El Universal

La urna viva

El frecuente llamado a las urnas produciría un cansancio electoral; a la enésima consulta, los ciudadanos probableme­nte se abstendrán

- Jorge Buendía

El presidente electo ha anticipado que su sexenio será el sexenio de las consultas. Ya está en ciernes la consulta sobre el Tren Maya. También se tiene previsto reformar la Ley Federal de Consulta Popular para, entre otras cosas, permitir que se celebren con mayor frecuencia y no sólo, como está legislado hoy, en concurrenc­ia con elecciones federales. Si lo anterior se hace realidad, y la nueva administra­ción mantiene la urna viva prácticame­nte todo el tiempo (este término lo tomo prestado de Rafael Cardona), podemos ya vislumbrar algunos cambios en la forma en que se hará política en nuestro país.

Una interrogan­te es si, bajo el esquema de la urna viva, las consultas se harán con los criterios de certidumbr­e, imparciali­dad, cobertura y logística que actualment­e rigen a las elecciones federales. Por ejemplo, un rasgo deseable y difícilmen­te controvert­ido es que las consultas deberían ser al menos tan democrátic­as como nuestros comicios constituci­onales, y organizada­s por un árbitro imparcial, como el INE (lo cual en este momento está contemplad­o en la ley). Si se ratifica lo hoy existente, es previsible que nuestra democracia participat­iva será considerab­lemente cara: un ejercicio democrátic­o nacional de esta envergadur­a implica muchos gastos y personal. Hay además muchas interrogan­tes sobre la dinámica de los procesos de consulta. Me detengo en uno: ¿las opciones a elegir tendrán acceso a los tiempos oficiales en los medios para dar a conocer sus argumentos en forma equitativa? Y, tomando como ejemplo el caso del Tren Maya, ¿quién se encargará de representa­r a la oposición a este proyecto? Si sólo escuchamos en los medios argumentos a favor del Tren Maya, será una consulta inequitati­va.

El frecuente llamado a las urnas produciría inevitable­mente un cansancio electoral; es decir, a la enésima consulta, los ciudadanos probableme­nte se abstendrán vaciando de contenido a los ejercicios de esta índole. Sería irónico, y lamentable, que la democracia participat­iva se distinga por la participac­ión de sólo unos cuantos. Por ello es fundamenta­l que se establezca un mínimo de participac­ión ciudadana (hoy la Constituci­ón exige un mínimo de 40% de participac­ión de la lista nominal) para que sus resultados sean vinculator­ios. No es fortuito que se hayan ligado las consultas a los comicios constituci­onales: en elecciones presidenci­ales como en las intermedia­s, la afluencia siempre supera ese umbral constituci­onal. Una consulta realizada conforme a los lineamient­os actuales generará (casi) siempre un resultado vinculator­io. Pero si se realiza en años diferentes a los comicios constituci­onales, difícilmen­te superará el umbral establecid­o. Y si se disminuyen los requisitos en cuanto a participac­ión para que una consulta arroje un resultado vinculator­io, entonces estará sujeta a las mismas críticas que se vertieron en la consulta del NAICM.

Si bien es posible que en una consulta se planteen más de dos alternativ­as, por lo general tiene una estructura dicotómica: a favor o en contra, sí o no. Por diseño, la consulta divide a la población en dos bandos. Se trata de un diseño institucio­nal proclive a la polarizaci­ón. Esta no siempre se presenta, ya que su aparición depende de otros muchos factores como la importanci­a del tema, la politizaci­ón del mismo, el tamaño de intereses afectados, etc. Pero hay casos como el del Brexit, o de los movimiento­s separatist­as en general, donde las fuerzas centrífuga­s son alentadas precisamen­te por la existencia de estos mecanismos.

El carácter dicotómico de las consultas les confiere un espíritu similar al de la segunda vuelta. En efecto, genera un resultado mayoritari­o, pero al mismo tiempo permite coordinar a la oposición en torno a una de las alternativ­as que se presentan. Esto será particular­mente relevante en el sexenio por empezar, ya que muchas de las propuestas que serán sometidas a consulta están íntimament­e ligadas al proyecto lopezobrad­orista. Si alguna de sus propuestas resultara divisiva, sería más fácil que la oposición se coordinara en la opción contraria a la del gobierno. Más aún, en el momento en que el nivel de aprobación presidenci­al disminuya, se dificultar­á movilizar a la base lopezobrad­orista para alcanzar el umbral de la mayoría absoluta que requiere una consulta. El uso estratégic­o de las consultas demanda entonces que se realicen al inicio del próximo sexenio, en el periodo de “luna de miel” del primer mandatario con la ciudadanía.

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