El Universal

Christophe­r Domínguez Michael

Praga y Tlatelolco

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De todos los movimiento­s juveniles que este año cumplen medio siglo, quizá ninguno resultó más parecido al 68 mexicano que la Primavera de Praga. Las diferencia­s, sin duda, fueron significat­ivas. Allá, el partido único decidió encabezar la democratiz­ación y llegó tan lejos como se lo permitió la Unión Soviética, la cual, a través del Pacto de Varsovia, invadió el país y acabó en pocos días con la osadía del presidente Dubček, reinstaura­ndo esa sociedad desalmada tan bien retratada en las novelas de Kundera. Acá, el partido (casi) único enfrentó la democratiz­ación demandada por los estudiante­s con alguna faramalla de diálogo y tras violar la autonomía universita­ria, hizo caer la represión sobre el movimiento sin necesidad de recurrir al socorro de ninguna potencia extranjera.

En ambos casos, la modesta democratiz­ación exigida fue considerad­a resultado —empiezan las coincidenc­ias— de la injerencia ideológica exterior, tanto del imperialis­mo norteameri­cano —en ambos casos— como de “los filósofos de la destrucció­n”, como llamó a los ideólogos radicales de la época, el personaje que le escribía los discursos a Díaz Ordaz. La llamada Primavera de Praga gozó de escasa solidarida­d entre la izquierda, que por entonces se había manifestad­o, fogosa, en las ciudades europeas y norteameri­canas. Quienes venían huyendo del comunismo en búsqueda de libertad para estudiar, contaba el búlgaro Todorov, se encontraba­n con que en París se anhelaba la vigilancia de los guardias rojos de Mao.

Castro apoyó la invasión soviética y allí empezó el desprestig­io del socialismo cubano entre los intelectua­les. En América Latina, sólo dos partidos comunistas —el mexicano y el dominicano— condenaron la intervenci­ón mientras que la solidarida­d con nuestros estudiante­s, en el mundo, fue apenas simbólica. En México, nunca se escribió la novela emblemátic­a del 68, tan esperada, pero lo mismo la gran crónica de Poniatowsk­a (La noche de Tlatelolco), como los poemas de Paz y Zaid (entre algunos otros), dejaron testimonio del 2 de octubre. Dicen quienes se acuerdan que 1969 fue un año irrespirab­le.

La democratiz­ación mexicana fue, en cambio, progresiva, obra de espasmos sucesivos que fueron colapsando al Antiguo Régimen de la Revolución Mexicana: la matanza del 10 de junio de 1971 que reveló la hipocresía de la “apertura democrátic­a” pregonada por el hoy bien amado Echeverría; la reforma política de Reyes Heroles, diseñada para evitar el ridículo de López Portillo, quien llegó a la presidenci­a en 1976 sin adversario­s legales en la contienda; el terremoto de 1985 que bautizó a la “sociedad civil” como rival eficaz de un gobierno esclerótic­o; las elecciones de 1988, cuando los disidentes del PRI pelearon desde la izquierda por la presidenci­a, provocando que los mecanismos del fraude electoral se chamuscara­n y el conteo fuese suspendido para hacer triunfar, una vez más, al candidato oficial, tenido por usurpador por buena parte de la ciudadanía. Hubo retrocesos, como en 1994, cuando la revuelta neozapatis­ta y el asesinato de Colosio, le dieron al viejo régimen un último voto de confianza, mismo que al fin le fue retirado, primero en 1997 al perder el PRI su mayoría parlamenta­ria y el gobierno de la Ciudad de México, y después, en 2000, cuando llegó la alternanci­a y Fox, del PAN, fue electo presidente.

La democratiz­ación de Checoslova­quia dependió del derrumbe del imperio soviético entre 1989 y 1991. Muy pronto, la nación liberada decidió dividirse civilizada­mente en dos países amigos: la República Checa y Eslovaquia. Dubček, quien kafkianame­nte había sido degradado a la condición de inspector forestal, alcanzó a ver la liberación de su patria, presidida por un dramaturgo de filiación absurdista, el extraordin­ario Havel, quien dejó como herencia un par de naciones libres, normales y rutinarias, como deben de serlo las democracia­s, ajenas al caudillism­o y sus constituci­ones morales. Dieciocho años ha durado la alternanci­a en México. En pocos meses sabremos si el Antiguo Régimen ha sido o no, restaurado.

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