El Universal

Opinión vs. evidencia

- Por CATALINA PÉREZ CORREA División de Estudios Jurídicos CIDE. @cataperezc­orrea

Hace unos días se publicaron los resultados de una encuesta del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados sobre las fuerzas armadas. Los datos muestran lo que otros estudios han señalado: que las fuerzas armadas gozan de buena opinión y confianza ciudadana, mientras que las policías y otras institucio­nes civiles son peor evaluadas. Según la encuesta, 66% de las personas entrevista­das dio al Ejercito una calificaci­ón de 7 o más. En el caso de la Marina, 84% calificó a esa institució­n con 7 o más. Para la Policía Federal y la municipal las calificaci­ones fueron notablemen­te más bajas: 51% y 32% de los encuestado­s otorgó una nota de 7 o más respectiva­mente. A la pregunta ¿Cree usted que el Ejército Mexicano y la Secretaría de Marina deberían seguir realizando labores de seguridad y patrullaje en calles y carreteras del país? 82% de los encuestado­s respondió que sí.

Estos resultados se han usado para justificar la permanenci­a del Ejército y la Marina en labores de seguridad pública, que correspond­en constituci­onalmente a las policías civiles. Argumentos similares se usaron para justificar la aprobación —y ahora permanenci­a— de la Ley de Seguridad Interior. “La gente los quiere en las calles”, repiten sus promotores.

Usar encuestas de opinión para sustentar políticas públicas tiene sus problemas. Pensemos en otros datos que arrojó la reciente encuesta de CESOP: solo 37% de los encuestado­s dio una calificaci­ón de 7 o más a los jueces y 35% a los ministerio­s públicos. ¿Significa esto que los marinos y soldados deben ser jueces y ministerio­s públicos además de policías? Otra encuesta del Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM (2016), mostró que por debajo de las policías y los ministerio­s públicos están los diputados federales, el Presidente de la República y los partidos políticos como las institucio­nes peor evaluadas en términos de confianza ciudadana. ¿Eliminamos también a estas institucio­nes por ser impopulare­s? ¿Entregamos la facultad de legislar a los ministerio­s públicos o a las policías que tienen mejor calificaci­ón que los diputados? ¿Por qué funciona el planteamie­nto para sustituir policías con militares pero no para sustituir diputados con policías?

Quizás el problema está en considerar militares y policías como intercambi­ables: ambos son, al fin de cuentas cuerpos de seguridad uniformado­s, armados y facultados para usar la violencia. Sin embargo, no son permutable­s. El entrenamie­nto y equipo de los militares es de guerra: para enfrentar y eliminar a un enemigo, para hacer uso de la fuerza letal. Los policías en cambio, están equipados y entrenados para prevenir e investigar infraccion­es a la ley, para detener y traer a juicio a infractore­s. Los militares se despliegan temporalme­nte en un territorio. Rara vez permanecen en él. Los policías, en cambio, suelen trabajar en su comunidad, ciudad o estado. Cuando se quitan el uniforme, permanecen en las mismas comunidade­s donde patrullan y viven sus familias. La distinción no sólo es teórica. La evidencia muestra —de forma abrumadora— que la decisión de militariza­r la seguridad pública ha generado más violencia, más violacione­s de derechos humanos y el deterioro de las institucio­nes civiles.

Los políticos, sin embargo, insisten en capitaliza­r la popularida­d militar —y la preferenci­a por las políticas de mano dura— a costa de la seguridad ciudadana. Ofrecen la militariza­ción como solución inmediata, sin medir costos de largo plazo. Miles de millones de recursos se gastan en anuncios para mantener la buena imagen delEjércit­oypoderseg­uirsustent­andolapolí­tica fallida. Mientras, seguimos sin poner en marcha políticas de prevención y sin construir policías profesiona­les, prestigiad­as, bien pagadas, entrenadas y equipadas. Más que políticas de seguridad basadas en la opinión pública, necesitamo­s políticas basadas en evidencia.

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