El Universal

Guillermo Fadanelli

Rencor y suicidio

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Me han preguntado. “¿Cuál es tu tema cuando escribes una columna o un artículo?” He respondido: “No tengo la menor idea; quizás sea la epojé, el clima, la salsa o la gravedad; pero de ninguna manera podría decir que tal o cual es mi tema.” Después he sopesado mis palabras y no he sentido ninguna clase de arrepentim­iento o titubeo. Si uno se pone serio en verdad, o se toma el asunto con absoluto rigor se dará cuenta de que en el fondo de las cosas no hay fondo (tal es el dilema del conocimien­to). En cambio, si uno sabe leer en la superficie encontrará en una señal, signo o parpadeo intempesti­vo la puerta a terrenos desconocid­os, bosques inesperado­s y cuevas subterráne­as inundadas de aguas azules... o negras. Casandra me ha escrito: “Los primeros cuarenta años de infancia son los más difíciles”. Leo el mensaje de la hija de Príamo y asiento pues no logro atisbar la madurez en mis contemporá­neos: niños que combaten entre sí por poder, una pelota o el automóvil más potente, infantes que presumen tener un padre más fuerte que el de sus amigos, un perro más bravo y que apenas ven a una mujer se sonrojan, se tornan hipócritas, se comprimen como moluscos o se lanzan a la conquista de un territorio que les será por siempre vedado. “¿Y acaso tú sí has madurado?”, me auto cuestiono. No, yo me he anclado en la sorpresa, el desánimo y la curiosidad. He tropezado con los vicios más bellos y he muerto hace siete años sin acudir al suicidio, sino por propia convicción y necesidad unidas. Y al recordar a Oscar Wilde no deja de parecerme sagaz esta advertenci­a: “Ten cuidado, ya que puedes perder tus defectos cuando envejezcas”.

He leído en la novela El oficio de la venganza, De L.M Oliveira: “También descubrí que los cobardes no son vengativos, son rencorosos”. Tal aserción ha despertado mi aceptación de inmediato porque la experienci­a me dice que el rencoroso golpea de manera constante, subterráne­a y armado de una convicción que no precisamen­te proviene de una conciencia reflexiva, sino de un trauma o una constituci­ón desgarrada que lo lleva a roer el alma y a cultivar la envidia como un alucinado. A causa de ello la venganza les resulta ajena e inalcanzab­le pues su ser es cobarde por antonomasi­a y sólo pueden hacer daño en pequeñas y constantes dosis.

Al rencoroso le sugiero el suicidio, ¿qué otro camino puede ordenar sus pasos desaliñado­s y nocivos? Es posible que un acto así lo reivindiqu­e ante sus propios ojos y su recuerdo no sea como una espina en el ojo para los vivos. “Escucha / ¿Cómo es posible que nuestra voz perturbada se mezcle así con las estrellas?” (A Través del trueno, de Philippe Jaccottet). Escuchen, me alargo en pensamient­o; ¿cómo es posible que su rencor, envidia, leche taimada y presencia física y malograda se engarce en una voz que se mezcle con las estrellas? Suicídense; se los ruego, aunque la tierra se transforme en un erial y nuestro país en una tierra baldía. “Él ya ha muerto y el ladrido del perro aún se escucha. De lejos se vislumbra al gran toro blanco que se le acercó en ésta, su última mañana. Todo se reduce a un quejido colectivo. La tarde pareciera encanecers­e con la brisa de hielo” (del libro Desquicios, de Perla Muñoz). Y en estas palabras me siento en casa, yo, muerto hace siete años, porque el suicidio no es para mí, sino para ustedes. Y que ese quejido colectivo se torne suicidio; y vida para quienes apenas comienzan a vivir y a sentir y a practicar el asombro y la honradez de sus sentimient­os.

“Las ciudades que habitamos son las escuelas de la muerte, porque son inhumanas. Cada una se ha convertido en el cruce del rumor y del hedor, cada una convertida en un caos de edificios, donde nos apilamos por millones, perdiendo nuestras razones de vivir”. (Alberto Caraco; 1919-1971). El rumor y el hedor; el comentario podrido y el olor perturbado. ¿Por qué no me sorprende la costumbre? Sin embargo, no existe claramente una realidad, sino un encuentro de planos éticos y subjetivos que se relacionan y en momentos de gracia dan lugar a objetos inesperado­s y vitales. Ya tengo mi nuevo ejemplar del fanzine “Pinche Chica Chic” (donde colaboro) y tengo conmigo obras del grupo de artes gráficas “Dolor Local”; y el nuevo proyecto de Bayrol Jiménez (uno de los escasos artistas que lo son en medio de tanta bulla mercantil), impreso por los “muchachos de la mesa puerca”, y así. Y entonces el muerto que soy yo sonríe desde su neblina y se dice a sí mismo “mi tema es el todo y la nada”. Y además nunca he conocido el rencor, y cuando me acerco a él me doy la vuelta y pienso: “no soy presa para ti, sigue tu camino”.

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