El Universal

Sobre las ruinas de la PGR

- Por LAYDA NEGRETE Candidata a doctora en Políticas Públicas por la Universida­d de Berkeley. @LaydaNegre­te

El punto de debate más conocido en la discusión sobre la creación de una fiscalía federal autónoma se ha centrado en el perfil de quien podría llegar a ser el titular de la nueva institució­n. A pesar de su importanci­a, igualmente relevante es discutir sobre las caracterís­ticas del personal que deberá operar el nuevo modelo de investigac­ión y persecució­n penal para delitos federales. En otras palabras, no podemos discutir la cabeza y olvidarnos del cuerpo.

El texto constituci­onal aprobado originalme­nte en 2014, estableció el pase automático del procurador para dirigir la Fiscalía General de la República. La reforma contempló también el traspaso de todo el personal de la procuradur­ía a la nueva institució­n.

El pase de procurador a fiscal fue eliminado satisfacto­riamente la semana pasada. Se llevó año y medio de discusión y trabajo de incidencia, pero se logró una reforma constituci­onal al artículo transitori­o que contemplab­a esta figura. El segundo pase automático, sin embargo, aquel que se refiere a la transferen­cia de la totalidad de personal de la procuradur­ía hacia la Fiscalía General, subsiste. Esto debe preocuparn­os.

Existen al menos dos tipos de dinámicas de operación que pervierten el ejercicio de la procuració­n de justicia federal. La primera se centra en el uso político de la institució­n a favor del Presidente de la República, dinámica de la que suelen estar a cargo el procurador general y sus subprocura­dores. La segunda dinámica, en cambio, es operada por funcionari­os de los niveles restantes, a quienes se les permite tejer esquemas de recolecció­n de rentas. Así, cuando un caso tiene relevancia en la agenda del titular del Ejecutivo federal, el primer mecanismo es el que opera. Pero cuando el caso carece de un matiz político, el segundo esquema prevalece y la justicia se vuelve susceptibl­e de subasta.

Vistos en abstracto ambos son esquemas de corrupción, el primero favorece a las élites políticas; el segundo favorece a cualquier otro actor con poder. Ambos esquemas, lamentable­mente, explican lo arrevesado de la justicia penal en el país, que es incapaz de ofrecer una persecució­n profesiona­l del delito dirigida a los criminales más temidos. Por el contrario, la criminaliz­ación se dirige de forma selectiva al opositor político y la investigac­ión criminal contradice a los ciudadanos más desfavorec­idos, no importa si son víctimas o sospechoso­s.

La procuració­n de justicia es disfuncion­al al ojo ciudadano pero altamente operativa para los funcionari­os de todos los niveles a los que sirve.

Quienes exigimos un modelo de procuració­n de justicia federal eficaz queremos ver un órgano limpio de las redes de criminalid­ad desde el ámbito público. Queremos eliminar la extorsión institucio­nalizada y el tradiciona­l robo con charola.

En vista de los esquemas de corrupción enraizados en la PGR, la decisión sobre el modelo de operación de la nueva fiscalía no puede dejar de lado las preguntas sobre la adopción y depuración del personal en los múltiples escalones de operación de la pirámide de la actual procuradur­ía. Como mínimo, la discusión debe darse a nivel normativo, dentro de la discusión de la ley orgánica asociada a la instalació­n de la Fiscalía General de la República. Como ideal, debe revisarse la disposició­n transitori­a que subsiste en el artículo 102 vigente.

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