Brian Cogan
Juez impaciente
Brian Mark Cogan parece que tiene prisa por sacarse de encima el que podría ser el gran momento de su carrera judicial.
Desde enero de 2017, cuando se le asignó el caso 09-cr-466-BMC de la Corte Federal del Distrito Este de Nueva York, donde preside la sala 8D, Mark Cogan, con lentes finos y redondos, que ocultan sus pequeños ojos, y con canosa barba milimétricamente rasurada, siempre ha querido acelerar el proceso.
No es un caso normal: el acusado es Joaquín Guzmán Loera
El Chapo. El juez parece no asombrarse del calibre del acusado; cuando se sienta en su gran silla negra actúa como si nada.
El hombre pocas veces esconde una mueca: cuando algo no le gusta, gesticula; cuando se exaspera, resopla y dispara a diestra y siniestra con un humor ácido, incluso cínico y cuando tiene prisa, se impacienta.
Mark Cogan, muy a su pesar, pospuso hasta dos veces el inicio del juicio de El Chapo. No hubo una tercera, a pesar de que la defensa del narcotraficante lo intentó en varias ocasiones.
Registrado como votante republicano, ha estado relacionado con la Federalist Society, organización estadounidense de pensamiento libertario y conservador que defiende la lectura de la Constitución de forma textual y una interpretación originalista, y que ha servido de mentora para jueces conservadores.
Graduado en Cornell y nominado al cargo por George W. Bush fue aprobado sin problema por el Senado de Estados Unidos.
“Tiene una devoción casi maniaca por el trabajo y un impresionante desmerecimiento por el sueño”, le adulaban los ex ayudantes en el perfil de la revista profesional, exagerando que “sus opiniones orales podrían ser perfectamente escritas, porque suenan como prosa editada”.
Una estadía de tres meses en Hong Kong para estudiar le dio ciertas nociones de chino mandarín, que según algunos intenta sacar a colación cada vez que puede y considera oportuno.
Hasta ahora, uno de sus casos más mediáticos fue en el que dictaminó que la Iglesia católica no debía proveer de métodos anticonceptivos a sus empleados, a pesar de que haya órdenes gubernamentales de que así sea, por razones de libertad religiosa.
En su corte, Cogan sabe que él es quien lleva la toga negra, el capitán de ese barco. Cada vez que entra en la sala, con toda la audiencia en pie para recibirle, su figura se alza hasta su mesa y casi de inmediato y en un tono afable da permiso para que todo el mundo tome su asiento.