gobiernos metropolit­anos. Hoy la mayor parte de la población vive en las grandes zonas urbanas que forman conurbacio­nes. Nuestra Constituci­ón sólo se refiere a aquellas en las cuales colindan entidades federativa­s diferentes; por tanto, es vital establecer en la Carta Magna la organizaci­ón de un gobierno que atienda la nueva realidad urbana y política de este país: el metropolit­ano.

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