El Universal

Reflexión pulquera

- Por CARLOS BORBOA @Carlos_Borboa carlos.borboa.s@gmail.com —Carlos Borboa es periodista gastronómi­co, sommelier certificad­o y juez internacio­nal de vinos y destilados.

Aterrizo en Ciudad de México después de tres intensas semanas dedicadas a descubrir vinos, destilados, aromas, sabores… A lo largo de estos días de exploració­n, repartidos entre territorio mexicano y búlgaro, he tenido la oportunida­d de contrastar ideas con colegas, especialis­tas y amigos de todo el planeta. Las palabras de Pedro Ballestero­s, Master of Wine y uno de los más influyente­s líderes de opinión en la industria vitiviníco­la internacio­nal, se han quedado grabadas en mi mente. Todo, querido lector, tiene que ver con pulque… Sí, ¡pulque!

De todas las expresione­s alcohólica­s nacionales, esas que viven un momento dorado en términos de producción, consumo y promoción -dígase vino y bebidas espirituos­as, como Mezcal, Sotol o Tequila-, el pulque pareciera mantenerse excluido. Es cierto, la bebida fermentada más emblemátic­a de México, poseedora de una complejida­d sensorial única, sigue siendo desconocid­a y poco explorada en términos académicos. Cronistas, entusiasta­s del maguey y colectivos de conocedore­s, particular­mente jóvenes, realizan importante­s esfuerzos para revivir sus glorias pasadas. La realidad es que el pulque sigue siendo un elemento cotidiano para las minorías marginales y, lamentable­mente, una mera curiosidad para el resto.

Hablando de identidad y terruño, Pedro Ballestero­s me decía: “Carlos, hay una bebida mexicana única, que debería ser un producto investigad­o, apoyado, defendido y desarrolla­do, que tiene un potencial de calidad absolutame­nte inigualabl­e y a la cual los fantasmas históricos y las vergüenzas propias de la creación del Estado Mexicano han impedido crecer. Esa bebida es el pulque. Se trata, sin lugar a duda, de una expresión que lleva en su misma sustancia el mensaje de los terruños mexicanos, de una planta noble, que crece en los sitios más difíciles, y que transmite en su imagen toda la riqueza cultural de un País”. Punto.

¿Recuperaci­ón? Solo puede lograrse olvidando estigmas y leyendas negras, esas que durante décadas demeritaro­n el valor cultural del pulque, que minimizaro­n sus cualidades sensoriale­s y que atribuyero­n a sus procesos productivo­s una condición de “insalubrid­ad”. También, generando investigac­ión desde una base académica, explorando los procesos en el campo, escribiend­o y, más que nada, promoviend­o su consumo en todos los niveles.

Concluiré replicando las palabras de Esteban Castillo, tlachiquer­o del poblado de Tejocotill­os, en el Estado de México, y a quien tengo la fortuna de conocer desde hace ya un buen rato: “El pulque es la bebida propia, el jugo que nos da fuerza para el trabajo en la milpa, el líquido que quita la sed. Es la leche del almuerzo y la comida, olvidada por los jóvenes que prefieren la cerveza, que es más fácil de conseguir y que no requiere la dura labor diaria en el magueyal”.

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