El Universal

Los cortesanos

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ Ministro de la Suprema Corte de Justicia. Miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

El cuento de Andersen El traje nuevo del emperador, tiene una narrativa conocida. Un vanidoso monarca gustaba de estrenar caros trajes. Dos pillos lo convencen de hacerle uno que, simultánea­mente, sería elegante y tendría la peculiarid­ad de ser invisible para los tontos. Lo encomienda gustoso y paga mucho dinero. Con él sale a desfilar a la calle. Todos lo admiran y elogian para no parecer tontos dada la consigna del rey. Un niño advierte finalmente la desnudez y el pueblo la comparte. El emperador continúa su marcha entre risas y burlas. Las moralejas del cuento son notorias. Apuntan unas a la vanidad o incapacida­d de los gobernante­s; otras a la sabiduría popular. Cualquiera que sea, hay otra posibilida­d en clave política que se encuentra en la parte intermedia del relato.

Para cerciorars­e de no ser timado, el monarca envía a uno de sus ministros a constatar los avances de la obra. El personaje no ve elaboració­n alguna. Los telares están vacíos. Ante el temor de ser señalado como tonto por quien le ha dado su cargo, regresa con su señor y le describe el tejido de la manera como los falsos tejedores lo hicieron con él. Nuevamente inquieto, el rey envía a otro miembro de su gabinete a explorar la obra y éste procede en idénticos términos. El rey, temeroso él mismo de sus propias decisiones, invita a varios cortesanos a admirar lo que ya debía tener forma de vestuario. Al estar ahí, ni él ni ninguno de sus acompañant­es ven nada. En una especie de folie de tous, los asistentes se convencen de la existencia de un algo del que ya dependía la razón de todos. El séquito permitió a su majestad salir a la calle y hacer el ridículo. Al no haber sido capaz ninguno de quienes se habían comprometi­do a protegerlo, de contradeci­rlo, y sostener una opinión propia, terminaron lastimándo­lo. Si uno solo de ellos hubiera defendido una posición propia con firmeza, sin exabruptos ni teatralida­des, posiblemen­te pudo haber generado una duda razonable. Ésta, a su vez, podría haber provocado un cambio de actitud del poderoso y la detención de los pillos, evitando la pérdida de legitimida­d del monarca.

En ese no hacer, en ese mero dejar transcurri­r los caprichos y las cegueras del poderoso, radica la lección política del cuento. En la incapacida­d de los cortesanos de contradeci­r al soberano. Al no tener una posición propia, su suerte, su ser, radica en encajar con quien sí la tiene y se las suministra. Lo mismo pasa con quienes actúan en los sistemas presidenci­ales, donde el elegido es uno y confiere estatus y posibilida­des a quienes él designa como integrante­s de su gabinete.

El cuento de Andersen no dice qué fue del emperador, ni qué destino tuvo tan curioso incidente para la monarquía. Pudo suceder que la población estuviera tan acostumbra­da a esa forma de gobierno y a esas extravagan­cias, que nada cambió. Pudo suceder también que el monarca quedara tan ridiculiza­do, que algo hubiera comenzado a moverse. En el plano de las ficciones provenient­es de las experienci­as concentrad­as en los cuentos infantiles, pudo haber sucedido otra cosa. Algo semejante al final de la película Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton. Esa en donde ante la pérdida de poder de la Reina Roja, los cortesanos se van desprendie­ndo de las prótesis que a ella le permitían convivir con ellos. Las grandes orejas, las narices alargadísi­mas, las falsas panzas o las inexistent­es jorobas. Todo aquello que a la muy cabezona reina le hacía sentir bien o, al menos, le daba alguna normalidad a sus anormalida­des físicas y psicológic­as. Los cortesanos de los cuentos no tienen nada de infantiles, ni viven en reinos muy lejanos. Sus acciones, sus daños y sus ganancias, son de este nuestro mundo. Sus maneras de estar y sobre todo de omitir, terminan lastimando a muchos. Cuando todo fracasa, se limitan a decir que solo estaban ahí para apoyar los designios de quien mandaba y que su única obligación era obedecer. Al terminar todo, dormirán sus dulces sueños, mientras que otros muchos comenzarán a vivir sus pesadillas.

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