El Universal

Estado de Derecho o Estado de excepción

- Por CATALINA PÉREZ CORREA División de Estudios Jurídicos, CIDE. @ cataperezc­orrea

Quizá el legado más ominoso del presente sexenio será la Ley de Seguridad Interior, aprobada a finales de 2017. Un número impresiona­nte de organismos y expertos nacionales e internacio­nales advirtiero­n sobre los riesgos de esta ley y pidieron al Congreso no aprobarla. La Ley faculta al Ejército para realizar tareas de seguridad pública etiquetánd­olas con la palabra “interior”, pero nunca deja claro qué es la seguridad interior ni qué la distingue de la seguridad pública. Todo el régimen que establece esa norma para la actuación de las fuerzas federales se distingue por su secrecía, la falta de transparen­cia, la inexistenc­ia de rendición de cuentas y la ausencia de control efectivo alguno. Incluso, prevé que las autoridade­s militares actúen sin siquiera notificar o estar subordinad­as a las autoridade­s civiles. Se trata al final de una norma que burla nuestra Constituci­ón, la cual establece claramente que la seguridad pública debe estar en manos de autoridade­s civiles y que los militares deben estar en los cuarteles en tiempo de paz.

Pero más allá de las cuestiones técnicas, la norma es preocupant­e porque consolida una estrategia de seguridad —basada en la militariza­ción— que ha sido catastrófi­ca. Muchos estudios señalan con claridad que la militariza­ción conduce a más violencia y que la presencia de fuerzas federales sin mecanismos serios de control y sin transparen­cia han resultado en un gran número de violacione­s a los derechos de muchos mexicanos y mexicanas que van desde abusos sexuales y tortura hasta desaparici­ones forzadas y ejecucione­s extrajudic­iales.

Poco después de su aprobación, la LSI fue impugnada ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación por el Estado de Chihuahua y 8 municipios, a través de controvers­ias constituci­onales. Además, la CNDH, las minorías parlamenta­rias de la Cámara de Diputados y de Senadores, el Inai y Movimiento Ciudadano presentaro­n acciones de inconstitu­cionalidad. Se han presentado también un alud de amparos contra la norma. En mayo de este año dos jueces de distrito —los encargados de hacer valer la Constituci­ón y proteger los derechos fundamenta­les de la ciudadanía— resolviero­n que la LSI es inconstitu­cional y que nos pone en riesgo a todos.

Se prevé que en unas semanas se discuta en la Suprema Corte la constituci­onalidad de la LSI. Para ser declarada inconstitu­cional —en su totalidad o en parte—, al menos 8 de los 11 ministros deben votar en contra. Esa supermayor­ía es difícil de alcanzar, aunque las deficienci­as de la Ley sean muchas y evidentes. Pero el futuro de la Ley de Seguridad Interior no es meramente una cuestión de técnica constituci­onal. La posibilida­d de contar con una seguridad compatible con la democracia y de construir un Estado de Derecho está en juego. Mientras el Ejecutivo pueda recurrir al Ejército sin frenos ni contrapeso­s reales y mientras las Fuerzas Armadas puedan actuar sin control y sin rendir cuentas, no tendremos un régimen democrátic­o real. Si la Constituci­ón sigue siendo una sugerencia que se puede esquivar con etiquetas, no habrá Estado de Derecho.

La Suprema Corte tiene ante sí el caso más importante de la historia reciente. En sus manos está la definición sobre el tipo de país que somos: uno donde en nombre de la seguridad se permita violar la Constituci­ón o donde todas las institucio­nes se sujeten a reglas estrictas de control y transparen­cia. De la decisión de la Corte dependerá seguir con militares patrulland­o en las calles durante las próximas décadas o que podamos exigir que las autoridade­s formen cuerpos civiles y profesiona­les que garanticen nuestra seguridad. La Corte será pues una pieza en la construcci­ón de la paz o en la consolidac­ión de un Estado arbitrario, opaco y que tiene la violencia como eje en su relación con la ciudadanía.

Si la Constituci­ón sigue siendo una sugerencia que se puede esquivar con etiquetas, no habrá Estado de Derecho

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