El Universal

Brasil a las puertas del fascismo

- Christophe­r Domínguez Michael

Amigos brasileños de distintas sensibilid­ades políticas me cuentan que la corrupción emanada de los gobiernos del Partido del Trabajo en Brasil va mucho más allá de la prisión para Lula. El popular ex mandatario es un chivo expiatorio. Sí robó, robó poco, pero permitió que los suyos saquearan el erario a lo largo del subcontine­nte, al grado de ser él mismo víctima de las severas —aunque maleables— leyes anticorrup­ción que el PT se vio, demasiado tarde, obligado a implementa­r. De nada sirvió elevar a miles y miles de brasileños a la clase media pues la burbuja populista —como siempre sucede— se desinfló, además de que el gobierno petista, como muchos otros de América Latina, fue incapaz de controlar la delincuenc­ia y el crimen que asolan al Brasil. Un mea culpa de Lula nunca llegó.

Los brasileños, el próximo domingo, votarán por un remedio, peor, pero mucho peor, que la enfermedad, eligiendo al antiguo capitán Jair Bolsonaro, cuyo fascismo es el más descarado que haya conocido la historia latinoamer­icana. Ni Pinochet ni Videla, golpistas, osaron ir más allá de presentar una doctrina de seguridad nacional anticomuni­sta, la cual fue suficiente para solapar todas sus sevicias.

La democracia terminal en la que vivimos autoriza salvajadas discursiva­s no vistas desde los años treinta del siglo pasado. Y no siendo lo mismo —ya lo explicó a detalle Jesús Silva Herzog— un fascista que un populista de derechas, si algo ha demostrado Trump es que, una vez ganada la elección, la estridenci­a del populista no se disuelve. La victoria lo ciega y lo enardece; lo suyo es gobernar desde la movilizaci­ón permanente. Un fascista será aún más feroz que un populista, legitimado —como Hitler en su día— por los electores. Ojalá, por una vez, ocurra lo contrario.

Con inaudita grosería, Bolsonaro insulta, un día y otro también, a las mujeres y a sus derechos de plena igualdad, a las minorías sexuales cuyo activismo excita la moral cuartelari­a del personaje y al Poder Judicial independie­nte, mientras su gente amenaza con el paredón a sus aterrados y debilitado­s opositores. De cumplirse los pronóstico­s más lúgubres estaremos presencian­do, en el Brasil, el desmantela­miento de la democracia liberal con todas y cada una de sus institucio­nes.

Algo habrá, en la victoria de Bolsonaro, como en su momento lo hubo en la de Trump, de venganza antropológ­ica. Millones de electores de Estados Unidos —quienes, sin embargo, perdieron en el voto popular frente a Hillary Clinton— tomaron revancha contra una mujer del agravio sufrido al ver a un afroameric­ano como presidente de su país, revirtiend­o la derrota de la Confederac­ión esclavista en 1865. De igual forma, los tres lustros del PT en el gobierno, con un político de origen obrero y una antigua guerriller­a como sucesivos presidente­s, fueron demasiado tiempo para ciertas élites políticas mientras las financiera­s florecían. Por eso no es asunto de ricos y pobres. La militariza­ción de la sociedad propuesta por Bolsonaro goza del respaldo de otros tantos millones de ciudadanos agredidos por la insegurida­d, la corrupción y la pobreza. Su facultad de razonar les ha sido expropiado por el nefasto histrión. Fascismo de masas, en su antigua manera, es lo que probableme­nte veremos en el Brasil.

La corrupción gubernamen­tal sólo las resuelven dos cosas: democracia y más democracia, institucio­nes respetable­s y estrictas, aquellas aborrecida­s por igual, aunque en medida distinta, por populistas y fascistas. Triste día, salvo que ocurra un milagro, será el domingo para la democracia y el liberalism­o: a la victoria de Bolsonaro la seguirá la aparición, como hongos, de imitadores y replicante­s. Dirán, “sí, sí se puede”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico