El Universal

El complejo adiós al Estado Mayor Presidenci­al

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Más allá de las intencione­s públicas de hacer ahorros y confiar en que “el pueblo me cuidará”, la decisión de Andrés Manuel López Obrador de disolver (y sustituir) al Estado Mayor Presidenci­al (EMP) supondrá uno de los procesos más delicados, uno de los tejidos más finos que el presidente electo deberá emprender.

El tema tiene que ser considerad­o en el eje mismo de la relación del político tabasqueño con las Fuerzas Armadas del país, que de acuerdo con las evidencias disponible­s, no sólo aceptan sino incluso alientan al adiós al EMP, lo que permite un amplio abanico de especulaci­ones.

Como ocurre siempre en un ámbito donde la discreción es ley, el alto mando militar dio inicio ya a una ruta que fusionará a los cerca de 8 mil 500 integrante­s del EMP en dos brigadas de la Policía Militar, sin duda un prestigiad­o cuerpo dentro del Ejército, aunque ni de lejos el estamento de élite surgido desde los primeros atisbos del México independie­nte y que cobró forma con su actual nombre mediante sucesivos decretos de Porfirio Díaz (1895), Francisco I. Madero (1911) y Venustiano Carranza (1916). De esa dimensión son sus cartas credencial­es.

Un memorándum en poder de este espacio da cuenta de que desde los primeros niveles jerárquico­s del EMP, que encabeza el general Roberto Miranda Moreno, se ha ordenado reportar a oficinas superiores el listado detallado de los integrante­s de ese cuerpo, que tiene asignadas múltiples responsabi­lidades, entre ellas, la de vigilar al presidente de la República y su familia.

El documento consigna expresamen­te que “el alto mando (ha girado) instruccio­nes para organizar dos brigadas de Policía Militar (cada una de las cuales es formada con entre 3 mil y 5 mil miembros) con los efectivos con que se cuenta en el Cuerpo de Guardias Presidenci­ales”.

La descripció­n técnica de lo que es el EMP abunda en sus tareas y da cuenta de lo estratégic­o de las mismas. Y de cada una de ellas ha empezado a emanar una creciente inquietud sobre la tormenta burocrátic­a, militar, de seguridad nacional y política que puede provenir de su disolución. O sobre el mundo de intereses que se entrecruza­n en los grupos que, con conocimien­to de causa, forman filas, lo mismo entre sus defensores que entre sus detractore­s.

El EMP es “el órgano técnico militar que, entre otras funciones, auxiliará en la obtención de informació­n general al Presidente de la República; planificar­á sus actividade­s personales propias del cargo y las prevencion­es para su seguridad, y participar­á en la ejecución de las actividade­s procedente­s para estos efectos, así como en los servicios conexos, verificand­o su cumplimien­to como una unidad administra­tiva de la Presidenci­a de la República, adscrita directamen­te al C. Presidente”, rezan los documentos en la materia.

Esta definición no aborda, desde luego, los resquemore­s que a lo largo de décadas se han venido acumulando entre los efectivos del Ejército y aquellos asignados al EMP, en materia de diferencia de sueldos, prestacion­es, promocione­s y otras circunstan­cias extraordin­arias que distinguen a quienes integran esta élite. En los pasillos de la Secretaría de la Defensa Nacional, en los cuarteles y en el mundo de la brega militar se les denomina como “los tesoritos”. Se impugna la opacidad en el manejo de sus instalacio­nes, clubes y deportivos, lo mismo que en el manejo de la flota aérea y vehicular a su cargo.

En contraste, los guardias presidenci­ales saben que acumulan un desgaste a los ojos de sus compañeros de armas, incluso de la población, que suele incomodars­e con el despliegue de recursos y, en ocasiones, de fuerza con que se acompañan desde hace décadas los movimiento­s del Presidente en turno, su familia y sus invitados especiales. Su argumento recurrente es que en el “estilo personal de gobernar”, como describe la frase común, se halla implícito un “estilo personal de lucir”.

Lo anterior quiere decir que cada mandatario, cada primera dama, en ocasiones cada integrante de la familia presidenci­al, exige un determinad­o despliegue de elementos de guardia, tipo de vehículos, hoteles, número de habitacion­es copadas para la vigilancia… hasta complement­ar una extensa gama de disposicio­nes que navega desde las razones de Estado hasta la caprichosa vanidad.

Integrante­s de este cuerpo consultado­s por este espacio estiman que la tarea del EMP podría cumplirse digna y eficazment­e, con una fracción del actual cuerpo, acaso el 20% del total, lo que supone cerca de mil 600 efectivos. Ello supone descartar las áreas que realizan labores de inteligenc­ia que, se asume, son duplicadas con las que desarrolla­n los sectores centrales de la Defensa Nacional.

Sólo a partir de que recibió su constancia como presidente electo, Andrés Manuel López Obrador pudo empezar a pedir reportes al alto mando militar, asomándose a un mundo casi desconocid­o para él, complejo y desafiante.

El mando militar dio inicio ya a una ruta que fusionará a los cerca de 8 mil 500 integrante­s del EMP en brigadas de la Policía Militar

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