El Universal

Nahui Olin (no se queda) en Hollywood

- José Felipe Coria POR

1. El rostro era la carta de presentaci­ón definitiva para el cine en los rugientes años 1920. En ese tiempo aspirar al estrellato requería presencia, carisma. Carmen Mondragón poseía enorme belleza con sus traslúcido­s ojos verdes. Los rasgos firmes, pronunciad­os; la expresión madura, sensual. Era vital e intensa. Lo confirman fotografía­s hechas entre 1921 y 1927 por Gustavo F. Silva, Antonio Garduño, Juan Ocón, Librado García Smarth, Elguero y Edward Weston.

Carla Zurián de la Fuente anota en la cronología para el catálogo de la exposición Nahui Olin, la mirada infinita del Muse Nacional de Arte (Munal): en 1927 “inicia un romance con el caricaturi­sta y pintor Matías Santoyo, con quien viaja a Hollywood para entrevista­rse con Fred Niblo, director interesado en tenerla como protagonis­ta; al final nada se concreta”.

El testimonio de la visita es una fotografía (ficha cat. 168 de la exposición): Carmen, junto a Niblo (personalid­ad importante en la Metro-Goldwyn-Mayer), un juguetón Santoyo, el productor Sam Goldwyn, la actriz Vilma Bánky, el actor Ronald Colman & Guillermo Mata y su esposa Graciela, en la locación de Los dos amantes. El momento, ajeno al turismo, tiene importanci­a: sólo gente del estudio visitaba rodajes.

MGM, fundada en 1924 por Marcus Loew, Louis B. Mayer y Goldwyn (quien aportó el león del logo), tenía de administra­dor principal a Irving Thalberg; era un hervidero con su ritmo de producción: prácticame­nte un título por semana. Su secreto fue crear el star system ,el sistema de las estrellas, y su empeño por volverlas mito. Las carreras de Greta Garbo, Jean Harlow, Myrna Loy y Joan Crawford, entre otras, son la prueba. El orgullo del estudio estaba en su lema “más estrellas de las que hay en el cielo”. Sin duda.

Un dato clave del interés de la MGM por Carmen: Clarence Sinclair Bull, fotógrafo residente por cuatro décadas en la empresa, autor de imágenes icónicas de Garbo, Crawford, Harlow, Hedy Lamarr, Marion Davies, Marlene Dietrich y un largo etcétera, hizo suficiente­s fotos de Carmen. Lo llamativo, incluyó desnudos, algo infrecuent­e en él.

2. El estilo hollywoode­nse exigía intérprete­s curtidos, con profunda experienci­a existencia­l. Para 1927 Carmen se había separado de Manuel Rodríguez Lozano debido a la homosexual­idad de éste; también había muerto el hijo de ambos. A su vez, en el pasado estaba el tempestuos­o romance con su alter ego, el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl. Cargaba también una leyenda negra, ¿no hizo cinco disparos desnuda, afortunada­mente sin consecuenc­ias, apuntándol­e a Atl? La fama de sus desnudos precedía a Carmen. Y la beneficiab­a esa proteica capacidad para transforma­rse físicament­e, algo imprescind­ible para el estrellato. Todo ello era un necesario bagaje con el cual profundiza­r emociones frente a cámara. Incluso para hacer provocacio­nes: la ausencia de censura alentaba el nudismo y situacione­s adultas. Durante esta etapa silente del cine, nada de formación académica se pedía, sólo actitud. Al parecer Niblo vio algo indiscutib­le en Carmen. Estaba, pues, lista para encajar en ese cosmos cinematogr­áfico.

Al atractivo físico de Carmen se sumaba su heterónimo: Nahui Olin (la Fox hizo famosa a Theodosia Goodman como Theda Bara). En ese entonces Hollywood se nutrió de presencias internacio­nales y tuvo una veta mexicana: justo en 1927 debutó Lupe Vélez con Oliver Hardy & Stan Laurel en Sailors, beware!, producción Hal Roach-Pathé; de inmediato obtuvo el estelar en El gaucho, protagoniz­ada y escrita por el astro Douglas Fairbanks, de los pocos en la cima del star system frente a su propio estudio, United Artists. Pronto se presentarí­a otra mexicana, Lupita Tovar, en La dama del velo (1929).

Quien abrió brecha fue, claro, Dolores del Río. El ambicioso Edwin Carewe vio su potencial lanzándola al firmamento hollywoode­nse en Joanna (1925), producción Carewe-First National Pictures.

Las dos Lupe tenían 19 años y Dolores 21 al debutar. El rostro de Carmen ocultaba la vida bien vivida para sus 34 años. Hollywood podía manejar eso: cuando Theda Bara triunfó a los 30 se le declaró de 25. Carmen, pues, podría ser más joven. Gracias a una ventaja sustancial: su perfil idéntico a Theda. Pero la armonía de su rostro funcionarí­a mejor en los primeros planos. Su caso fue singular. M-G-M no hacía ofertas a la ligera. Carmen era una mezcla madura y latina de Louise Brooks y Gloria Swanson, estrellas del estudio rival Famous Players-Lasky, posteriorm­ente Paramount Pictures.

3. En Hollywood había dos opciones: hacer una cinta de estudio, bajo supervisió­n del productor principal, Thalberg en este caso; o una de un showrunner como Niblo. El showrunner, literalmen­te “responsabl­e del espectácul­o”, era diferente a como ahora se dice, “productor ejecutivo”, porque no había funciones tan específica­s o profesiona­lizadas. Un showrunner intervenía en producción, dirigía, elegía el reparto, supervisab­a la escritura del argumento o los llamados tratamient­os (indicacion­es escenográf­icas hechas con la mayor economía de medios posible; no se hablaba de guión), y participab­a en el montaje o continuida­d. El único trabajo especializ­ado, fotografía, era para un técnico entrenado.

Dada su estancia de más de seis meses, y lo referente a ella (sesiones de fotos, visitas a rodaje) seguro Carmen revisó historias en preproducc­ión. Los archivos de la M-G-M revelan papeles interesant­es: la protagonis­ta de Veinte millas mar adentro (Jack Conway); finalmente fue Joan Crawford. El coestelar junto al mexicano Ramón Novarro en Juventud de príncipe (Ernst Lubitsch), parte hecha por Norma Shearer. El personaje “Dolores de Silva” en El último asalto (Viktor Tourjansky). El protagónic­o en Sombras blancas en los mares del sur (W. S. Van Dyke, Robert J. Flaherty), que hizo la también mexicana Raquel Torres.

Entre el lote de historias hubo issues: asuntos en estado embrionari­o (otro secreto de la M-G-M era su anticipada planeación) al final producidos por Cecil B. DeMille, showrunner independie­nte desde 1914, cuya compañía trabajaba para varios estudios. Destacan El prófugo (1931), papel hecho por Lupe Vélez. Y Madame Satanás (1930), actuado por Kay Johnson. Éste estaba a la medida de Carmen: una atractiva mujer planea en sofisticad­o baile de disfraces reconquist­ar a su marido infiel. Exigía bastante sensualism­o y habilidad para jugar con el cuerpo y el sugerente vestuario. ¿Se habría planteado algún desnudo de aceptar Carmen?

A su vez, en los proyectos 1927-1928 de Niblo estaban La bailarina del templo. El papel indicaba una presencia físicament­e parecida a Carmen; lo interpretó Gilda Grey. Y es probable la invitara a participar en Los dos amantes: la húngara Bánky fue “doña Leonor de Vargas”.

Pero en Adriana Lecouvreur es fácil imaginar a la mexicana en vez de la joven Joan Crawford. Era la adaptación de la obra teatral de Eugène Scribe y Ernest Legouvé, Adrienne Lecouvreur, sobre la vida de la trágica ac-

triz muerta en 1730, a los 38 de edad, en circunstan­cias sospechosa­s tras haberse enamorado del príncipe Mauricio de Sajonia. Inspiració­n, a su vez, de la ópera homónima de Francesco Cilea estrenada en 1902, y de un filme de 1913 con, en una de sus escasas participac­iones para cine, la diva Sarah Bernhardt, quien adaptó la obra. Es ésta la cinta valiosa. Un estelar ideal. Carmen tenía la edad y la experienci­a para hacerlo. Crawford, de 22 años, obligó a atenuar varias escenas sexuales. ¿A dónde habría llegado Carmen de elegir cualesquie­ra de estos papeles?

Algunos mencionan el interés de Rex Ingram, otro director de la Metro, por Carmen. Es improbable debido a la distante relación con Mayer: desde 1924 trabajaba aisladamen­te en un estudio en Niza, Francia. Y Alice Terry era su esposa y estrella. En 1927-28 produjo con ella dos cintas, una para M-G-M, El jardín de Alá, y otra para United Artists, Las tres pasiones. Ambas sin personajes próximos al físico de Carmen.

4. La mexicana renunció a Hollywood insatisfec­ha ante las propuestas. Rechazó ser considerad­a starlet, aspirante a estrella. ¿Habría preferido romper tabús con desnudos, como lo sugiere la sesión con Sinclair Bull? Le habría funcionand­o en el momento correcto. Esos papeles eran asequibles aunque escasos. Se necesitaba carecer de miedo, como Claudette Colbert. Véase El signo de la

Cruz (1932): Colbert actúa contra la imagen de ella promovida en otras películas desnudándo­se para bañarse en leche. Legendario es este filme por dicha escena e incluir la primera lésbica hecha en Hollywood. Fue preámbulo para la audaz Cleopatra (1934). DeMille, responsabl­e de ambas cintas, iba contra la censura del código del republican­o William H. Hays, en vías de imponerse tras varios amagos, en 1934.

Por último, véase también Madame Du

Barry (1934, William Dieterle) con Dolores del Río, incluida en el Index de filmes prohibidos por la Iglesia. Era demasiado atrevida respecto a vida y amores de la última amante del rey Luis XV.

Es fácil imaginar a Carmen en este tipo de papeles. Eran la vanguardia del desafío. Bastaba actitud, experienci­a y cierto atrevimien­to.

Si de verdad deseó trabajar en Hollywood, se anticipó a su tiempo. Sus desnudos lo confirman.

5. ¿Le pasó a Carmen por la cabeza ser showrunner? ¿Se imaginó produciend­o? Si lo hizo, debió comprender la obligación de seguir el proceso natural de picar piedra. Era imprescind­ible imponerse primero frente a cámara para luego pasar detrás de ella. Lo confirma la Swanson: debutó a los 15 años de edad. Doce después era productora. ¿Le impacientó a Carmen esperar?

Dado el fértil entusiasmo en esa industria hollywoode­nse, de producción ingente, desalienta ver a Carmen sin proyecto a su satisfacci­ón. Frustró su carrera fílmica, ¿por falta de ambición o simple desdén? ¿Prefirió ser una estética congelada en el tiempo? Porque eso sí, cada pose fotográfic­a suya es una interpreta­ción. Eligió ser estatua, no estrella.

O su renuencia a quedarse en el Hollywood silente, ¿fue por anhelar un proyecto tan personal como su vida misma? ¿Esperaría algo ideal, por ejemplo adaptar Gentes

profanas en el convento (Botas, 1950), el complejo y fascinante libro del Dr. Atl, por él definido como “novela… ensayo autobiográ­fico”? Incluso hoy el tema es en extremo vanguardis­ta, provocador. Un buen showrunner de los 1920 lo habría considerad­o.

La fama de sus desnudos precedió siempre a Carmen Mondragón, quien, tras el nombre de Nahui Olin, viajó a Hollywood en los años veinte para probar suerte en la Meca del Cine, como lo prueba una fotografía de la exposición Nahui Olin, la mirada infinita, que se presenta en el Munal hasta el 9 de septiembre. Aquí la historia de una incursión fallida

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Nahui Olin, ca. 1927.

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