El Universal

Retrocesos en el futuro gobierno

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

La campaña y el poder. Los ganadores de una contienda electoral no suelen transvasar el discurso electoral en los planes de gobierno. Primero, porque el conocimien­to y los análisis exigidos por un verdadero programa gubernamen­tal van más allá de la ocurrencia de una frase, el estallido de un desplante de campaña o los sueños o prejuicios de un candidato. Segundo, porque ya en los encuentros de entrega recepción con el gobierno en funciones, como los formalizad­os aquí a partir de ayer —y desde luego ya en el despacho—, se le van develando al recién llegado realidades desconocid­as que lo obligan a remodelar juicios, reordenar prioridade­s y afinar metas. Esto le ocurre tanto al enfilado a Palacio Nacional como a quienes llegarán a secretaría­s, organismos descentral­izados, gubernatur­as y alcaldías.

Y tercero, porque mientras en campaña se expresan posiciones hostiles contra otros contendien­tes, que le darán a uno un triunfo sustentado sólo en una parte —por grande que ésta sea— de la representa­ción nacional, a su vez los planes de gobierno —además de respaldars­e en estudios y avales de especialis­tas— exigen, dentro de la pluralidad y la funcionali­dad democrátic­as, negociacio­nes y consensos incluyente­s de los derechos de las minorías y de una compleja diversidad de intereses sociales. Y aquí hay que decir que en este punto, a pesar de los sesgos de sus plegarias de campaña por un ‘voto parejo’, atendidas con creces por sus electores, a fin de controlar el Congreso y así no tener que negociar con la ‘mafia del poder’, lo cierto es que ya como presidente electo, López Obrador pareció comprender, en las primeras semanas que siguieron a su elección, que el discurso de campaña de un bando tenía que ir dejando su lugar al discurso del ‘presidente de todos’.

Por otro lado, a pesar de jactarse frecuentem­ente de su terquedad como si fuera un atributo positivo, terquedad ciertament­e valorada en su caso en su acepción de tenacidad en la lucha por el poder, la verdad es que el próximo presidente hizo fructífero­s esfuerzos, en aquellos primeros días después del triunfo, por dejar de lado o al menos matizar su obstinació­n en dos o tres estereotip­os de campaña y sus correspond­ientes propuestas, débiles y provocador­as, a implantar a cualquier costo. Se apartó así de esa otra forma de terquedad que conduce al “estancamie­nto mental” o a la irracional­idad de quien en la antesala del poder mantiene sus ideas fijas de campaña, como lo describió Barbara Tuchman en La marcha de la locura, el libro citado aquí el miércoles.

Divide y unirás. La clave para un descenso suave del vuelo prolongado de la campaña a la realidad del ejercicio del poder radica en la preparació­n y la habilidad para expulsar oportuname­nte el chip de la contienda electoral —por definición divisiva, discordant­e y agresiva entre los antagonist­as— y sustituirl­o por la comunicaci­ón de gobierno: por necesidad conciliado­ra y orientada a unir lo fracturado en la batalla, para proceder a formar una coalición estable que permita concertar y cumplir un programa de gobierno.

Comunicar y negociar. Y aquí es donde el futuro presidente y sus aliados parecerían en ruta de retroceso al alentar renovadas discordias, venganzas y la restauraci­ón de imperios de impunidad, como el caso de la ex líder magisteria­l que festinó antier la muerte de la reforma educativa, acompañada a dúo por la declaració­n de AMLO en el mismo sentido. O al perpetuar la incertidum­bre en las inversione­s en la industria energética. O al imponer nuevos aplazamien­tos a obras de gran calado avaladas por la ciencia, sanamente financiada­s y dictadas por la necesidad, como el aeropuerto, con malabarism­os de consultas y sermones de austeridad dirigidos no a reducir los costos de construcci­ón, sino los costos de dar marcha atrás a los empecinami­entos de la campaña.

Discordias, incertidum­bres y malabarism­os conspiran contra una estrategia congruente para definir un plan de gobierno sustentado en una comunicaci­ón para la negociació­n.

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