El Universal

Lorenzo Meyer

- Lorenzo Meyer www.lorenzomey­er.com.mx agenda_ciudadana@hotmail.com

“El punto importante es si México está o no en bancarrota. Y la respuesta depende de la posición social a través de la cual se examine la realidad mexicana”.

Bien por la U. de Arizona, que dio a Carmen Aristegui el premio Zenger de libertad de prensa.

Desde la óptica de la banca, en México no hay bancarrota. Pero vista la realidad con otro cristal, la respuesta es otra.

Las ciencias sociales funcionan con una especie de “ley de la relativida­d”: sus conclusion­es son siempre relativas. Todo análisis está afectado por los prejuicios e intereses del observador. Esa “ley” afecta cualquier respuesta a ¿cómo está hoy México?

¿Está el país en “situación de bancarrota”? Andrés Manuel López Obrador (AMLO) usó esa expresión para definir la condición del Estado que el gobierno saliente le entregará en diciembre. De inmediato, y empleando un lente de observació­n diferente, Claudio X. González, otros “hombres de empresa” y políticos del viejo y fracasado régimen —como Miguel Ángel Osorio Chong—, le respondier­on que México y su economía estaban bien, que cuidara sus palabras, pues proviniend­o del presidente electo, podían dañar el clima de las (sus) inversione­s.

Obvio, como presidente electo y luego en funciones, AMLO debe cuidar su discurso, explicarlo. Pero el punto importante es si México está o no en bancarrota. La respuesta depende, en parte, de la definición del concepto y, sobre todo, del color del cristal —la posición social y el interés económico— a través del cual se examine la realidad mexicana.

Según el Diccionari­o Esencial de la Lengua Española, (Real Academia, 2006), bancarrota, tiene tres acepciones: quiebra comercial, ruina económica y “descrédito de un sistema o doctrina” (p. 177).

La quiebra comercial no caracteriz­a hoy a México, pero su estado de salud es precario. El déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos del último año fue de 18 mil 331 millones de dólares. Más importante es que la deuda externa total acumulada ya llegó a los 481 mil millones de dólares, lo que rebasa el 40% del PIB, (www.indexmundi.com/mexico/debt_external.html), su uso no fue para infraestru­ctura y su pago consume más del 11% del gasto del sector público.

Lo de ruina económica depende desde dónde y con qué cristal se le mire. El crecimient­o del PIB para el 2017 se calculó en 2.0% y el per cápita en un raquítico 0.75%. En contraste, las utilidades de la banca crecieron “sin precedente­s”: 137 mil millones de pesos, es decir, 28.4% más que las del año anterior, (fuente: la CNBV). Si el PIB en conjunto creció apenas un 2%, pero el del sector bancario creció 14 veces más, entonces debe haber sectores económicos que no avanzaron o retrocedie­ron, como el industrial, que lo hizo en 0.6% respecto al 2016, (El Economista, 28/08/18).

Desde la óptica de los ingresos tributario­s, esos recursos con los que AMLO quiere cambiar positivame­nte el entorno material de los más pobres, si bien han pasado de un bajísimo 8.4% del PIB en 2006 al 12.8% en la actualidad, siguen siendo inadecuado­s, pues el promedio de recaudació­n en los países de la OCDE, es de 34.3% del PIB, y si para ser realistas sólo tomamos el del subconjunt­o de los países latinoamer­icanos, la cifra es 22.7%, (Revenue Statistics in Latin America and the Caribbean 2018). Como se le mire, en este campo la situación de México no es de congratula­rse.

Examinemos, finalmente, en nuestro contexto, la acepción de bancarrota como “descrédito de un sistema o doctrina”. Justo aquí viene al caso el Manifiesto por un liberalism­o renovado que hace, desde el lado del capital, uno de los más famosos órganos de opinión mundial y análisis del sistema económico liberal desde hace 175 años: The Economist,

(15-21/09/18).

Sin apartarse un milímetro de la defensa del liberalism­o que enarboló en su número inicial de 1843 y del neoliberal­ismo de hoy, The Economist, acepta que, si bien esta doctrina dio forma al mundo moderno, hoy, ese mundo se ha puesto en su contra, al punto que se viven los prolegómen­os de una rebelión popular contra las élites liberales. La revista sostiene la idoneidad de estos principios —compromiso con la dignidad humana, mercados abiertos, límite a la acción del gobierno y fe en el progreso por la vía del debate y la reforma—, pero acepta que en buena medida su práctica se fue por otro rumbo.

The Economist no usa el término bancarrota para calificar la situación del neoliberal­ismo hoy, pero sí su equivalent­e: “descrédito de un sistema o doctrina”. Los trabajador­es dudan de su equidad pues lo ven cargado a favor de los monopolios corporativ­os, ha fracasado en proveer respeto cívico para todos y la clase gobernante vive en una burbuja: “sus miembros van a las mismas universida­des, se casan entre ellos, viven en los mismos barrios, trabajan en las mismas oficinas” y esperan que el pueblo se mantenga lejos del poder y se contente con un cierto progreso material. Sin embargo, ese progreso hoy no se da porque hay un estancamie­nto de la productivi­dad y persisten los efectos de la crisis de 2008.

The Economista­cepta que hoy el “interés común” de la ideología liberal no existe, que lo que hay es la creciente polarizaci­ón de las sociedades, que se define como la lucha entre el “precariato” y los “patricios”, algo que tiene ecos de lo expresado en 1848 por el Manifiesto del Partido Comunista.

Y sin entrar en el tema de la bancarrota moral del régimen encabezado por el PRI y el PAN, resulta que el análisis económico y social de The Economist está más cerca del diagnóstic­o de AMLO que del de Claudio X. González, et al.

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