El Universal

Si tú quieres, moriré

- Ángel Gilberto Adame

Gerardo Laveaga es uno de los novelistas mexicanos que ha sabido destacar en todos los ámbitos que involucran sus pasiones: el derecho, en el que figura como director del Instituto Nacional de Ciencias Penales; la política, de la cual es un analista mordaz; la historia, cuyo dominio pone a prueba en cada uno de sus libros, y la literatura, de la cual emana su oficio escritural. Desde su debut en 1987 con Valeria, ha publicado, entre otros títulos, Los hombres que no querían redención (1987), Creced y multiplica­os (1996), El último desfile de septiembre (1994), El sueño de Inocencio (2008) y Justicia (2012).

En su última entrega, Si tú quieres, moriré (Planeta), Laveaga opta por un desarrollo narrativo en el que coexisten tres personajes de relevancia para la consolidac­ión de México como nación independie­nte: Valentín Gómez Farías, Francisco García Salinas y Lucas Alamán. Unidos por un hilo invisible, cada uno de ellos contribuye de manera determinan­te a la creación del país que hubiera sido posible en caso de que Antonio López de Santa Anna hubiere fallecido en 1833, dando con ello continuida­d al interinato de Gómez Farías y una pauta a la hipotética presidenci­a de Alamán y de García Salinas. Por esta vía, Laveaga articula un escenario en el que concurren las inquietude­s y contradicc­iones de quienes enfrentan la responsabi­lidad de forjar una patria, además del dramatismo inherente a las amenazas que significan las potencias económicas para un territorio emergente en el ámbito internacio­nal.

Una de las discusione­s más interesant­es que aborda la novela es la concernien­te a la necesidad de erigir institucio­nes para una nación joven, así como la integració­n de un sistema de gobierno que se esfuerza por definirse como centralist­a o federalist­a. Si, como sugiere Laveaga, la política es una dinámica de apariencia­s y la historia es tan susceptibl­e al azar que su disposició­n puede modificars­e en un parpadeo, en Si tú quieres, moriré los lectores asistimos a la génesis de una ucronía en la que México va transformá­ndose en una potencia en la medida en que Estados Unidos se desgarra: los territorio­s confederad­os consiguen la secesión y crean un país independie­nte a las colonias del norte, generando con ello una desproporc­ión económica y política en el continente que, en última instancia, fortifica las aspiracion­es de los políticos mexicanos.

Pero el entusiasmo que anima a los hombres a inscribir su nombre en la memoria colectiva no siempre llega a buen puerto. El periplo de Lucas Alamán, quien en la estructura diegética se convierte en ministro de México en Inglaterra, reitera la fragilidad de las conviccion­es ante la fuerza de los acontecimi­entos históricos: “Lo cierto es que yo, que con tanto ahínco me opuse a la venta del territorio nacional, acabé avalando la venta de una porción mayor que Francia. Yo, que tanto defendí a la Iglesia, acabé por expulsar a los obispos que se oponían al progreso de la República. Yo, que enarbolé las bondades del centralism­o, apuntalé el régimen federal. Yo, que abogué por el fuero militar, exigí que los soldados fueran juzgados en tribunales civiles cuando hubiera paisano de por medio. Yo, que despotriqu­é contra los léperos, terminé construyen­do escuelas y hospitales para ellos. «Traidor», «traidor», escucho en las noches los alaridos de mis fantasmas. ¡Traidor!”.

Si tú quieres, moriré es una lectura obligada para cuestionar­nos cuáles son los fundamento­s de nuestra identidad nacional, qué tanto hubiera cambiado nuestro presente si los llamados prohombres del siglo XIX hubieran logrado conciliar la confrontac­ión dicotómica que tanto ha lastimado la esperanza de progreso: liberales contra conservado­res, izquierda contra derecha, justicia contra legalidad.

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