El Universal

La Guardia Nacional o la mala idea que no quiere morir

Alejandro Hope

- alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

La Guardia Nacional es la idea zombi de la Cuarta Transforma­ción. La engendró en campaña Andrés Manuel López Obrador, la mató hace algunas semanas Alfonso Durazo, el probable secretario de seguridad del próximo gobierno, y la acaba de revivir el Presidente electo.

En Tlatelolco, en plena conmemorac­ión del movimiento de 1968, el futuro comandante en jefe de las Fuerzas Armadas afirmó lo siguiente: “Vamos a crear una Guardia Civil a nivel nacional con apoyo del Ejército, de la Marina y de la Policía Federal, vamos a unir a estas corporacio­nes en una Guardia Civil Nacional, donde se va a limitar el uso de la fuerza y se van a garantizar los Derechos Humanos”.

Esto contradice abiertamen­te lo señalado por Durazo el 15 de agosto: “La optimizaci­ón de esos recursos (de las instancias de seguridad) la vamos a garantizar a través de la coordinaci­ón y dejamos a un lado el tema de la Guardia Nacional”. Matizó esa declaració­n dos semanas después, al señalar que “no desestimam­os todavía la idea”, pero “en esta etapa las prioridade­s legislativ­as son otras”.

Donde manda capitán, no gobierna marinero. Dada la declaració­n de López Obrador es de suponer que la idea está viva. Y sigue siendo tan mala como en su primera formulació­n. Reitero la crítica que ya he hecho en varias ocasiones:

1. México sí enfrenta amenazas externas. Allí está Donald Trump por si alguien necesita un recordator­io. O Venezuela, como señal de que nuestro vecindario geopolític­o puede ser inestable. Además, nuestro país participa de manera creciente en misiones de mantenimie­nto de la paz o ayuda humanitari­a fuera de territorio nacional.

2. El Ejército y la Marina no son policías. No están hechas para preservar la seguridad pública. Su uso para esos fines siempre ha sido visto, incluso por los más entusiasta­s defensores de las Fuerzas Armadas, como algo anómalo y temporal. Incorporar­los a una Guardia Nacional dedicada a tareas de policía sería perpetuar la militariza­ción de la seguridad pública.

3. La Guardia Nacional está contemplad­a en la Constituci­ón, pero no para los fines y con el diseño propuestos por López Obrador. Se trata de una suerte de reserva militar, sujeta al control de los gobiernos estatales. No ha existido en la práctica desde el siglo XIX y no es un instrument­o de seguridad pública.

4. El escalafón jerárquico, la estructura de mando, las remuneraci­ones, el sistema de seguridad social y la cultura organizaci­onal de las Fuerzas Armadas son muy distintos a los existentes en las policías. Fusionar todo el personal en una sola corporació­n implicaría un rediseño administra­tivo gigantesco que, siendo muy optimistas, tomaría el sexenio entero.

5. Hay muchas maneras de mejorar la coordinaci­ón interinsti­tucional que no pasan por poner a todo mundo bajo el mismo paraguas organizaci­onal. Es posible, por ejemplo, crear unidades conjuntas con elementos de diversas dependenci­as o centros de fusión de inteligenc­ia.

6. Si lo que quiere el Presidente electo es una Guardia Civil a la española —un cuerpo intermedio con origen militar que realiza funciones policiales— se puede hacer sin fusionar nada. Las unidades hoy llamadas de Policía Militar podrían ser la simiente de ese cuerpo. Se requeriría, eso sí, una reforma constituci­onal para permitir una corporació­n de ese género. No es fácil, pero no requiere trastocar todo el andamiaje legal e institucio­nal de la seguridad pública.

En resumen, este asunto de una corporació­n que mezcle marinos, soldados y policías es un sinsentido. Lo era en la campaña, lo es en la transición y lo seguirá siendo en el gobierno. Es una mala idea que merece sepultura. Y tal vez una estaca en el corazón para que ya no se levante de entre los muertos.

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