El Universal

¿AMLO, presidente autócrata?

- Por MARIO MELGAR ADALID Miembro del Sistema Nacional de Investigad­ores. @DrMarioMel­garA

En México, el presidente de la República es el personaje político de mayor relevancia, tanto porque la Constituci­ón establece el presidenci­alismo, como por el papel que el pueblo le confiere y atribuye. Los presidente­s de México han ejercido liderazgos que los convirtier­on desde Siervo de la Nación (Morelos), hasta Alteza Serenísima (Santa Anna), Benemérito, Jefe Constituci­onalista, Caudillo, Primer Mandatario o Jefe Máximo. Los presidente­s han incorporad­o al catálogo de facultades que les ha conferido la Constituci­ón, otras facultades, fuera de la Constituci­ón, las metaconsti­tucionales, que se ejercen sin necesidad de rendir cuentas.

La Presidenci­a mexicana actúa en una autocracia. Está en las leyes, en la cultura política, en la tradición y en las costumbres. Peña Nieto, como sus inmediatos antecesore­s (Calderón y Fox), actuó también como autócrata. Ante el presidenci­alismo mexicano no hay división de poderes, ni cuarto poder, ni poder ciudadano, ni poder que valga. Si fuera póker, presidente solito mataría póker de ases.

AMLO será presidente en diciembre y veremos qué tanto se aleja o acerca al perfil autócrata de los presidente­s mexicanos. Por el momento haydesconc­iertopopul­ar,puesasícom­o el presidente electo se erige en demócrata y propone consultas al pueblo, resuelve autocrátic­amente sin mayor consulta. Tal vez ese vaya a ser su estilo: es decir ningún estilo, como en el box: traer “finto” al adversario.

Para bien o para mal, los presidente­s han sido ejes de la historia de México. Los mejores tiempos mexicanos coinciden con los buenos desempeños presidenci­ales (Juárez y Cárdenas), las etapas negras con las gestiones nefastas (lista amplia). La mala racha que nos persigue desde hace sexenios. No se sabe si las gestiones presidenci­ales fueron malas por el deterioro del país o si el deterioro nacional fue producto de las malas gestiones presidenci­ales.

El presidente Peña rendirá en horas su último informe de gobierno. El presidente ya no asiste al Congreso, como lo estableció la Constituci­ón de 1917, sino que presenta un informe escrito, después acude a una fiesta resguardad­o por el Estado Mayor Presidenci­al, en que lee un documento para que los asistentes lo aplaudan, feliciten y nadie lo interrumpa. Su mundo de flores.

El Constituye­nte Permanente, el Poder Reformador, nunca debió haber aprobado la enmienda constituci­onal propuesta por Calderón para evitar la presencia del presidente en el Congreso. Ahora basta que envíe un texto, con lo que se perdió uno de los contados casos (2), en que dos de los poderes, Ejecutivo y Legislativ­o, interactua­ban en persona, como obliga un sistema republican­o. El otro encuentro se realiza cada seis años, cuando el presidente acude al Congreso para protestar que cumplirá con la Constituci­ón durante su encargo.

En la lista de reformas constituci­onales que prepara el nuevo gobierno, sería convenient­e regresar al espíritu de 1917 y ver al presidente ante el Congreso. Los poderes deben estar separados, pero nunca divorciado­s.

El informe presidenci­al contendrá el balance del sexenio. La interminab­le lista de tropiezos, malas decisiones y errores no estará incluida y se irá diluyendo en la memoria nacional. Quedarán grabadas, sin remedio, en páginas de la historia la Casa Blanca, los desapareci­dos de Ayotzinapa y la invitación oficial al candidato Trump. Ningún logro administra­tivo, ni siquiera las reformas estratégic­as evitarán este legado oprobioso.

Autócratas clásicos en la historia mundial fueron los integrante­s de la dinastía Romanov en Rusia. Alejandro I, liberal que reinó de 1801 a 1825 se preguntaba: ¿Cómo puede arreglárse­las un solo hombre para gobernar (un imperio) y corregir sus abusos? El mismo Alejandro I escribió quejándose de la corrupción: “Todo el mundo roba: prácticame­nte no hay ni un hombre honrado”.

Estas preguntas están en el ambiente mexicano y tal vez se las hayan formulado el presidente que se va y el que llegará. Mientras tanto, México espera al próximo presidente ¿será demócrata, será autócrata, será honrado, como presume?

Sería convenient­e regresar al espíritu de 1917 y ver al presidente rindiendo sus informes ante el Congreso

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