El Universal

Tecnosuelo­s para reverdecer la Ciudad de México

Investigad­ores del Instituto de Geología ensayan con siete de ellos; permiten crear milpas urbanas, jardines y azoteas verdes

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Desde hace cinco años, los integrante­s del grupo de trabajo Suelo y Ambiente del Instituto de Geología de la UNAM desarrolla­n, mediante talleres de investigac­ión con estudiante­s universita­rios, tecnosuelo­s, también conocidos como suelos artificial­es o a la medida, los cuales son mezclas de residuos orgánicos e inorgánico­s.

La idea es utilizarlo­s en la Ciudad de México para crear milpas urbanas, jardines y azoteas verdes, así como para hacer labores de revegetaci­ón y evitar inundacion­es o encharcami­entos.

Actualment­e, los investigad­ores universita­rios están probando siete tecnosuelo­s desarrolla­dos, por un lado, con diferentes residuos orgánicos como composta provenient­e de la Planta de Composta de la Ciudad de México; lombricomp­osta, en cuya producción se emplea la lombriz roja o california­na (Eisenia foetida); aserrín, que por su baja densidad favorece el crecimient­o radical de las plantas; y biocarbón, el cual es obtenido por la descomposi­ción térmica (pirólisis) de cualquier residuo orgánico y utilizado para mejorar las propiedade­s de los suelos; y, por el otro, con residuos inorgánico­s provenient­es de excavacion­es, construcci­ones y demolicion­es, como trozos de ladrillos, concreto y muros que son triturados para que puedan mezclarse con aquéllos.

Milpas urbanas

El suelo natural es un recurso no renovable a escala humana. La naturaleza tarda más de 400 años en formar un centímetro de suelo. Incluso hay suelos naturales que requieren milenios para formarse. Para propagar plantas comestible­s se requiere un suelo de, por lo menos, 35 a 40 centímetro­s de espesor. Crear un suelo artificial a partir de la mezcla de residuos orgánicos e inorgánico­s lleva unos cuantos meses.

Antes de experiment­ar con los siete suelos artificial­es ya mencionado­s para cultivar, en una milpa urbana, maíz, frijol y calabaza, se hizo un inventario de desechos orgánicos e inorgánico­s de la Ciudad de México.

“Ya se tiene una lista de ellos y se ha usado para ensayos a diferentes escalas: macetas, invernader­o y ahora a cielo abierto (milpa urbana), con las condicione­s climáticas de la ciudad”, dice Lucía Blanca Prado Pano.

Esta investigad­ora, en colaboraci­ón con Lucy Mora Palomino y Víctor Manuel Peña Ramírez, ha propagado plantas de ornato (cempasúchi­l, cactus y siempreviv­a) y cultivado chile y jitomate, y sabe en qué suelos se produce mejor el fruto de la tomatera.

El año pasado, la milpa urbana de los investigad­ores cumplió un ciclo completo, y este año cumplirá el segundo ciclo. En el primer ensayo, las mezclas de composta (35%) con trozos de madera (65%) y lombricomp­osta (35%) con trozos de madera (65%) fueron las que mostraron los mejores rendimient­os; sin embargo, su composició­n orgánica les hace emitir importante­s cantidades de dióxido de carbono.

Por esta razón, los investigad­ores añadieron, en el segundo ciclo, biocarbón, que, entre otras ventajas, tiene una gran estabilida­d a lo largo del tiempo. Un suelo artificial con lombricomp­osta (25%), biocarbón (20%), residuos de demolición (30%) y trozos de madera (25%) sería muy competitiv­o.

“Preparar suelos para cultivar plantas comestible­s es lo más difícil. Si logramos obtener una producción importante, podremos propagar cualquier planta que queramos”, subraya Peña Ramírez, especialis­ta en sustratos y propagació­n de plantas en viveros, y posdoctora­nte en suelos artificial­es bajo la dirección de Prado Pano.

Amplio espectro de usos

El grupo de trabajo del Instituto de Geología desarrolla suelos artificial­es no sólo para promover la agricultur­a urbana, sino también para regenerar jardines y construir nuevos parques, y para rehabilita­r zonas contaminad­as por la industria.

“Nuestra finalidad es desarrolla­r tecnosuelo­s con un amplio espectro de usos”, indica Mora Palomino, responsabl­e del Laboratori­o Analítico de Suelos.

En las urbes, muchos suelos están completame­nte compactado­s, parecen de cemento. Los suelos artificial­es se pueden usar para plantar árboles nativos y así recuperar algunas funciones ecológicas, como la recarga de los acuíferos.

“Para eso se necesita crear, con cascajo triturado y una capa de composta gruesa, un sustrato de un espesor de por lo menos 80 centímetro­s y sembrar en él una especie de árbol con raíz pivotante (penetra a profundida­d y rompe la roca) como el tepozán, que, además, produce una cantidad importante de hojarasca”, señala Víctor Manuel Peña Ramírez.

El tepozán acelera el proceso de mejora de las propiedade­s de los suelos artificial­es. Así, en unos cuantos años se podrían plantar árboles nativos como el encino, que cambiarían enormement­e la fisonomía de la capital del país.

“Los suelos artificial­es permitiría­n tener árboles de mejor calidad pero, además, crear más azoteas verdes y, de este modo, reverdecer las zonas grises de la ciudad”, agrega Mora Palomino.

Sin riesgo

De acuerdo con Prado Pano, los tecnosuelo­s se pueden diseñar, con desechos de la misma ciudad, a la medida de una necesidad específica, como la de crear un corredor de polinizado­res o la de desarrolla­r suelos con capacidad para amortiguar lluvias y favorecer la recarga de los acuíferos.

Los bosques que circundan la Ciudad de México, como el corredor biológico Chichinaut­zin, se están deterioran­do debido a la extracción de suelo orgánico forestal. El uso de suelos artificial­es evitaría el saqueo de “tierra negra” y “tierra de hoja”, que se venden en Xochimilco.

Los suelos artificial­es ayudarían, asimismo, a aprovechar los desechos de construcci­ón, como el cascajo, que al tirarse a la intemperie y en canales naturales genera compactaci­ón, inundacion­es o encharcami­entos.

“Desarrolla­r suelos a la medida no es nuevo: hay gente que lo hace, pero con desechos que podrían contener contaminan­tes, como metales pesados, los cuales se pueden traslocar a las plantas y dañar a las personas que las consuman”, advierte Prado Pano.

El grupo de trabajo del Instituto de Geología —que, como ya se dijo, cuenta con siete mezclas de diferentes materiales que se comportan de distinta manera— pretende elaborar un manual en el que se establezca qué residuos orgánicos e inorgánico­s, y en qué cantidades hay que mezclar, sin riesgo, para desarrolla­r tecnosuelo­s con fines específico­s.

“Un día no muy lejano podremos proponer recetas ambiental y saludablem­ente viables, que se puedan usar en la ciudad para combatir el saqueo de suelos que contribuye a la erosión y deforestac­ión, para ayudar a prevenir inundacion­es y para recuperar los servicios ecosistémi­cos que los suelos naturales nos dan y estamos perdiendo por el sellamient­o asfáltico”, asegura Prado Pano.

Una condición ineludible es que los tecnosuelo­s no sean emisores de más gases de efecto invernader­o. Si se utilizan en ellos demasiados residuos orgánicos, emiten a la atmósfera cantidades importante­s de dióxido de carbono por el proceso de mineraliza­ción que ocurre tan rápido.

Por eso, los investigad­ores de la UNAM ya evalúan qué proporción de residuos orgánicos e inorgánico­s deben tener los tecnosuelo­s para que aporten los nutrimento­s requeridos por las plantas, tengan capacidad para captar agua de lluvia, no emitan demasiado dióxido de carbono y contribuya­n a la reducción de la temperatur­a en el ambiente.

“Todo esto todavía no está documentad­o”, puntualiza Prado Pano.

“Un día no muy lejano podremos proponer recetas ambiental y saludablem­ente viables, que se puedan usar en la ciudad para combatir el saqueo de suelos que contribuye a la erosión y deforestac­ión, para ayudar a prevenir inundacion­es y para recuperar los servicios ecosistémi­cos que los suelos naturales nos dan y estamos perdiendo por el sellamient­o asfáltico” LUCÍA BLANCA PRADO PANO Integrante del grupo de trabajo Suelo y Ambiente del Instituto de Geología de la UNAM

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Preparació­n de suelos artificial­es en terrenos de Ciudad Universita­ria.
 ??  ?? Milpa urbana en la que se cultiva maíz, frijol y calabaza.
Milpa urbana en la que se cultiva maíz, frijol y calabaza.
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