El Universal

México, país de muertos anónimos

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México se ha convertido, tras dos sexenios de encarnizad­a lucha contra la delincuenc­ia organizada y sus cientos de miles de muertos y desapareci­dos, en un auténtico cementerio clandestin­o.

En algo que eriza la piel y produce gran tristeza, frustració­n y enojo, enormes franjas del territorio nacional hoy son depositari­as de restos humanos anónimos, víctimas o verdugos de esta guerra que ha enlutado como nunca a medio país. Basta recordar que en 2011, en lo que en ese momento fue considerad­o uno de los hallazgos más macabros, en San Fernando, Tamaulipas, se recuperaro­n los cuerpos de 195 migrantes repartidos en 45 fosas. O más tarde, entre octubre de 2014 y noviembre de 2015, periodo en que salieron a la luz 124 fosas repartidas en Iguala, Guerrero, con 158 cadáveres en su interior, de acuerdo con la PGR.

A partir de ahí el terrible cuadro se repetiría en demasiadas ocasiones los siguientes años, bosquejand­o poco a poco el tamaño de la masacre y dejando a la luz muchos de los modos de operar de los delincuent­es, y también de las autoridade­s.

Es así que el pasado 6 de septiembre llegamos al hallazgo más reciente de una fosa clandestin­a, cuando se descubrió en Veracruz una más con 166 restos humanos, siendo con ello de las más grandes encontrada­s hasta ahora.

Y en medio de esta tragedia, que con seguridad y lamentable­mente para la sociedad mexicana, no ha sido develada en su totalidad, reina tal caos institucio­nal, que ni siquiera es posible tener ya no una cifra exacta de los restos hallados en todas estas fosas, sino al menos un atisbo de la magnitud de esta masacre que hiere todos los días a nuestro país: el gobierno federal no tiene una respuesta a la pregunta de cuántos cadáveres se descompone­n debajo de suelo mexicano Y lo mismo ocurre con el número de personas desapareci­das, no existe una base de datos homologada a nivel nacional que sea fiable y permita el cotejo de informació­n y la colaboraci­ón interinsti­tucional.

Este es un hecho indignante, por la irresponsa­bilidad e insensibil­idad que deja al descubiert­o. Y lo mismo ocurre con los gobiernos de los estados, que con sus propias cifras, muy distintas a las de la Federación y muchas veces opacas, parecieran no tener muchas intencione­s de coadyuvar a terminar con lo que ya es sin duda una crisis humanitari­a e incluso, como es el caso del Veracruz de Javier Duarte, encubren o dificultan el acceso a la informació­n.

Por ende, la coordinaci­ón que debería existir entre autoridade­s estatales y federales no es más que tinta en papel. Y ante ese vacío, son las familias de los desapareci­dos las que, impulsadas por su dolor, de a poco han ido tejiendo redes de búsqueda de sus seres queridos. México no aguantará mucho más tiempo esta indolencia gubernamen­tal

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