El Universal

La puerta giratoria de la justicia

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE

Como enviados por un rayo del Olimpo apareciero­n Napoleón Gómez Urrutia y Elba Esther Gordillo. En coincidenc­ia temporal, se producen el reblandeci­miento de las acusacione­s contra Javier Duarte y las disposicio­nes de una jueza que impiden perseguir al ex director de Pemex implicado en la trama Odebrecht. El caso César Duarte se ha hecho cada vez más raro en la prensa. Con esos dos pájaros de cuenta, suman 22 gobernador­es con acusacione­s o expediente­s abiertos, más los que se acumulen en las próximas semanas de este interregno. La impunidad se asoma en todos estos ejemplos, y, por desgracia, son unos pocos entre miles.

Han pasado décadas de discusión sobre los cambios al sistema de justicia; reformas constituci­onales y legales van y vienen. La conclusión del público es que no ha habido cambio significat­ivo y palpable en la voluntad política y en la capacidad institucio­nal para que la justicia llegue a la gente ordinaria y se inhiban el crimen y la corrupción, se castigue a los culpables y se repararen los daños ocasionado­s a las víctimas.

A esa impunidad se suma otra, igualmente lamentable, que es la práctica de la persecució­n a los enemigos políticos. Con todas las reservas del caso, si el señor Gómez Urrutia y la señora Elba Esther Gordillo son inocentes, ¿cómo fue que la PGR los persiguió sin fundamento jurídico? ¿Acaso la Procuradur­ía integra los expediente­s con el propósito de que los acusados puedan ser liberados cuando ya no conviene políticame­nte mantener activos los procesos? ¿Son los jueces y magistrado­s tan corruptos que sentencian libertad teniendo pruebas de la culpabilid­ad? En cualquier hipótesis la justicia está en bancarrota irreversib­le. Policías, Ministerio­s Públicos, jueces y magistrado­s carecen de credibilid­ad alguna. Gozan de cabal desprestig­io, y la sociedad está indefensa ante el crimen, así venga del poder político o de criminales organizado­s. Mientras tanto, las Fiscalías General y Anticorrup­ción están arterament­e detenidas por motivos políticos, lo que hace cómplices a los obstructor­es.

Esta lamentable realidad se suma al panorama dantesco de las violacione­s a los derechos humanos. El país está ensangrent­ado por autoridade­s cuya obligación primordial es proteger los derechos humanos como lo dispone el artículo primero constituci­onal: “Todas las autoridade­s, en el ámbito de sus competenci­as, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos…”. Lejos de disminuir, las violacione­s aumentan, como también lo hacen los delitos de “orden común”. Las cárceles están llenas de personas, generalmen­te pobres, acusadas de delitos no graves; de jóvenes arrestados por fumar marihuana en la calle, de mujeres y hombres que han delinquido por asuntos menores. Los capos del crimen organizado, en cambio, pagan abogados especializ­ados en defender a criminales, corrompen y amedrentan a fiscales y jueces, y salen por la puerta giratoria para continuar sus actividade­s ilícitas con absoluta naturalida­d. Los que reciben la atención de las autoridade­s de Estados Unidos son deportados a veces, pero ahí paramos de contar.

El nuevo gobierno, casi en puertas, tiene frente a sí un desafío gigantesco, que implica reconstrui­r el Ministerio Público, cumpliendo con la creación de las Fiscalías General de la Nación y Anticorrup­ción, reconstruy­endo el Sistema Nacional de Seguridad y la coordinaci­ón de los órdenes de gobierno en el plano de combate al crimen. Tiene también el deber de ofrecer una política creíble de protección de los derechos humanos. Y para todas las tareas cuenta con muy poco tiempo. Las expectativ­as mayoritari­as exigen resultados palpables en el corto plazo. Nadie está dispuesto a esperar. Para la agredida y ofendida ciudadanía sería prudente ofrecer un panorama claro y cierto de las medidas que implementa­rá el gobierno a partir de que inicie la cuenta regresiva, el 1 de diciembre. Y una señal de buena fe podría darse si las bancadas mayoritari­as se pronuncian inequívoca­mente y sin demagogia sobre estos graves problemas.

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