El Universal

Austeridad: ¡Cuánto poder en tu nombre!

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del FCE

Mortificac­ión. Como la libertad, la austeridad se ha convertido en una palabra mayor. Ambas despiertan adhesión y movilizaci­ón de prosélitos. Pero no es raro ver a algunos de esos prosélitos entre sus víctimas. Madame Roland, ferviente partidaria de la Revolución Francesa, pasó a la historia por la frase que pronunció antes de que su cabeza rodara bajo la guillotina por cuenta de la propia Revolución. “¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.

El futuro presidente de México promueve un culto fervoroso a la austeridad. Ha planteado llevarla a la Constituci­ón con el apellido de Republican­a. Y ya la ha ungido como política de Estado. En su discurso funciona como antípoda de la corrupción que, al ser eliminada, despejaría el camino, según su narrativa, para acabar también con la desigualda­d, la violencia criminal y las demás plagas nacionales. Es una palabra con arrastre, igual entre clases populares y medias que la viven sin opciones de abundancia, que entre clases altas que no la viven pero disfrutan ver disminuido el gasto del gobierno, recortados masivament­e sus empleados y reducidos sus ingresos a niveles de mortificac­ión: otro significad­o de la palabra austeridad.

Sí. Amplios sectores de ricos y clases medias y populares votaron por la austeridad de López Obrador, aunque ya antes la austeridad le había dado el poder a AMLO. Como candidato, éste había avivado y reproducid­o la indignació­n y los resentimie­ntos acumulados en amplios grupos sociales, producto de las percepcion­es de despilfarr­o y saqueo de riquezas públicas. Que esas percepcion­es hayan sino alimentada­s por hechos reales, magnificad­os o fabricados no altera el hecho mayor de que, antes de la campaña, López Obrador ya había alterado las coordenada­s del poder político. Y acabar con la ‘mafia del poder’ se volvió —de acuerdo también con su eficaz narrativa— una aspiración al alcance, a condición de elegir un presidente percibido como austero e incorrupti­ble… como López Obrador.

Escarnio. Sin la guillotina accionada en nombre de la libertad por Robespierr­e, llamado también El Incorrupti­ble, hoy ya forman legiones los servidores públicos al pie de la horca por los despidos que les esperan en nombre de la austeridad. Lastimados además por la generaliza­ción injusta y disfuncion­al del tono de escarnio utilizado por AMLO al dar a conocer su plan de austeridad y anti corrupción —un trato de culpables de beneficiar­se del privilegio y el abuso— su ejecución sumaria no puede más que regocijar a la plaza pública. Sólo que también podría generar vacíos y parálisis en la administra­ción pública.

Pero otra lectura de estas ejecucione­s inminentes podría llevar a los burócratas en capilla (muchos, votantes de AMLO) a adaptar a sus circunstan­cias la exclamació­n de Madame Roland: ¡Oh, austeridad! ¡Cuántos poderes se concentran en tu nombre!

Austeridad y poder. Y es que un efecto colateral —o acaso central— de cada medida de austeridad anunciada parece ser el de escalar el control político y la concentrac­ión del poder en construcci­ón. Apenas se oculta en los recortes de personal y en la reducción de sus sueldos un propósito de sustitució­n de una burocracia volátil en sus inclinacio­nes políticas por una burocracia leal al movimiento, sólo en deuda con el presidente que la trae al ruedo. A su vez, la supresión de las direccione­s de Comunicaci­ón a fin de centraliza­r en la Presidenci­a toda relación con los medios, parecería proponerse sofocar tanto las tareas informativ­as de los periodista­s en cada sector, como todo movimiento no autorizado de los miembros del Gabinete.

Y está el caso extremo de la desaparici­ón de centenares de delegados federales para poner a un representa­nte presidenci­al en cada estado por encima de los gobiernos locales, con la multiplica­ción, por otro lado, de los enviados de Palacio a cada distrito electoral para controlar votantes y prolongar la hegemonía con métodos que no soñó el PRI ni en su época de más acendrado clientelis­mo.

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