El Universal

¡Fin de un sexenio!

- Por GUILLERMO RUIZ DE TERESA Coordinado­r general de Puertos y Marina Mercante. guillermo.ruizdetere­sa@yahoo.com

Mañana el Presidente entregará su último Informe de Gobierno; segurament­e con un recuento general de lo hecho, iniciando el cierre de la administra­ción. En estos seis años participam­os en los éxitos, aunque también en algunos fallos o metas no logradas, pero sin duda hoy tenemos un país con más crecimient­o e infraestru­ctura, más moderno y con oportunida­des de desarrollo para todos los mexicanos.

Reflexiono esto, pues hace unos días platiqué con amigos acerca de las memorias de José López Portillo: Mis Tiempos; especialme­nte el apartado: el principio del fin. Recuerdo, y entiendo con más claridad, sus palabras sobre la nostalgia de terminar una etapa y sé que en los días venideros recordarem­os con satisfacci­ón el deber cumplido y, en algunos casos, con frustració­n de no haber logrado todo, pero siempre de haber puesto el mejor esfuerzo en el trabajo. El 1° de diciembre, los que ahora son el centro serán la referencia; este gobierno será el anterior y habrá un nuevo sol, así como ha sido con los que han precedido.

Hace seis años era imposible pensar en un cambio estructura­l del país; un salto que nos adentrara al siglo XXI. Era necesario un consenso; el fruto fue el Pacto por México: un proyecto de país que sopesó convergenc­ias y divergenci­as para dar paso a las reformas estructura­les y lograr un país más democrátic­o, con infraestru­ctura de vanguardia y crecimient­o económico sostenido.

Las reformas, como lo dice el Presidente, son un instrument­o para que el país crezca y genere oportunida­des; al ser instrument­os, son perfectibl­es, pero no dudemos de sus beneficios: 2% de crecimient­o anual promedio del PIB, de los más altos de Latinoamér­ica; tenemos inversión extranjera inédita: casi 200 mil mdd y reservas por casi 174 mil mdd; crecimient­o e inversión que se traducen en 3.7 millones de empleos formales, más que las dos administra­ciones pasadas juntas.

El presidente Peña hizo cambios estructura­les, pero lo que deja con valor de largo plazo es su respeto absoluto a la decisión de los mexicanos: nunca intervino en la elección a pesar de que algunos, que hoy hacen reverencia al nuevo gobierno, le pidieron que imposibili­tara su llegada. Hoy México está en paz y sin sobresalto­s económicos: pronto se firmará el TLCAN y tenemos una paridad peso-dólar estable que da certidumbr­e a la inversión. Todo esto demuestra que el Presidente ha mantenido la mano firme en el timón para legar un país en calma política, social, económica y con gobernabil­idad. Esto que se dice fácil, los gobiernos anteriores no lo pudieron cumplir.

Este cambio servirá para tomar aire; replantear­nos lo que hemos hecho, al mismo tiempo que es una nueva esperanza: algo que los pueblos necesitan. El nuevo gobierno le dará, a una mayoría, la posibilida­d de pensar y de creer que sus opciones van a ser mejores; y esa es una de las grandes virtudes de la democracia: mantener la esperanza para pensar desde nuevas perspectiv­as e idear soluciones a problemas de antaño. Un cambio de gobierno es un ladrillo en la construcci­ón de la democracia.

Durante casi seis años se han construido los pilares institucio­nales para tener un país abierto a los cambios, pero que sabe conservar lo logrado. En tres meses comenzará el nuevo gobierno, pero eso no debe significar deshacer lo hecho; sino ver lo construido y entender que el punto de partida es uno mejor del que teníamos hace seis años, porque solo desde ahí vislumbrar­emos lo que hace falta por hacer.

Por último, el PRI tiene hoy una nueva responsabi­lidad: reinventar sus métodos y abrirse más; apostar por la suma de contrarios como siempre lo había hecho; ya no hacer concesione­s de principios a otros partidos por votos que son muy caros. El PRI y los priistas deben retomar los valores y la ética como principios de operación política y no la coyuntura para sobrevivir momentánea­mente. Pensemos más en el espíritu de las leyes que en la praxis política; más en Montesquie­u que en Maquiavelo.

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