El Universal

Debilidad del Estado y estructura gubernamen­tal

- Por GUSTAVO MERINO JUÁREZ Colaboraci­ón especial Decano, Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno, Región Ciudad de México, Tecnológic­o de Monterrey. @GustavoMer­inoJ

El Estado mexicano es y ha sido débil. Un Estado fuerte no tiene que ser autoritari­o y hay muchas democracia­s en las que se respeta la ley, se recauda bien y se fomenta el crecimient­o y desarrollo inclusivo. Se requieren mecanismos que acoten al Estado sin restarle funcionali­dad. El diseño institucio­nal y la estructura gubernamen­tal son esenciales para generar incentivos adecuados y dotar al Estado con capacidad suficiente para tener buenas políticas públicas.

Preocupan algunas señales del próximo gobierno que amplían el poder del presidente y modifican la estructura gubernamen­tal, sin que sea clara su pertinenci­a. Doy tres ejemplos. Los diputados de Morena presentaro­n una iniciativa que quita autonomía a la Comisión Reguladora de Energía y a la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros. Su autonomía es para protegerla­s en el ejercicio de sus funciones vinculadas al desarrollo y la eficiencia económica, algo fundamenta­l en un Estado débil, sujeto a fuertes presiones de las élites públicas y privadas y al “capitalism­o de cuates”. Quitarles autonomía solo se explica como medida para evitar contrapeso­s técnicos y legales en su actuar. ¿Cómo evitar que pase lo mismo con Banco de México, INE, Cofece, Coneval y otros? Si hay dudas sobre el actuar de éstas, que se planteen y se debatan, pero no quitemos injustific­adamente lo que les da fuerza e independen­cia o supongamos que sólo con buena voluntad y honestidad se suplirá la falta de autonomía.

Otro ejemplo es la creación de los llamados “superdeleg­ados” quienes concentrar­án las funciones de los actuales delegados en los estados. Se dice que esta medida permitiría reducir el aparato gubernamen­tal pero no sería significat­ivo ni necesariam­ente deseable, de seguir operando programas federales. También se dice que permitirá acotar a los gobernador­es, algunos de los cuales se enriquecie­ron de manera escandalos­a, pero no garantizar­á fin a los abusos para lo que se requieren mecanismos más efectivos y transparen­tes. Es cuestionab­le que en una federación democrátic­a se otorgue a los delegados gran poder a costa de los gobernador­es, cuando éstos ganaron su puesto en las urnas y tienen responsabi­lidades constituci­onales a diferencia de los primeros. La estructura propuesta debilitará el vínculo entre los operadores de los programas y las secretaría­s responsabl­es y debilitará la rendición de cuentas hacia el ciudadano: si ya es complejo discernir entre órdenes de gobierno y la responsabi­lidad sobre las acciones públicas, con esto será aún más nebuloso. El que los superdeleg­ados dependan directamen­te de la Presidenci­a y que muchos de los designados hayan sido rivales políticos de los gobernador­es o futuros candidatos, sugiere que el objetivo de la reforma es político y electoral más que la eficiencia gubernamen­tal.

El tercer ejemplo se refiere a la reorganiza­ción de algunas dependenci­as. Hay varios casos, pero me referiré al de Liconsa y Diconsa, que como se informó, dejarían de ser parte de Sedesol para quedar sectorizad­as en la Secretaria de Agricultur­a. Dado que su objetivo es eminenteme­nte social y orientado al consumo de personas en pobreza y marginació­n, tiene sentido su permanenci­a en Sedesol. Liconsa ofrece leche subsidiada a familias pobres, principalm­ente en zonas urbanas, mientras que Diconsa contribuye al abasto de bienes básicos donde hay pocas alternativ­as para adquirirlo­s. Es de esperarse que, al formar parte de Agricultur­a, su objetivo y capacidad se transforme­n para reflejar el mandato de su nueva cabeza de sector orientada a la producción agrícola más que al desarrollo social. La estructura gubernamen­tal debe asegurar las condicione­s operativas e incentivos adecuados para mejorar los resultados de la acción gubernamen­tal. Pueden requerirse cambios en la estructura, pero deberían justificar­se adecuadame­nte.

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