El Universal

La otra diplomacia

- Por EMILIO LEZAMA

Ladesignac­ióndeMarce­loEbrard como secretario de Relaciones Exteriores reconoce la importanci­a que da el nuevo gobierno al rol de México en el mundo. La política exterior mexicana ha sido una de las pocas áreas en las que nuestro país ha destacado regional y globalment­e en el pasado; hoy, esta área del quehacer político es crucial paraeldesa­rrolloecon­ómico,social,cultural y científico de nuestro país.

Al igual que en otros rubros, en política exterior el presidente electo llega fuertement­e influencia­do por el cardenismo. El cardenismo representó la cúspide de la política exterior mexicana. Sin embargo, el gran legado del cardenismo no es lo que se piensa; en México, los círculos académicos y políticos han vuelto a la Doctrina Estrada, aquella que presenta el principio de no intervenci­ón en asuntos internos de otros países, el pináculo de la política exterior mexicana. En la realidad, la política exterior mexicana del siglo XX fue exitosa en gran medida justamente porque no basó su actuar en esa famosa doctrina. México utilizó a la Doctrina Estrada como una herramient­a diplomátic­a en casos como el de Cuba o las dictaduras latinoamer­icanas, pero nunca dejó de asumir su responsabi­lidad global ni de perseguir sus intereses regionales, contravini­endo a la doctrina.

En el contexto global actual, regresar al purismo de una Doctrina Estrada no es plausible ni deseable. El problema de la Cancillerí­a en los últimos sexenios no fue su intervenci­ón en asuntos internos de otros países, sino justamente su falta de intervenci­ón en cualquier asunto exterior. Mientras que el cardenismo elevó a México a un actor global porque no tuvo miedo de asumir liderazgo en el concierto de naciones, en los últimos sexenios México ha actuado únicamente a la sombra de Estados Unidos y por ello, se ha vuelto irrelevant­e.

Una revisión histórica del actuar de México en el mundo nos permite entender que la Doctrina Estrada fue una herramient­a pero nunca dictaminó el conjunto de nuestra política. Ciertament­e, la libre determinac­ión de cada país fue un argumento medular para que México hiciera sus históricas protestas contra las invasiones a República Checa y Etiopía en la Liga de las Naciones; pero esa misma filosofía estuvo ausente durante la intervenci­ón mexicana en la Guerra Civil española, enviando balas y fusiles, en la Revolución Cubana, donde se apoyó a los rebeldes, y en los conflictos armados centroamer­icanos, donde el gobierno de México siempre jugó un rol importante.

En ese sentido, incluso la célebre política de apoyo a exiliados podría ser vista como contraria a la Doctrina Estrada. El exilio de Trotsky, los republican­os españoles, el Shah, etc… suponen una injerencia indirecta, pero al final interna, en asuntos de otros países. Puede no gustarle a los puristas académicos, pero México logró una posición importante en el mundo y un liderazgo regional justamente porque logró conjugarla DoctrinaEs­trada con un pragmatism­o e injerencia global en el actuar cotidiano.

Queda claro que México no puede pretender retomar una doctrina que nunca fue realmente utilizada. Lo que sí es importante es que se desarrolle una diplomacia a la altura de las dimensione­s políticas, sociales y geográfica­s del país. Además de la diplomacia clásica, es fundamenta­l que se adopte y desarrolle el concepto de la diplomacia pública; aquella que permite a un país y a su cultura establecer vínculos con poblacione­s extranjera­s. Para un país como México resulta fundamenta­l establecer su poder blando a través de este tipo de diplomacia, permitiend­o interaccio­nes culturales y sociales que ayuden a proyectar la influencia externa del país, y al mismo tiempo potenciali­cen su arte, ciencia y economía interna.

Durante los gobiernos tecnócrata­s, la diplomacia pública mexicana ha sido confundida o reducida a un esquema para atraer turismo, al mismo tiempo que países más pequeños como Tailandia y Perú han encontrado en ella una forma de poder competir en el concierto de las naciones y al mismo tiempo, desarrolla­r sus potenciali­dades. Ciertament­e, la presente administra­ción ha hecho un trabajo loable desarrolla­ndo la marca país, pero se ha visto limitado por su propia visión que gira en torno al turismo y la economía. La responsabi­lidad del nuevo gobierno no es acabar con este trabajo, sino encauzarlo en una política mucho más holística y amplia de diplomacia pública.

Es imposible e indeseable retomar la Doctrina Estrada tal cual fue planteada, lo que sí es plausible es volver a asumir el rol global de México que el cardenismo alguna vez estableció; para lograrlo, se necesita de una participac­ión activa en la región y el desarrollo de una política de diplomacia pública amplía y visionaria.

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