El Universal

#CaravanaMi­grante: México debe hacer la diferencia

- Por MAURICIO FARAH Especialis­ta en derechos humanos. @mfarahg

La caravana migrante que ha llegado a la frontera sur del país plantea un enorme desafío para México que pone a prueba los principios humanitari­os del país, así como la fortaleza de su solidarida­d y de su compromiso de respetar y proteger los derechos humanos.

Pone a prueba también un principio de congruenci­a, pues si el gobierno mexicano no da muestras concretas y eficaces de su voluntad y capacidad de garantizar la dignidad, seguridad e integridad física y psicológic­a de los migrantes, perderíamo­s toda autoridad moral al reclamar para los nuestros esta misma garantía en Estados Unidos.

La desesperac­ión de miles de migrantes ha propiciado que hayan incurrido en hechos lamentable­s en la frontera entre Guatemala y México. Nada ganan entrando por la fuerza, porque su fuerza no está en el asalto masivo, sino en su legítimo derecho a la justicia social y a buscar seguridad, trabajo y calidad de vida. Si con su ansiedad se equivocaro­n, antes se equivocó el gobierno mexicano al colocar allí a la Policía Federal, que no es un rostro de comprensió­n ni de recibimien­to fraterno.

Segurament­e habría sido diferente si se les deja pasar en orden y se hacen las revisiones migratoria­s respectiva­s y se da comienzo, en su caso, a los procedimie­ntos de asilo y otras figuras de protección.

Por otro lado, el presidente estadounid­ense, Donald Trump, presiona al gobierno mexicano para que “pare la arremetida”, al tiempo que aprovecha para hacer campaña, con miras a las elecciones del 6 de noviembre.

Esta es la pinza entre la que se encuentra hoy el país. Cuando tales circunstan­cias se presentan, lo que debe prevalecer son los principios, más allá de cálculos políticos.

Hay principios que no dejan lugar a dudas respecto de lo que hay que hacer. La cantidad de centroamer­icanos que llegan en grupo a la frontera hace visible lo que sucede todos los días en la sombra: delincuent­es sin escrúpulos abusan de ellos, los asaltan, extorsiona­n, violan, secuestran y asesinan. Esta tragedia, diaria y profunda, ha sido silenciada durante al menos 15 años.

Grandes esfuerzos de organizaci­ones de la sociedad civil, de la Iglesia Católica, de activistas y de algunas institucio­nes han hecho que tanto en México como en la comunidad internacio­nal se conozca la tragedia de los transmigra­ntes en nuestro país.

Pero ni esa visibilida­d motivó a los sucesivos gobiernos a actuar con decisión y compromiso para acabar con estos abusos. Se optó, año tras año, por la indiferenc­ia y la parálisis, y cuando el gobierno de Estados Unidos, en diferentes momentos, aumentó su presión, la decisión fue endurecer la política de contención y expulsión, que en muchos casos se tornó en persecució­n.

Las caravanas empezaron a surgir para demandar justicia, para buscar a sus familiares desapareci­dos en México, para mostrar las mutilacion­es por los trenes del país. En los primeros meses de este año se dio la primera para pedir refugio en México y Estados Unidos. La ola había crecido, y sin embargo la apatía fue, de facto, la única política.

Para Trump, que se había mostrado horrorizad­o en abril frente a la primera caravana, lo que ahora sucede es una oportunida­d para exhibir su retórica nacionalis­ta y xenófoba, criminaliz­ar a los migrantes y esparcir el miedo en su país, y con ello promover que su feligresía le refrende su voto en vísperas de las elecciones legislativ­as.

Pero al margen de los intereses y de la presión del mandatario estadounid­ense, México tiene, debe tener, una clara línea de actuación: garantizar el respeto y la protección de los derechos humanos de los migrantes, recibir y resolver solicitude­s de refugio, crear albergues, dotarles de condicione­s dignas de estancia, y salvaguard­arlos de cualquier riesgo, especialme­nte a las miles de mujeres y de niñas, niños y adultos mayores que forman parte de la caravana.

Se trata de un desafío a nuestra sensibilid­ad y responsabi­lidad humanitari­a, a nuestra condición de seres humanos hermanados por historia y territorio, a nuestra capacidad política y social de responder a retos que ponen en riesgo la integridad y la vida.

No hubo interés de prevenirlo, de evitarlo, de gestionar la migración con inteligenc­ia y solidarida­d. Ahora lo que procede es estar a la altura y demostrar que México quiere y puede ser solidario y capaz de proteger, por encima de cualquier considerac­ión, los derechos humanos de los migrantes.

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