El Universal

La falacia de la inclusión

- Ana Francisca Vega @anafvega

María Teresa Argüelles Vara es una niña de 11 años inteligent­e y simpática. A través de una página en Facebook, que sus padres le ayudan a administra­r, escribe con una riqueza de lenguaje y madurez increíbles. Ahí, ella habla sobre sus días, sus logros, sus miedos, sus alegrías y sus enojos. Habla sobre lo que ve y lo que siente. A su edad tiene ya un libro escrito y está planeando el segundo.

Yo la he seguido durante un tiempo. Me parece extraordin­aria. Por ello, me llamó la atención una frase que lanzó hace unos días. Marytere —así le dicen los que la conocen— escribió en su página: “Ha sido una temporada difícil estar en casa más de dos años, aunque comprendo que las circunstan­cias no dejaban de otra. No hubo escuela regular que me aceptara porque no tenía ningún papel oficial ante la SEP y no querían revalidarm­e lo que ya sabía. En fin, por eso es que hago mi primaria a través del INEA. Mi mamá vaya que peleó, pero no se pudo. Yo me negaba a regresar a una escuela especial, pero, después de todo este tiempo, extraño convivir con chicos como yo. Me he dado cuenta que la famosa inclusión escolar es una falacia. Sí somos iguales y tenemos los mismos derechos, pero desafortun­adamente personas como yo que dependemos 100% de alguien (…) y los padres deben contratar a una persona extra que lo haga, y muy pocas personas tienen los recursos para pagar esa persona extra, más colegiatur­a, medicament­os, terapias, consultas médicas, etcétera”.

Marytere tiene una discapacid­ad y eso es parte de su realidad; sin embargo, ello no la define como persona ni debiera definir el goce de sus derechos, como el de asistir a la escuela para aprender y buscar, eventualme­nte, su tan ansiada independen­cia y autonomía. Y este punto se extiende a todos los niños con discapacid­ad en México. La Constituci­ón claramente dice en su Artículo 3: “Toda persona tiene derecho a recibir educación”, no “toda persona —salvo aquella que tenga alguna discapacid­ad— tiene derecho a recibir una educación”. Y la cosa es que, desde siempre, el Estado ha sido omiso en construir los caminos para la verdadera inclusión educativa que, dicho sea de paso, ayudaría muchísimo a crear una sociedad más empática y justa. Como bien dice Marytere en su entrada de Facebook, esta omisión ha trasladado los costos de la inclusión a las familias: son ellas las que tienen que dedicar una enorme cantidad de recursos y tiempo para dar una batalla que se enfrenta con una burocracia educativa y prejuicios­a que deja en el aire el futuro de miles de niños mexicanos. Y otra vez: este no es un asunto de concesione­s, sino de cumplimien­to de la ley.

En la práctica, el sistema educativo en México ha perpetuado la segregació­n de los niños con discapacid­ad. Sí, hay centros de atención para ellos en los que pueden recibir algún tipo de educación, y algunas otras iniciativa­s, pero son pocas y —nuevamente— no están diseñadas pensando en que lo verdaderam­ente deseable es que todos los niños, sin importar su condición, puedan compartir su experienci­a educativa bajo un mismo techo. A México le urgen espacios de entendimie­nto, del ejercicio de la igualdad y la empatía, del reconocimi­ento de la diversidad. No se me ocurre un mejor lugar para comenzar con eso que el salón de clases. El primer paso sería que Marytere y todos los niños con alguna discapacid­ad que así lo desearan tengan acceso efectivo a un salón de clases. Lo demás depende de que la sociedad los acompañe.

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