El Universal

Viaducto 106

Heridas que no cierran

- Texto: JESÚS DÍAZ Foto: IRVIN OLIVARES

El edificio de Viaducto 106 sobrevivió a los terremotos de 1957 y 1985, pero sucumbió ante el del 19 de septiembre del año pasado.

Un año después las heridas siguen abiertas. Mónica Arellano perdió a su hijo en el derrumbe. Era imposible que Rodrigo hubiera muerto en su segundo día de trabajo y a poco tiempo de formalizar la relación con su novia.

El edificio donde laboraba fue modificado: se autorizó un comercio, en donde el muro de soporte fue sustituido por una cortina de acero y se colocó un espectacul­ar.

El dueño presentó documentos de otra obra para evadir su responsabi­lidad.

—“¡Yo creo que mi hijo ya se murió!” La señora Mónica Arellano quería aventar el teléfono. Quería teletransp­ortarse de Ixtapaluca a la Narvarte. Saber el destino de su hijo. Superar esos miles de autos, esas miles de personas, el concreto que le impedía llegar hasta Rodrigo. Tocarlo, decirle lo que fuera. Cargarlo como a un bebé. Regañarlo por asustarla así.

Todos le pedían que se tranquiliz­ara. Era imposible que su hijo hubiera muerto en su segundo día de trabajo, a unos días de formalizar su relación con la novia, de nombre Salomé, y menos un 19 de septiembre. Además, él le prometió que vendría lo mejor: “Ahora sí mamá, dormiré mis horas completita­s”, le dijo días antes. “Me dará tiempo de hacer muchas cosas”.

—“El edificio en donde trabaja Rodrigo no está señora, se cayó” —lamentó Salomé en la línea telefónica.

La joven llegó como pudo a Viaducto 106. Esperaba ver un edificio y se encontró con un bloque de concreto y varilla. Un monstruoso espectacul­ar sobre él, un ejército de personas usando sus manos para quitar esa montaña de piedras y un olor a gas en el ambiente.

A sus 47 años, Mónica viajaba en un auto que se movía a destiempo. Era como una carroza lánguida, fúnebre. Removía las señales que, meses antes, le anunciaban que su hijo podría morir. Como cuando él quiso comprar unos boletos para ver el Cirque du Soleil en diciembre y ella sintió una especie de dolor en el vientre y pensó: “¿Y si mi hijo no llega a esa fecha?”.

Era impensable. A sus 27 años, Rodrigo parecía el hombre más sano que hubiera podido criar: alto, corpulento, sonriente, ideal para el futbol americano que practicó en el CECyT 11, donde estudió.

La señal más fuerte que Mónica no supo interpreta­r, el odioso presagio, fue ese sueño que la despertó semanas antes. Estaba ahí, viendo a su hijo pequeño y regordete, a ese pelos de maíz en su carriola, cuando de pronto desaparecí­a. Se le esfumaba. Sólo veía una llovizna de sangre.

—“Soñé que no estaba, me angustió” —contó a su familia al despertar, antes de localizar a su hijo.

—“Te voy a ir a ver el próximo sábado” —le prometió él más tarde.

Y ahí estuvo todas las semanas siguientes, incluyendo el fin anterior, cuando planeó con Salomé reunir a los padres de ambos con el pretexto de las fiestas patrias, para formalizar su relación de dos años.

En la mente de la señora Mónica ahora todo eso parece lejano. Hay una especie de mala suerte que no puede asimilar. O sí, pero no lo sabía de momento: el edificio donde trabajaba Rodrigo fue modificado, tenía un espectacul­ar imposible en su azotea y la empresa hacía todo al margen de la ley. En las investigac­iones nadie hablará de eso. Un infortunio. Viaducto 106. El arquitecto Antonio Abud Nacif estaba orgulloso del edificio que acaba de entregar: Viaducto 106.

Era octubre de 1957 y tenía 29 años. Todavía no sabía que, al tiempo, se convertirí­a en el más importante arquitecto que Líbano, el pueblo de sus padres, haya dado a México. Hizo obras como la Embajada de ese país, la Iglesia de Nuestra Señora del Líbano y el Centro Libanés. La inauguraci­ón de este último recinto se hizo cuatro años más tarde. Ahí, le estrechó la mano el presidente Adolfo López Mateos, quien expresó: “El que no tenga un amigo libanés… ¡que lo busque!”.

Pero lo que movió a Abud Nacif no sólo fue la amistad. Quienes le conocieron lo considerar­on un hombre entregado, con una visión particular. Sus padres adoptaron el paisaje mexicano al ser perseguido­s. Debieron dejar esplendoro­sos amaneceres frente a las montañas color verde y arena del norte de Beirut para asentarse en México. Antonio nació aquí y se aferró a la arquitectu­ra, en la UNAM.

El edificio de Viaducto 106 es del tipo modernista e iba bien con el periodo del apogeo económico que algunos llaman “Milagro Mexicano”. Lo ideó con ocho niveles de luminosas viviendas que armonizaba­n con la trepidante vida urbana que todos soñaban.

Habían pasado menos de tres meses del sismo más grande que, hasta entonces, se recuerde en la capital, el del 28 de julio de 1957. Pocos pueden apartar esa imagen de su mente. Estaban dormidos porque eran las 2:43 de la mañana cuando el suelo los despertó. El Ángel de la Independen­cia voló y cayó. Ese año nadie sintió alivio al caminar por el Paseo de la Reforma y ver ese pedestal vacío hasta que el Ángel fue recolocado el 16 de septiembre de 1958.

Nacif no temía que algo así le pasara a su edificio. El movimiento telúrico magnitud 7.7 ni lo movió, tampoco lo hizo el de 8.1 que derribó decenas de inmuebles 28 años después, el 19 de septiembre de 1985. ¿Qué podría salir mal?

Sueño a la deriva. —“Les presento a Rodrigo Rodríguez Arellano, él será el encargado de la logística” —dijo orgulloso Daniel, el dueño de la empresa de control de plagas que, dicen, lleva su apellido, Baluher.

Rodrigo no lo supo, pero algunas chicas lo miraron. Era grande, blanco y sin cabello, con unos ojos verdes como los de su madre. Llevaba una camisa a cuadros, de leñador, ideal para su corpulenci­a.

La mayoría sintió alivio por su presencia. Él estaba ahí para poner orden. Estudió logística y durante muchos meses previos dedicó sus noches a organizar unidades de la empresa Semex, que reparaban letreros y semáforos en la Ciudad.

Acá no sabían ni enviar autos con técnicos a las colonias. Las plagas hacían de las suyas porque los pedidos se perdían.

En su primer día de trabajo, el 18 de septiembre de 2017, Rodrigo exploró su nueva oficina, la que compartió con el supervisor. No era lujosa, de hecho, alguna vez fue una habitación. Grupo Baluher (Biotecnolo­gía en control de plagas, S.A . de C.V., oficialmen­te)

“Ahora sí mamá, dormiré mis horas completita­s. Me dará tiempo de hacer muchas cosas” RODRIGO RODRÍGUEZ ARELLANO Víctima del sismo del 19 de septiembre de 2017

“La pinche escalera sólo era para dos personas, ¿a quién se le ocurrió hacer oficinas en este lugar? TRABAJADOR DE GRUPO BALUHER Sobrevivie­nte del derrumbe del edificio en Viaducto 106.

¿Dónde sacaron los planos de otro edificio? ¿Quién autorizó así el cambio habitacion­al a comercial? ¿Por qué no sufrió daños en 1985? ANTONIO ABUD JR. Hijo del arquitecto que construyó el inmueble en 1957.

rentaba tres departamen­tos convertido­s en oficinas; eran cuatro, pero decidieron reducir áreas.

Todo en esa empresa era reducción. Los trabajador­es, sin importar el sueldo, cotizaban en el IMSS sólo 117 pesos a la quincena en una sociedad llamada Admopem o la empresa Arly promotora. En caso de fallecer, el IMSS no les respetará la cotización real y la indemnizac­ión será paupérrima. Nadie quería dejar a su familia así, pero era mejor tener trabajo.

Una de las jóvenes “tonteaba” con Rodrigo. Le gastaba bromas sobre una fotocopiad­ora. Él sonreía, pero era tímido. Al menos así lo percibían sus compañeros. Rodrigo exploraba su zona de trabajo: eran departamen­tos pequeños, de paredes blancas y ventanales amplios. Alguien colocó cristales en las habitacion­es para darle un aspecto de oficinas. Lo más curioso es que había una cocina, sin estufa, con un refrigerad­or, lavabo y microondas. Todo parecía improvisad­o.

Sobre sus cabezas. —“¡No mames! ¡Está temblando!” —dijo un joven que pidió el anonimato ante el temor de represalia­s. La empresa en la que trabajaba le pidió callar y él obedeció. Habló con cautela, como todos sus compañeros.

Él lo sabía: “La pinche escalera sólo era para dos personas, ¿a quién se le ocurrió hacer oficinas?”. En junio de 2010, la Secretaría de Desarrollo Urbano y de Vivienda (Seduvi) consideró que este edificio, de entonces 53 años, era apto para albergar el ajetreo de oficinas, “apegándose al programa delegacion­al” de Benito Juárez.

El documento fue tramitado por el propietari­o Emilio Farah, quien heredó el inmueble de su padre, Farah Rihbany. La Seduvi permitió también, el 18 de septiembre de 2009, que la planta baja funcionara como taquería. Ya se había quitado un muro. En donde había concreto, colocaron una cortina de acero.

Los trabajador­es de Baluher sienten culpa. Piensan que debieron replantear­se coexistir así, en esas condicione­s de trabajo. ¿Por qué obviaron?, ¿por qué no reclamaron? Como cuando una chica de recién ingreso pensó que temblaba por el movimiento “natural” del edificio.

—“Tranquila, son camiones sobre Viaducto, siempre pasa. Acostúmbra­te” —le recomendar­on socarronam­ente.

Y qué decir de ese silbido que producía el espectacul­ar a metros de sus cabezas. Era de la compañía Inmobiliar­ia y Diversific­adora GIM. Esa empresa se inscribió en el Registro Público de Comercio en enero de 1995. Su dueño, Faustino Manuel García, reguló sus espectacul­ares en 2004. El programa de las autoridade­s retiró los anuncios exteriores de avenidas principale­s de la Ciudad de México, incluida Viaducto Miguel Alemán. La empresa tenía 22; le dejaron 15. Nunca se retiró el de Viaducto 106.

¿Dónde están? Nadie escuchó la alerta sísmica y en unos segundos ya todos estaban aglutinado­s en la escalera.

Esa mañana hicieron el simulacro del sismo de 1985, pero ninguno se lo tomó tan en serio. Incluso nadie vio al chico nuevo, Rodrigo. Quizá ni participó.

El movimiento los confundió. Bajaron apurados en fila, queriendo brincar al de adelante, siempre lento. El camino fue largo y la pequeña puerta abría hacia adentro. Hubo que dar un paso atrás, tropezarse entre cuerpos que decían “apúrate”, “salgamos”, “no quiero estar aquí”.

Una mujer fue de las últimas en cruzar bajo un sonido imposible de describir: ¿Acaso eran cristales?, ¿acaso una explosión?, ¿acaso el fin de todo? Dio la vuelta y se encontró con una cortina de polvo que traspasaba una luz insoportab­le, que era lo único que quedaba de su lugar de trabajo.

—“¿Dónde están todos? Vamos a con-

tarnos” —faltaban Javier, Gilberto, Joana, don Antonio y el chico nuevo. —“¿Cómo se llama el chico nuevo?”.

In memoriam. La señora Mónica recogió el cuerpo de Rodrigo la tarde del 20 de septiembre. Fue de los últimos. Un rescatista le había dicho que no era su hijo, sino un hombre de más edad. Entonces, ella rompió el cerco y se acercó; ahí estaba él. Había encontrado al pequeño de sus sueños. No estaba perdido, lo tenía entre en sus brazos.

Costeó el velorio. Acudieron personas que ni conocía, como el dueño de la empresa donde trabajó su hijo. No se imaginó que un mes después le diría: “Hágale como quiera”, negándole una indemnizac­ión.

No fue la única sorprendid­a. La noche del sismo, el dueño pidió a sus trabajador­es rescatar todo el material de su área de trabajo. Eso lastimó a muchos. Estaban enfocados en buscar a sus compañeros en los escombros, ¿quién querría buscar folders? Trabajaron 15 días más desde casa y, con donaciones, se reinstalar­on en la Colonia del Valle. Ahí los visitó un tanatólogo, sin los jefes.

Les sacaron palabras sobre la relación con quienes murieron, nadie mencionó a Rodrigo, pero sí a Joana, la sonriente chica de recursos humanos o a Don Antonio, quien llevaba años ahí. O a Gil y Javier. También a Ale, la hija del portero que ese día no fue a la escuela, a la que, ya muerta, le robaron 32 mil pesos de la tarjeta. Fue tan fuerte aquello del tanatólogo que muchos no acudieron a la segunda sesión. La tercera nunca se realizó. Los jefes decidieron suspender todo para continuar con la vida. Muchos estuvieron de acuerdo.

Odisea solitaria. Rodrigo no fue contemplad­o en la carpeta de investigac­ión hasta enero, cuando su madre sorprendió a la agente del Ministerio Público, Eunice Pérez Mercado, quien llevó el caso.

— “No, no teníamos registrado a ningún Rodrigo” —le dijo la funcionari­a.

Es un misterio por qué nadie lo incluyó de inicio, como si no hubiera existido. Por eso su madre se aferró al acta de nacimiento. Aunque no fue suficiente.

Debió desembolsa­r 2 mil 500 pesos ante el Notario Público 127 para que le certificar­a lo impensable: que es madre de su hijo. Es el documento que le exigió la subdirecto­ra de la sucursal 228 de Santander, en donde él tenía una cuenta de ahorros y un seguro contra accidentes.

—“No, no creo que nos sirva ni el acta notarial” —respondió la mujer. Entonces la señora tuvo que ir a la Condusef. Hubo tres audiencias y, meses después, le entregaron el dinero de su hijo.

Baluher no se hizo responsabl­e por la muerte de su trabajador. La madre interpuso una demanda en junio de 2018.

¿Qué habrá sido? Eran las 12:23 del 16 de octubre de 2017. Ha pasado casi un mes desde que Emilio Farah Martínez, de 57 años, vio derrumbars­e el edificio que su padre adquirió en 1965. Es ingeniero civil, así que se preguntaba qué pudo haber pasado para que el sismo se llevara nueve departamen­tos y un local en la planta baja que arrendaba.

El 7 de septiembre, al registrars­e el temblor magnitud 8.2, revisó el edificio sin encontrar una falla o grieta.

Hasta ese día, cuando declaró ante las autoridade­s, pensaba que habían sido seis los fallecidos y no diez.

Recordó lo que pasó el 18 de septiembre, un día antes del sismo, cuando vio que en el predio colindante se hacían trabajos de construcci­ón que dejaron a la vista los cimientos de Viaducto 106, pero no sabía si eso pudo producir el colapso.

El 30 de enero presentó el contrato de arrendamie­nto de GIM publicidad y el nombre del ingeniero civil a cargo la obra del edificio colindante, la de Torreón 65. Nada más.

No habrá que esperar mucho para la resolución. El 22 de febrero, a las 8:00 de la noche, el arquitecto Miguel López Bringas, avalado por el ingeniero Máximo Romero, dio su peritaje al Ministerio Público basándose en fotos tomadas de los mapas de Google.

“Además de observarse también en esta imagen de Google Earth a un anuncio espectacul­ar colocado en la azotea de este edificio. Esto generó un peso adicional (...) un elemento importante para el colapso del edificio”.

Pese a esas pruebas, la conclusión se fue por otro rumbo seis días después, el 28 de febrero: “Se propone el no ejercicio de la acción penal por el delito de homicidio culposo”.

El umbral. No hay culpables. Para la ley, todo lo ocurrido tras el temblor es casual. Una combinació­n del paso del tiempo y la mala suerte.

La investigac­ión decía que la estructura se aferraba a parámetros del pasado, los de su construcci­ón. No importó que, en esa misma resolución, se haya enfatizado que el dueño del edificio nunca aportó un documento sobre las modificaci­ones que sufrió el inmueble. Incluso que presentó papeles de otro lugar. “Tanto la licencia de construcci­ón, solicitud de alineamien­to y número oficial, memoria de cálculo y planos arquitectó­nicos, no correspond­en con el edificio que se construyó en Viaducto 106”, acusa el oficio.

Las pruebas de laboratori­o simularon el movimiento de seis columnas que tenían una menor capacidad para soportar el peso del edificio. Pero sin fotos, sin planos, sin documentos, no se considerar­on cambios a la estructura original. Sólo se basaron en imágenes de Google.

—“¿Dónde sacaron los planos de otro edificio?, ¿quién autorizó así el cambio habitacion­al a comercial?, ¿por qué no sufrió daños en 1985?” —se preguntará Antonio Abud hijo, cuyo padre, el que ideó el proyecto, aún vive.

El hijo también es arquitecto y mostró una fotografía fechada en 1957, que nadie consideró en la investigac­ión.

A diferencia de la última imagen registrada en Google, ésta mostraba un muro que atravesaba verticalme­nte el inmueble. —“Esa modificaci­ón es la causa de su colapso” —opinó. Donde otros vieron un establecim­iento, Abud hijo vio un muro de carga, una gran pared que daba soporte, reemplazad­a por frágil acero.

—“Eso fue suficiente para dejar el edificio inestable ante una eventualid­ad; a eso le sumas la estructura del anuncio y el terremoto. Ahí está la tragedia” —declaró.

La imagen es en blanco y negro. Muestra un edificio para vivir, con balcones y una pequeña puerta que no mide más de un metro. El umbral que no todos pudieron atravesar 60 años después.

 ??  ?? Rodrigo empezó a trabajar en el edificio un día antes del sismo.
Rodrigo empezó a trabajar en el edificio un día antes del sismo.
 ??  ?? Mónica Arellano, quien perdió a su hijo Rodrigo, de 27 años, no ha sido indemnizad­a.
Mónica Arellano, quien perdió a su hijo Rodrigo, de 27 años, no ha sido indemnizad­a.
 ??  ?? Sin elementos.El dueño del edificio presentó documentos de otro inmueble. La resolución se hizo sin planos, basada en Google Earth y determinó que el peso del espectacul­ar influyó en el colapso.
Sin elementos.El dueño del edificio presentó documentos de otro inmueble. La resolución se hizo sin planos, basada en Google Earth y determinó que el peso del espectacul­ar influyó en el colapso.
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 ??  ?? El edificio de Viaducto 106, del arquitecto Antonio Abud, en 1957. La imagen no se tomó en cuenta en las investigac­iones.
El edificio de Viaducto 106, del arquitecto Antonio Abud, en 1957. La imagen no se tomó en cuenta en las investigac­iones.
 ??  ?? El inmueble a inicios de 2017. En 2009, la Seduvi autorizó un comercio. El muro de soporte fue sustituido por una cortina de acero.
El inmueble a inicios de 2017. En 2009, la Seduvi autorizó un comercio. El muro de soporte fue sustituido por una cortina de acero.
 ??  ?? Aunque había un fuerte olor a gas, la gente intentó remover los escombros para rescatar a las víctimas.
Aunque había un fuerte olor a gas, la gente intentó remover los escombros para rescatar a las víctimas.
 ??  ?? El espectacul­ar de la empresa GIM publicidad fue lo único que quedó tras el sismo del 19 de septiembre de 2017.
El espectacul­ar de la empresa GIM publicidad fue lo único que quedó tras el sismo del 19 de septiembre de 2017.
 ??  ?? La investigac­ión tras el derrumbre de Viaducto 106 se basó en Google Earth, al no contar el dueño con planos ni otros registros.
La investigac­ión tras el derrumbre de Viaducto 106 se basó en Google Earth, al no contar el dueño con planos ni otros registros.
 ??  ?? Absueltos. La resolución no encontró razones para ejercer acción penal por el delito de homicidio culposo.
Absueltos. La resolución no encontró razones para ejercer acción penal por el delito de homicidio culposo.
 ??  ?? Convenio.En 2004, el Gobierno capitalino y GIM Publicidad firmaron un acuerdo para retirar espectacul­ares en vías primarias.
Convenio.En 2004, el Gobierno capitalino y GIM Publicidad firmaron un acuerdo para retirar espectacul­ares en vías primarias.
 ??  ?? Oficinas. La Seduvi aprobó en 2010 que el edificio de viviendas cambiara su giro para instalar oficinas.
Oficinas. La Seduvi aprobó en 2010 que el edificio de viviendas cambiara su giro para instalar oficinas.
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