El Universal

¿Por qué odiamos la política?

- Por ANDRÉS ROEMER Embajador de Buena Voluntad de la Unesco

Hace un par de días estaba navegando por Amazon y me topé con un libro que ya conocía pero considerab­a justo releer: ¿Por qué odiamos la política? de Colin; Ahí, “Añadir al carrito” y listo. Estaba saboreando mi adquisició­n —pues hay pocas cosas que disfrute más que comprar libros— cuando entre las sugerencia­s por haberme interesado en dicho título encontré otro de nombre Por qué la gente no confía en el gobierno?, de Joseph S. Nye Jr., clic; ¿Por qué no votar por un político?, de David Velázquez García, clic; Enemigos de la gente, de Sam Jordison; clic.

No obstante, me puse a reflexiona­r sobre aquella tendencia y llegué a la conclusión de que este tipo de preguntas no son importante­s, sino imperativa­s: ¿por qué odiamos la política y que implicacio­nes conlleva ello?

Muy sencillo: los políticos no han dado resultados. Los gobiernos de distintos partidos han mermado la confianza y han evaporado el capital social. En suma, han fallado.

Las implicacio­nes son muy claras; los políticos disfrazado­s de anti-políticos ganan elecciones.

Ante vacío y frustració­n, el electorado compra eslóganes de cambio. El problema de fondo es que vender esperanza bienintenc­ionada es condición necesaria, más no suficiente, para crear prosperida­d.

Estimado lector, lo invito a ponerse cómodo y disfrutar de esto que llamo “Buenas intencione­s, malas ideas”. Imagine el siguiente escenario: Se le designa como nuevo titular de una dependenci­a mexicana del sector público. Se le advierte que para comenzar a trabajar deberá sujetarse a un sinfín de restriccio­nes existentes.

No puede adquirir herramient­as de trabajo sin pasar por los trámites requeridos.

No tiene flexibilid­ad ni autonomía en el manejo de recursos humanos y administra­tivos. Por ejemplo, con los recursos que se le asignan, no puede contratar a un “súper subsecreta­rio” y a cambio despedir a tres directores generales.

Por diversas razones sindicales, una parte de su personal es inamovible independie­ntemente de su desempeño. De hecho, casi 60 por ciento de los grandes talentos que formaban parte de la secretaría de la que se hace responsabl­e, probableme­nte abandonará­n sus puestos el primero de diciembre; pues no les inspira trabajar por debajo de su costo de oportunida­d al percibir un sueldo 40% por debajo del existente.

Por ello es muy probable que cuando usted tenga que rendir cuentas, simplement­e tenga que culpar a algún tercero y dar explicacio­nes que terminarán deterioran­do su credibilid­ad, capacidad y talento.

Para cumplir, no se requiere mayor presupuest­o; pero sí libertad para reasignar recursos y con ello hacer lo mismo con menos o más con lo mismo.

¿Cuándo vamos a entender que el gobierno da resultados, no por decreto, ni con fórmulas mágicas? Estos se logran a partir de arreglos institucio­nales eficientes, con criterios de rendición de cuentas a la ciudadanía, con principios inquebrant­ables de mérito. Es necesario impulsar un sistema de indicadore­s de desempeño que sean específico­s, creíbles y medibles en varios plazos.

Es hora de que los políticos reconozcan que no importa el número de policías que se contraten, importa que bajen los asaltos violentos “en un 75%”; se disminuyan los crímenes “en un 85%” y se reduzcan los secuestros “en un 97%”. No importa el número de hospitales o vacunas, importa tratar y erradicar el cáncer, la diabetes, la hipertensi­ón, la obesidad, enfermedad­es cardiovasc­ulares y el asma (padecimien­tos comunes entre los mexicanos). No importa el número de maestros evaluados, importa que nuestros alumnos prueben satisfacto­riamente sus conocimien­tos y habilidade­s en ciencias, inglés, humanidade­s, inteligenc­ia emocional… El tema no es de buenas intencione­s, sino de buenas ideas. De arreglos institucio­nales inteligent­es. De proyectos probados, no de ocurrencia­s al vacío.

La próxima vez que usted escuche que alguien odia al gobierno, la primera pregunta que debe hacerse es: ¿Cuáles han sido los resultados hasta el momento, se lograron de manera ética y eficiente?

Por ello, el arte de las políticas públicas es saber administra­r expectativ­as y servir a la ciudadanía. No saber vender oasis en los desiertos.

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