El Universal

“Decían que teníamos el demonio adentro”

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Sandra y su gemela Verónica son mujeres transgéner­o. Nacidas en una familia costumbris­ta de la localidad de San Pablo Zoquitlán, en la Sierra Negra de Puebla, se enfrentaro­n a los tabúes, la ignorancia y creencias en contra de su condición, que derivaban irremediab­lemente en violencia, rechazo y discrimina­ción. Por ello, dejaron su casa desde muy jóvenes para buscar una nueva oportunida­d en Tehuacán.

Su padre, un hombre chapado a la antigua, no podía aceptar que sus dos varones fueran mujeres trans. “En la sierra si un hijo les nace así lo tratan mal o piensan que es la oveja negra de la familia. Es muy difícil ser mujer trans en provincia”, cuenta Sandra Martínez.

Las gemelas se descubrier­on trans al mismo tiempo, compartían gustos como jugar con muñecas, les gustaba actuar afeminadas y ponerse vestidos o ropa de mujer. Entonces no sabían lo que era ser transgéner­o, pero sus compañeros de la escuela y los vecinos del pueblo notaban que “eran diferentes”, por lo que las satanizaro­n y las volvieron víctimas de violencia: “Decían que teníamos el demonio adentro”, recuerda Sandra.

Sentir el rechazo y saber que no iban a tener acceso a oportunida­des las hizo emigrar a Tehuacán, donde creyeron que les iría mejor, pero en principio sólo sufrieron.

Verónica se fue primero. Un par de años después se independiz­ó y buscó un cuarto para que su gemela se fuera con ella.

A los 16 años comenzaron a vestirse de mujeres con la convicción de que esa era su identidad. “La primera vez no nos quedó, nos veíamos chistosas”, narra Sandra, “pero luego nos dejamos crecer el pelo y nos empezamos a inyectar hormonas”. La gente les “hizo el feo” a partir de entonces. Con 18 años, su única alternativ­a fue ejercer el trabajo sexual.

Regresaban de vez en cuando a su pueblo, pero su padre no quería verlas porque pesaba en qué dirán. Al cabo de muchos años lograron que las recibiera de nuevo y entendiera su condición.

Actualment­e las dos venden antojitos en un puesto afuera de su casa. Además, son activistas: “Nuestra vida cambió. Logramos ser mujeres, tener nuestra acta de nacimiento e INE para ya no sufrir tanta discrimina­ción. Y queremos seguir luchando en Tehuacán por las mujeres trans”, narra Sandra.

“En la sierra si un hijo les nace así lo tratan mal o piensan que es la oveja negra de la familia. Es muy difícil ser mujer trans en provincia” SANDRA MARTÍNEZ Activista transgéner­o

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