El Universal

César Guemes

James Ellroy y la remadre que lo parió

- Para el chef Adrián Herrera, por la palabra dada @cesargueme­s

De ninguna manera hablaría aquí de la señora madre de un escritor, y mucho menos si la mujer ha fallecido víctima de un homicidio.

Pero el escritor es James Ellroy, a quien no es recomendab­le encontrars­e nunca salvo en un lugar público, con testigos y cámaras por doquier. Y también porque ese monumento a la novela autobiográ­fica que es Mis rincones oscuros, se vuelve a conseguir en nuestro país, ahora en una nueva edición dentro de la serie Literatura Random House, para el beneplácit­o del querido lector.

Tan sólo pensemos que si Freud hubiera leído esta novela de Ellroy, sin necesidad de repasar su muy extensa obra, como canta Ramón Ayala se habría “tirado a la borrachera y a la perdición” y adiós teoría del psicoanáli­sis.

Mis rincones oscuros es una puntillosa indagatori­a policial, llevada a cabo por el propio escritor con la ayuda extraordin­aria y precisa de Bill Stoner, un duro detective de la Brigada de Homicidios de la oficina del sheriff en Los Ángeles, con toda una vida dedicada a su profesión y una hoja de servicios intachable.

Pero también es una novela de amor filial, aunque se hable en ella de un crimen no resuelto pese a los miles de archivos, pistas, fotografía­s e interrogat­orios que repasaron o llevaron a cabo Ellroy y Stoner. Tan sólo el avance que ofrece el escritor para dar inicio a la novela es, por decir lo menos, desgarrado­r:

“Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y no tuviste los medios para defender tu vida. Tu huida a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso, ahora me presento como tu testigo. Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre. Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa. Quiero darte aliento”.

La mujer de la que habla, su madre, fue encontrada sin vida hace seis décadas, cuando James tenía apenas 10 años. Su nombre era Geneva Hilliker Ellroy, y su asesinato puso un sello indeleble entre ese pequeño que se enfrentó –también desarmado– a un mundo hostil, y el hombre y escritor en que habría de convertirs­e, luego de pasar por varios infiernos sucesivos.

El James Ellroy que hoy leemos con fervor y reverencia empezó a escribir a los 30 de su edad, y los abismos a los que quiso arrojarse sin ninguna red de protección incluyeron albercas olímpicas de alcohol y carretadas de sustancias que gustoso ingresó a su sistema por vía oral, nasal y directo a la vena. Con ese estilo de vida no es extraño que acabara viviendo en la calle largos periodos, los que no pasó en la cárcel.

Pero tuvo a bien regresar al mundo de los vivos, en el cual ya nadie lo contaba, y escribió en Mis rincones oscuros, por ejemplo: “Creí conocerte. Viví mi odio infantil como un conocimien­to íntimo. Nunca te lloré. Agredí tu recuerdo. Tu exhibiste una rectitud espartana. Los sábados por la noche, la olvidabas. Tus breves reconcilia­ciones te condujeron al caos. No quiero definirte así. No quiero revelar tus secretos de una manera tan vulgar. Quiero saber dónde enterraste tu amor”.

Más adelante, avanza la indagatori­a, pero no el ánimo de Ellroy, aquí personaje y persona al mismo tiempo recuerda con espantosa claridad aquello que pensaba apenas en la adolescenc­ia: “Yo tenía 13 años. Y estaba poseído por las mujeres muertas”.

Transcurre el tiempo, y a quien vemos reflexiona­r es al varón ya como un escritor reconocido, con obras que muy pronto se hicieron clásicos. Si el misterio se resuelve o no, es muy asunto del lector y de Ellroy, pero dejemos este aviso para navegantes en el que el señor James define así la búsqueda de un ser por lo pronto incorpóreo: “Vives fuera de mí. Vives en los pensamient­os enterrados de desconocid­os. Vives mediante tu fuerza de voluntad para esconderte y fingir. Vives gracias a tu fuerza de voluntad para evitarme. Estoy decidido a encontrart­e”.

Con eso debería bastar para que usted se sumergiera hoy mismo en la obra, pero démosle la palabra a Ellroy quien en una charla con Carles Geli, de El País, dictamina: “Si hay gente que quiere dedicarse a escribir libros sobre una sociedad utópica, me parece bien; deseo que llegue un momento en que no se abuse de las mujeres, pero me parece poco probable. Yo no propongo soluciones sobre un mundo utópico.”

James Ellroy, el hijo de su remadre queridísim­a, dejó la milonga y el debraye al que era asiduo, para tener, sin quererlo, el altar literario al que acuden sus devotos que se cuentan por millones y hoy, a sus 70 años se da el lujo de estamparle en el alma al que pase –en renovada edición– aquella búsqueda, perfectame­nte documentad­a y con apego a los cánones de la mejor escuela policial contemporá­nea en la que resuena, cito por segunda ocasión una frase que es el repicar de una campana en un pueblo abandonado: “Quiero saber dónde enterraste tu amor”.

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