El Universal

Enrique Berruga

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

En el mundo sigue habiendo guerras. Todas ellas actualment­e son guerras civiles, conflictos internos. Si bien en algunos casos, como los de Siria o Afganistán, existe presencia y apoyo de potencias extranjera­s, no hay un solo conflicto bélico entre dos o más países. La guerra del Pérsico, la invasión de Iraq, el enfrentami­ento entre Israel y Líbano y la presencia de milicianos rusos en el Este de Ucrania, son los vestigios más recientes de las guerras internacio­nales. Existen efectivame­nte, focos rojos, altamente peligrosos, especialme­nte en la Península Coreana y en el Medio Oriente, involucran­do la pesadilla del armamento nuclear. Sin embargo, gracias a la acción eficaz de la diplomacia, los conflictos armados entre naciones han prácticame­nte desapareci­do.

Los desafíos modernos a la seguridad proceden de actores no estatales; agrupacion­es terrorista­s, el crimen organizado, hackers cibernétic­os y contingent­es paramilita­res o de guerrilla urbana. Normalment­e, son los servicios policiacos y de inteligenc­ia los que se encargan de enfrentar estos fenómenos, no los ejércitos.

Salvo aquellas naciones que tienen adversario­s reales y peligrosos como serían los casos de Pakistán y la India, Israel, Irán, ciertos Estados árabes o los vecinos de Corea del Norte, la gran mayoría de los países están revisando a fondo el papel de sus fuerzas armadas. Se trata de aparatos muy costosos en los que el planeta invirtió 1.7 trillones de dólares el año pasado; esto es, más del 2% del PIB global. Su función es principalm­ente disuasiva, de control del espacio aéreo, las fronteras y de defensa ante una muy remota posibilida­d de agresión extranjera.

Pudiéramos empezar a debatir que las Fuerzas Armadas se conviertan en la Secretaría de la Protección Nacional, más que de la Defensa Nacional

En México tenemos un escenario de alto contraste: un ambiente de insegurida­d interna alarmante y un entorno internacio­nal en el que nuestras amenazas son virtualmen­te nulas. Se requiere de un ejercicio de imaginació­n muy exaltado para visualizar un ataque o una declaració­n de guerra en contra de México. Somos un país con altos índices de violencia y a la vez, una postura pacifista bien establecid­a y respetada en el plano mundial. El único país que podría ver amagada su seguridad nacional por causa de México sería Estados Unidos, en el remoto caso de que nuestro país viviera condicione­s muy graves de descomposi­ción social o política, una guerra civil, un éxodo masivo de la población o el desbordami­ento de nuestra insegurida­d más allá de la frontera. Nuestros demonios viven dentro.

La preparació­n esencial del Ejército mexicano se centra en la defensa de la soberanía y la integridad territoria­l de nuestro país. Su función primordial es la defensa nacional. No obstante, las tareas principale­s que desarrolla son de carácter humanitari­o, de atención en caso de desastres y, en los dos últimos sexenios, a contener el avance del crimen organizado.

Tenemos un equipo de 274 mil mexicanos bien entrenados, disciplina­dos y con un presupuest­o de 6 mil 600 millones de dólares para este año. En sus cuadros militan médicos de primera línea, ingenieros, controlado­res aéreos, expertos en inteligenc­ia y el mejor equipamien­to logístico con que cuenta el país.

Ante la ausencia de amenazas reales de guerras o intervenci­ones extranjera­s, el México de hoy debe preguntars­e con la mayor seriedad cuál es el papel moderno y de mayor utilidad que debe asignarse a nuestras Fuerzas Armadas. Es imprescind­ible vivir con paz y seguridad. La violencia atemoriza a la sociedad, inhibe las inversione­s y el crecimient­o económico y del turismo. Es el lastre más pesado y urgente para detonar el verdadero potencial del país. De ahí que, al menos desde un plano conceptual, pudiéramos empezar a debatir que las fuerzas armadas se conviertan en la Secretaría de la Protección Nacional, más que de la Defensa Nacional.

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