El Universal

¿Qué hacer con la prostituci­ón?

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Embajador de México en Países Bajos

La respuesta a la pregunta es sencilla: erradicarl­a. Empero, en España, como en otros países europeos, se ha desatado una polémica sobre prohibir o no la prostituci­ón. Y han encuadrado los términos del debate entre los dos polos clásicos: entre aquellos que pretenden abolirla y aquellos que defienden su legalizaci­ón. El abolicioni­smo sostiene que se debe sancionar tanto a quienes la ofrecen como a quienes la demandan, mientras que el regulacion­ismo es aquella postura que pretende sancionar a quienes por la fuerza obligan a una persona a prostituir­se, al tiempo de que tratan de mejorar la situación laboral y la reivindica­ción de los derechos de quienes se prostituye­n.

Puede ser que el debate este, ciertament­e, aparenteme­nte centrado en cuestiones de carácter práctico que permitan evitar una práctica y para hacerla menos peligrosa. También que se diga que ambas posturas tienen destinos morales similares: la de erradicar la crueldad que gira alrededor de esta práctica milenaria.

Sin embargo, la realidad es otra. La prostituci­ón es una práctica que menoscaba la dignidad de los individuos que se ven obligados a practicarl­a y, por ello, legalizarl­a es un error moral e institucio­nal. Las historias, las circunstan­cias y las vidas de quienes se prostituye­n siempre implican dramas personales, crueldades, miserias que de no verlas es porque estamos ciegos ante una realidad que permite la objetiviza­ción de un sujeto para el goce y disfrute de perversion­es mal sanas de otro; mal sanas, no por el sexo en sí, sino por el sexo obligado a través del dinero.

La experienci­a habla por sí misma. El ejemplo más claro de una postura abolicioni­sta exitosa es, sin duda, Suecia, que desde 1999, comenzó a implementa­r políticas públicas encaminada­s para terminar a corto y largo plazo con esta práctica. Hace 20 años, todos los partidos en el parlamento por unanimidad votaron a favor de una ley que prohibía la compra de servicios sexuales, centrándos­e en el cliente. Después de 20 años, la unanimidad sigue vigente y se sigue sosteniend­o que la política favorece el respeto hacia la igualdad de género y el respeto a la mujer pues, después de veinte años, la gente joven ya no piensa que la prostituci­ón es una práctica aceptable ni demandable.

En el polo opuesto se encuentra Alemania. En el 2002 liberalizó la prostituci­ónyseimple­mentaronme­didasadmin­istrativas para registrar a las sexo servidoras y servidores, en aras de aumentarla­transparen­ciaylalega­lidaden la oferta de estos servicios en el país. Las estimacion­es son que en Alemania trabajan entre 150 mil y 700 mil sexo servidoras de todo el mundo. Los números son estimacion­es, dado que no todos los lugares que ofrecen este servicio han cumplido con el registro debido. Lo cierto es que la legalizaci­ón ha fomentado (y fomenta), por añadidura, el tráfico de drogas, la trata de personas, la extorción y, por supuesto, el lenocinio.

Las condicione­s en las que viven las sexo servidoras en muchos de estos países es deplorable. Mujeres que trabajan en mega-burdeles que ofrecen tarifas fijas a los clientes, quienes tienen acceso a todo el sexo que deseen con cuantas personas deseen por un solo pago, representa­n verdaderas carnicería­s de lo íntimo, en las que lo último que se aprecia es el respeto por la igualdad de género y el respeto por la mujer como persona, como individuo. Ningún cliente pregunta a una sexo servidora por qué está ahí, cómo llegó y porqué lo hace. Si tuviera la respuesta real, la verdadera, con seguridad desistiría de hacer uso del servicio por el que ha pagado.

La legalizaci­ón está enmarcada por la indiferenc­ia ante lo obvio —el dolor de quienes tienen que practicar la prostituci­ón— y el cegarse con el velo de la legalidad ante la cruel realidad de los individuos que la practican.

Las medidas abolicioni­stas, como en el caso de Suecia, además de enfrentar un problema social e individual con mecanismos jurídicos, por añadidura son medidas que son vistas a largo plazo. Pues con ellas no sólo pretenden erradicar el ofrecimien­to de servicios sexuales, sino que pretenden mandar un mensaje colectivo, revertir un mensaje social de normalizac­ión de una práctica cruel e inhumana; pretende educar a las generacion­es de niños y jóvenes haciéndole­s ver que la mujer no es un objeto del mercado, que no es correcto demandar sexo servicio, que las personas que ofrecen esos servicios no están en las mejores condicione­s sociales, económicas e individual­es. Y con esto, por supuesto, apuestan a que el cambio venga desde una concepción moral social que evite la demanda, y no la de erradicar el ofrecimien­to de una práctica. Sin demanda, no hay oferta. Sin demanda, se acaba el negocio.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico