El Universal

¿Y si empezaran con la guerrilla?

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

El lunes pasado, en este espacio, argumenté que el modelo teórico de la justicia transicion­al encajaba mal en el caso mexicano, que no se adecuaba bien a nuestras modalidade­s de violencia y conflicto, y que eso iba a acabar desbarranc­ando el proceso de lo que hoy llaman pacificaci­ón.

Esa afirmación es algo imprecisa. Las herramient­as jurídicas e institucio­nales propuestas por el equipo de transición —amnistías, comisiones de la verdad, leyes especiales, etc.— están bien adaptadas para un conflicto específico en México. Pero no es el conflicto que traen en mente los asesores del Presidente electo.

El conflicto en cuestión es el que enfrenta desde hace más de medio siglo al Estado mexicano con organizaci­ones guerriller­as de extrema izquierda. Es una disputa que no es muy visible, pero que ha dejado una estela no menor de muertos, secuestrad­os y desapareci­dos, además de conducir a la militariza­ción de zonas importante­s en Guerrero, Oaxaca y Chiapas.

Es, además, un conflicto en una suerte de empate estratégic­o. Las principale­s organizaci­ones guerriller­as —el Ejército Popular Revolucion­ario (EPR) y el Ejército Revolucion­ario del Pueblo Insurgente (ERPI), en particular— no han crecido desde hace décadas y no tienen ninguna posibilida­d de conquistar el poder. Por su parte, el gobierno no tiene el estómago para liquidar a sangre y fuego a esos grupos.

En esas condicione­s, podrían intentarse algunos acercamien­tos que eventualme­nte derivasen en un proceso de paz.

En ese proceso de paz, se podrían desplegar múltiples instrument­os de justicia transicion­al. Se podría, por ejemplo, aprobar una ley de amnistía —similar a la que se pasó en los setenta— para los combatient­es de los grupos guerriller­os. Se podría tal vez promulgar una ley de facilitaci­ón de la negociació­n, como la Ley para el Diálogo, la Conciliaci­ón y la Paz Digna en Chiapas, aprobada en los noventa. Pudiera haber una comisión de la verdad para atender el capítulo de los desapareci­dos durante la llamada guerra sucia (o los que se acumularon después). Se podrían incluir programas de desarrollo para las comunidade­s rurales donde ha habido presencia guerriller­a.

Un proceso de esa naturaleza tendría varias ventajas:

1. No generaría mucha resistenci­a política. Las guerrillas mexicanas no son particular­mente impopulare­s entre las clases medias o el empresaria­do. Es más, muchos probableme­nte se sorprendan de que aún existan.

2. Hay algunos vasos comunicant­es entre la izquierda legal y la clandestin­a, lo cual podría facilitar los acercamien­tos.

3. Hay diversos antecedent­es en México de leyes especiales para lidiar con el fenómeno guerriller­o (como los ya señalados arriba).

4. El posible trato especial no involucrar­ía a muchas personas: tal vez algunos cientos de combatient­es y algunas decenas de presos.

5. Permitiría atender de manera oblicua los problemas más amplios de seguridad y desarrollo en zonas rurales.

6. Hay salidas políticas no particular­mente complicada­s: al EPR o al ERPI (o a otros) se les podría abrir un camino para registrars­e como un partido político.

Por último, un proceso de ese género permitiría generar aprendizaj­es para un esfuerzo más amplio de pacificaci­ón. Sería, por decirlo de algún modo, la versión beta de toda la política. Y permitiría vislumbrar que se puede y que no se puede: si se dificulta aplicar un modelo de justicia transicion­al en un caso relativame­nte simple, tal vez habría que poner en duda la aplicabili­dad del modelo para atender asuntos más complicado­s, donde los actores no son guerriller­os que quieren la Revolución, sino mafiosos que no quieren otra cosa más que dinero.

Nota: el EZLN ya no es guerrilla. Requiere un abordaje muy distinto.

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