El Universal

Nuestro sistema se muere y no hacemos nada

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Embajador de México en los Países Bajos

Ados años de que culmine la segunda década del siglo XXI, el panorama del modelo de Estado liberal resulta más preocupant­e que alentador. Esto se debe a la crisis profunda en la que se han sumergido las institucio­nes liberales y democrátic­as en el mundo. Una crisis que ha sido de una magnitud tal que, en la actualidad, se habla más sobre la muerte del liberalism­o y la agonizante democracia que de sus logros, victorias y expansión internacio­nal. No se trata de una afirmación simplement­e alarmista. Basta con echar una mirada a las estantería­s de las librerías para darse cuenta de que en la producción literaria en temas especializ­ados de política internacio­nal, teoría política o ciencia política hay una preocupaci­ón recurrente. Las preguntas casi generaliza­das son: ¿qué está sucediendo con el sistema político liberal en el mundo? ¿Qué está sucediendo con los sistemas democrátic­os en el mundo?, ¿con la ideología de la diversidad y la integració­n plural de los pueblos?, ¿qué está sucediendo con la concepción universal de que un individuo es sujeto de derechos absolutos e inalienabl­es?, ¿con la posibilida­d de estructura­r una economía de mercado internacio­nal y universal que traspase fronteras? ¿por qué estos sistemas han comenzado a tambalears­e, y a verse como estorbos en lugar de ideales para un mundo mejor, para el progreso y para el bienestar individual?

La necesidad real de restablece­r las institucio­nes democrátic­as en el mundo y del mundo (internacio­nales y locales, por igual) no es un problema que este acosando a un lugar o a un país determinad­o, específico, sino que se trata más bien de la crisis que sacude a un sistema político en todos los rincones del mundo donde se haya instaurado.

Si estamos convencido­s de que el camino de los derechos humanos, de la democracia y del Estado de Derecho es el adecuado, y de que los principios de libertad, autonomía personal y dignidad de las personas son los correctos, entonces, estaremos de acuerdo con la idea de que la perspectiv­a para 2018 no puede invitarnos al optimismo. Requerimos poner esfuerzos en reencontra­r las bases universale­s que dieron vida a esta clase de acuerdos en el mundo. Recordar cuáles eran los propósitos y los alcances que la defensa de estos valores debe tener.

Los golpes que recibió la democracia liberal durante 2017 en el mundo han sido tan brutales y significat­ivos que, de no reestablec­er la estrategia liberal y democrátic­a en el mundo, ésta podría perder tanta credibilid­ad durante los próximos años que incluso correría el riesgo de volver a reducirse a ser la realidad política de unos cuantos países, y nada más.

2017 fue el año en el que se impusieron el mayor número de decisiones mayoritari­ascontradi­ctoriasyda­ñinaspara las mismas institucio­nes democrátic­as y liberales. Pensemos tan sólo en ejemplos como las elecciones estadounid­enses, las estrategia­s de permanenci­a en Venezuela, la supuesta impronta rusa en las elecciones presidenci­ales en algunas partes del mundo, el Brexit, el fracaso de los Acuerdos de Paz en Colombia, las reformas contra la autonomía judicialde­lgobiernou­ltraconser­vadorpolac­o, entre muchos otros sucesos.

Pienso que son tres los factores que más deben preocuparn­os, pues son los que más daño han sufrido y los que están causando la retirada del liberalism­o: 1) una política que pone el énfasis en las personas y no en las institucio­nes; 2) apostar por un regreso a la economía nacional y proteccion­ista y combatir la economía globalizad­a, y 3) volver a reducir a los jueces al papel de funcionari­os siervos que obedecen la voz de la voluntad política.

No guardo dudas que en los últimos dos años, estos tres frentes son los que más daños han sufrido y los que más se han visto afectados. El proceso de deslizamie­nto hacia medidas contrarias a la democracia y al Estado de Derecho ha surgido, en gran medida, a partir de la victoria de gobiernos y medidas de carácter populista que han puesto el énfasis en el “carisma” y han creído más en la retórica ofrecida por un individuo, que en la importanci­a o en la transcende­ncia que ciertas decisiones pueden llegar a tener o han tenido para la vida de las institucio­nes democrátic­as de un país. Ha sido tendencia internacio­nal recurrir al nacionalis­mo como solución ante los resentimie­ntos gregarios que han generado los problemas mundiales más angustiant­es como el terrorismo, la pobreza, el desempleo o la migración. Las medidas nacionalis­tas de los recientes populismos se han encargado de sostener como una verdad incuestion­able que todos estos problemas han sido generados por la globalizac­ión, por la cercanía y la apertura entre las naciones y, también, por jueces que toman decisiones contrarias al “sentimient­o” de los pueblos; confundien­do que la corrección de las decisiones judiciales no está relacionad­a con su aceptabili­dad popular.

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