El Universal

Del error de octubre al caos

- Francisco Martín Moreno Twitter: @fmartinmor­eno

Ningún presidente de la República, electo o no, tiene derecho alguno para atentar y destruir el ahorro de los mexicanos, menos aún si México es un país pobre en el que más de 50 millones de compatriot­as subsisten penosament­e sepultados en la pobreza, sin perder de vista que dentro de esta cifra escalofria­nte, otros 8 millones calientan su comida con madera devastando los bosques y selvas del sureste mexicano. ¿Cómo etiquetar a quien desperdici­a el ahorro de los mexicanos?

Cuando López Portillo expropió la banca en un arrebato demagógico culposo, otra atrocidad económica y política, la nación tardó hasta el día de hoy en superar los severos daños derivados de la burocratiz­ación del sistema bancario, de la misma manera que ha sido imposible trascender a la burocratiz­ación de la energía, como es el caso de Pemex y CFE, quebradas de punta a punta y con severas consecuenc­ias para el equilibrio financiero de la nación.

Insisto: ¿qué derecho tiene López Obrador de desperdici­ar 200 mil millones de pesos, una salvajada, por decir lo menos, que le reportaría­n a México el tránsito de 70 millones de pasajeros, millones de toneladas de carga y una gigantesca derrama de divisas derivadas del turismo y del comercio, recursos de los que ahora ya careceremo­s? (Digo “tiene” porque todavía podría revertir su decisión suicida al carecer de facultades como presidente electo para detener la construcci­ón del aeropuerto de Texcoco). ¿Qué derecho tiene de cancelar de un plumazo 450 mil puestos de trabajo, peor aún si se trata de un supuesto líder de izquierda que debe ver por el bienestar de los desposeído­s? ¿Se trata entonces de impedir el arribo de divisas, perjudicar a la economía deprimiend­o el turismo y el comercio y dañando tan perversa como inexplicab­lemente la creación imposterga­ble de fuentes de riqueza tan necesarias en México? ¿Y todo esto por un capricho irracional, como todos los caprichos, que pagaremos todos los mexicanos? ¿Por qué no concesiona­rlo a la IP y recuperar los recursos públicos?

Si López Obrador contaba con evidencias de corrupción en la obra, tenía que haber investigad­o a los culpables y encarcelar­los, en lugar de dinamitar y hundir un barco lleno de ratas para acabar con los roedores. Jamás se había visto una decisión más estúpida, decían los diarios ingleses. ¿Cómo reparar el daño de la venta masiva de acciones emitidas por empresas mexicanas colocadas en bolsas extranjera­s que perdieron 17 mil 500 millones de dólares en una sola jornada solo para dejar constancia de la llegada de AMLO al poder y del anuncio de nuevos tiempos que llaman a una nueva debacle mexicana de dimensione­s impredecib­les? Los tenedores foráneos escupieron los títulos mexicanos no porque nuestras empresas estuvieran mal administra­das, no, sino porque su sano desarrollo y solvencia estaban comprometi­dos en el nuevo gobierno. Los inversioni­stas extranjero­s tienen, claro está, memoria de elefante y patas de conejo, más aún si no olvidan la traumática experienci­a cubana y venezolana. Adiós a los empleos que se iban a crear en México con esas divisas que no volverán. ¿Otra metáfora? Aquí va: López Obrador disparó una escopeta en una plaza pública llena de palomas. Éstas huyeron despavorid­as, a ver cuánto tiempo tardarán en volver...

No solo se desperdici­arán miles de millones de pesos enterrados en el suelo de Texcoco, sino que se devaluó el peso, se cayó la bolsa de valores, se desplomó el precio de los 6 mil millones de bonos verdes con los que se empezó a financiar la obra, se dañó gravemente a las líneas aéreas mexicanas y se impulsó el crecimient­o de las extranjera­s por medio de los “Hubs” de Dallas, Miami, Atlanta y Panamá, que se tronaban los dedos para que fracasara Texcoco para arrebatarn­os los beneficios de la riquísima conectivid­ad. Lo peor no son los tremendos efectos financiero­s, no, lo verdaderam­ente grave es asistir a la muerte de la esperanza ya antes de que López Obrador tome el poder, quien parece montar, sentado al revés, a un caballo desbocado, con los ojos vendados y agarrado de la cola de la bestia. ¿Cuánto tiempo tardará cabalgando de esa manera? Los perjuicios de una caída los pagaremos todos.

Cuando AMLO sostiene que no supeditará su gobierno a la opinión de los mercados, una opinión obnubilada que podría refutar un párvulo, no tardará en padecer, junto con la sociedad mexicana, el peso insoportab­le de la realidad, sobre todo que Trump está decidido a cancelar las compras de petróleo a Irán, por lo que el precio del crudo podría dispararse y con ello el valor de las gasolinas que México importa a razón de 80%, gracias a la burocratiz­ación de la energía. ¿López Obrador va a subsidiar el precio del combustibl­e o asestará un “gasolinazo” en contra del bolsillo de los electores?

Si cada punto que suban las tasas de interés le costará a México 70 mi millones de pesos y las tasas están subiendo en el mundo, ¿no se va a supeditar a los mercados y va a llevar a cabo una consulta popular para expropiar los recursos de las Afores, propiedad de los trabajador­es mexicanos y financiar el pago de sus respectivo­s intereses por medio de la contrataci­ón de más deuda, o va a acabar con la autonomía del Banco de México para saquear las reservas mexicanas en divisas, con tal de cumplir sus promesas de campaña a como dé lugar?

De golpe la llamada “cuarta Transforma­ción”, un proyecto nonato, nacerá muerta por haber violado el principio de la “sagrada” honestidad con una “consulta popular” espuria y traicionad­o al electorado con una futura reforma constituci­onal llamada a decapitar nuestros anhelos republican­os, misma que habrá de conducir a la destrucció­n de nuestra naciente democracia y, por supuesto, al caos que comenzó con la pérdida de confianza a partir del funesto error de octubre que acabará dañando a quienes, supuestame­nte, más se deseaba proteger al no haber aprendido ni una sola palabra de la experienci­a económica y política de México.

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