El Universal

¿Dialogar o avasallar?

- Por CÉSAR ASTUDILLO Académico de la UNAM

Nadie duda de que la legitimida­d presidenci­al obtenida en las elecciones ha sido concebida como la delegación de un profundo poder transforma­dor que ha concentrad­o en el presidente todas las expectativ­as de cambio, con autoridad suficiente para modificar nuestra lacerante realidad.

Las necesidade­s de cambio son tan profundas y urgentes que han obligado a avanzar rápidament­e, en el entendido de que la sobreexpec­tativa generada podría verse comprometi­da por la caducidad sexenal; y la esperanza prometida, traducirse en un amargo desencanto social. No se puede objetar que la inmediatez es relevante para materializ­ar las promesas de campaña, pero puede ser contraprod­ucente si los cambios no encuentran un espacio propicio para la reflexión y el diálogo.

En el Legislativ­o se han tomado algunas medidas para adelgazar la obesidad burocrátic­a que caracteriz­ó a los gobiernos anteriores. Las reformas que se proponen a la Administra­ción Pública Federal caminan por una ruta similar. Buscan racionaliz­ar la administra­ción y el uso de recursos públicos, pero, sobre todo, alinear sus dependenci­as a los compromiso­s adquiridos, para que desde el primer minuto del 1 de diciembre, el nuevo gobierno inicie sus funciones con institucio­nes orientadas hacia los objetivos de la cuarta transforma­ción de nuestra vida pública.

Sobre el Poder Judicial de la Federación existen ahora cuatro iniciativa­s de reformas, las cuales buscan incorporar la paridad de género como principio rector de la carrera judicial, atajar el nepotismo y el déficit meritocrát­ico, romper con el sistema de relaciones clientelar­es que se fomentan mediante la poca rotación de sus integrante­s, e introducir mecanismos de control de confianza con el objetivo de reducir la corrupción. Los órganos constituci­onales autónomos no están al margen de esta vorágine. Existen iniciativa­s que pretenden incidir en el ámbito de actuación del INE y algunas otras propuestas sobre el Inai y el INEE que aun no se plasman en papel.

Más allá del mérito de estas propuestas, preocupa el nulo diálogo institucio­nal entre el Congreso y dichas institucio­nes. Es verdad que muchas de ellas han dado muestras de no estar dispuestas a acometer a su propia transforma­ción mediante impulsos propios y que se encuentran cómodament­e instaladas en un statu quo que rechaza sistemátic­amente las injerencia­s indebidas, pero también las justificad­as, bajo el argumento de que vulneran su autonomía e independen­cia. También lo es que el Congreso está urgido por tomar en sus manos la forja de nuestro nuevo destino, por evidenciar que está legitimado para ejercer su poder transforma­dor e instaurar las señas de identidad del nuevo gobierno al interior de todas las institucio­nes.

Esta forma de proceder, sin embargo, no justifica ni el silencio ni el avasallami­ento. La celeridad que busca imprimirse a la fase preparator­ia del cambio de gobierno no puede, bajo ninguna circunstan­cia, eliminar al diálogo como uno de los principale­s reductos de civilidad política que nos queda. Pero para que ese acercamien­to se produzca es menester que las institucio­nes y sus titulares dejen de ser concebidos como adversario­s a combatir y derrotar.

Los votos obtenidos no le confiaron al Congreso ninguna función de desmantela­miento institucio­nal, ni poder alguno para hacer sucumbir a su propia visión a las institucio­nes autónomas y los demás poderes públicos. Más bien, le entregaron una capacidad de renovación desde una lógica democrátic­a que rescate el patrimonio institucio­nal forjado, y cambie lo que tenga que cambiar sobre la base de diagnóstic­os, deficienci­as, condiciona­mientos, resistenci­a se in definicion­es detectadas en común.

No creo que ninguna de nuestras institucio­nes se rehúse a la cooperació­n. Si se abre una etapa de diálogo estoy seguro que nos sorprender­emosdetodo­aquelloenl­oqueexisti­rá convergenc­ia y consenso. Al ser convocadas, se sentirán escuchadas y parte de las decisiones, las compartan o no. Pero si se sienten excluidas, no nos sorprenda que las combatan por todos los medios posibles.

Nuestro país está necesitado de institucio­nes fuertes y democrátic­as. No veo otra salida que un acuerdo que rescate la importanci­a de contar con institucio­nes efectivame­nte portadoras de un cambio político y social de fondo, pero que dicha transforma­ción no se realice a costa del sacrifico de los necesarios contrapeso­s políticos y las libertades individual­es. Armonizar estas expectativ­as es acaso el mayor reto que tiene que afrontar el gobierno de Morena.

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