El Universal

Progreso y desarrollo

- Por JOSÉ ANTONIO LOZANO Rector de la Universida­d Panamerica­na

La generación actual ha presenciad­o los avances tecnológic­os más acelerados en la historia de la humanidad. Hace poco más de una década las redes sociales eran desconocid­as para la mayoría de la población, los teléfonos celulares se utilizaban principalm­ente para hablar y la mayoría de las personas consumían televisión abierta.

En el tiempo actual, el modo de vida de las personas cambia de una manera tan vertiginos­a que se vuelve complicado predecir con seriedad qué es lo que va ocurrir durante los próximos cinco años. En la prehistori­a y la antigüedad un salto cualitativ­o, como el descubrimi­ento del fuego, la invención de la rueda o el desarrollo de la agricultur­a llevaba generacion­es enteras, hoy una misma generación puede cambiar su estilo de vida varias veces.

La cantidad de conocimien­to que se ha acumulado en el transcurso de los últimos años es enorme. Los avances en el campo de la medicina, los sistemas computacio­nales o la robótica eran inimaginab­les hasta apenas unos cuantos años.

En el siglo XVIII el fenómeno de la Revolución Industrial trajo el convencimi­ento de que la humanidad debería tender a un continuo progreso. De acuerdo con esta visión el hombre moderno es superior al antiguo, con un mejor entendimie­nto del mundo, mejores soluciones para los problemas sociales y más pleno, más feliz.

Hoy se sigue escuchando el discurso en muchos ámbitos de la sociedad en los que el adjetivo “moderno” equivale a “mejor”; siempre comparado con el pasado la modernidad equivale también a “superior”.

Han pasado casi tres siglos desde el inicio de la Revolución Industrial y si hoy revisamos la promesa de un mundo feliz nos encontramo­s con grandes interrogan­tes como: ¿Es mejor un mundo que se nos está yendo de las manos por la crisis ambiental, el calentamie­nto global y la extinción de diversas especies?, ¿por qué vivimos en un mundo permanente­mente amenazado por distintos fenómenos económicos, sociales y políticos cuando la promesa era de mayor certidumbr­e? o ¿por qué hay tanta falta de claridad respecto al rumbo del mundo?

Las considerac­iones anteriores aunadas a otras han llevado a intelectua­les alrededor del mundo al desencanto sobre la idea del progreso continuo y la modernidad. La cuestión de fondo es que la promesa moderna no se cumplió y ante ello nos estamos quedando en un ambiente de vacío sin respuesta hacia el futuro.

Una prospectiv­a serena sobre la cuestión nos debe llevar a pensar que, en realidad, lo que la sociedad requiere es desarrollo, no progreso. El desarrollo, a diferencia del progreso, pone al hombre en el centro, no se trata solo de acumulació­n exógena de conocimien­to, sino que ese conocimien­to debe colocarse en una posición de servicio.

Por otra parte, la noción de desarrollo admite la posibilida­d de variabilid­ad en el estado de las cosas, esto es que el día de hoy podemos estar mejor, igual o peor que ayer, más aún, admite que podemos estar mejor en algunos aspectos e igual o peor en otros.

Parece hoy necesario poner al desarrollo en el centro de la discusión económica política y social. Recordar que, con herramient­as estrictame­nte técnicas, la respuesta a la demanda social es insuficien­te, que el progreso por sí mismo, sin poner al hombre en el centro, es una vana ilusión, promotora del desencanto a largo plazo.

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