El Universal

Mónica Castellano­s cuenta el desafío de Gilberto Bosques

- Élmer Mendoza

Gilberto Bosques fue cónsul y embajador de México un poco antes y durante parte de la Segunda Guerra Mundial; como tal cumplió a carta cabal con sus obligacion­es y mucho más. Consiguió traer a México a miles de refugiados españoles, alemanes, franceses y de otras nacionalid­ades. Entre los españoles se cuentan nada menos que Pedro Garfias, Tomás Segovia, Ramón Xirau, José Gaos, Eduardo Nicol y Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros. Todos parte medular de la cultura mexicana contemporá­nea. Mónica Castellano­s, en su novela Aquellas horas que nos robaron, publicada por Grijalbo del grupo Penguin Random House, en julio de 2018, en la Ciudad de México, cuenta las vicisitude­s de este mexicano ejemplar, cuya vida fue una formidable aventura.

Mónica Castellano­s nació en Monterrey, Nuevo León, México, y es dueña de un estilo sobrio pero efectivo; a tal grado que en esta novela consigue momentos tan intensos que pueden derivar en llanto; celebro además, que sin exageracio­nes nos lleve al corazón de Gilberto Bosques a partir de un entramado de voces múltiples, donde las partes de Mina, Pierre y Laura dejan constancia de lo horrible que es una guerra y cómo cambia los destinos de las víctimas. “¿Algún día habrá saciedad de guerra?”, preguntó Laura a su padre. La vida le ha dado la respuesta. La novela inicia en un pueblo serrano de Puebla, en el momento en que nace un niño al que llaman Gilberto. Luego nos cuenta de su educación en la escuela Normal y cómo participó en la Revolución Mexicana; también cómo se enamora de María Luisa Manjarrez, con la que se casa y procrean a Teté, Laura y Gilberto. Luego, con el general Cárdenas como presidente, se convierte en el cónsul de México en Francia, donde asumirá la misión de ayudar a los españoles víctimas de la guerra civil, a salvar la vida. Fue una época en que México fue el paraíso y Gilberto Bosques el Virgilio.

Una tarde paseando con Leonor por las calles de Marsella, dimos con la estatua de un mexicano: Gilberto Bosques, y fue como un destello que nos hizo confiar más en el pueblo que somos. Castellano­s narra aquí cómo Bosques y los otros mexicanos de la legación diplomátic­a que estaban con él tuvieron que desenfunda­r pistolas para impedir una ignominia. Frente a ellos, un pelotón que los odiaba apuntaba con sus rifles. Nos enteramos cómo organizó, desde Marsella, la protección y salida de los refugiados, cómo rehabilita­ron castillos abandonado­s para que vivieran, mientras por las noches escuchaban el ruido aterrador de la aviación inglesa que iba en pos de blancos alemanes. Poco después de que México entrara en guerra con Alemania, todo se complicó. Gilberto Bosques quedará al frente de una legación que tendrá hoteles por prisión. Laura Bosques platica que pasaron más de un año en esa situación, incomunica­dos y sin esperanza; sólo su padre conservaba brillo en los ojos. En algún momento se enteran del avance de los aliados y abrigan algo de esperanza. Por estos días están confinados dentro de Alemania y bajo la estricta vigilancia de la Gestapo. De protector de refugiados Gilberto y su familia se convirtier­on en refugiados.

Gilberto Bosques siempre se mantuvo a la altura. La Gestapo se preguntaba, escribe Mónica: “¿Quién se creía que era ese Gilberto Bosques para cuestionar la autoridad del Reich?” Ellos, por informacio­nes de sus espías, sabían del sentido humanitari­o inquebrant­able del cónsul y embajador. “Era un hijo de la Revolución Mexicana.” Y también un hombre culto que escribió poemas que merecen leerse: “El silencio cabalga/ toda esperanza en fuga/…” Después de más de un año en cautiverio, en marzo de 1944, con los aliados avanzando hacia el corazón nazi, fueron liberados y tomaron un tren hacia Lisboa, donde abordaron un barco hacia Nueva York, junto a un grupo de soldados heridos. El 29 de marzo entran a la vieja estación de Buenavista. Imaginen el clamor de 8 mil personas. “Españoles, alemanes, franceses, libaneses, italianos, austriacos, polacos y tantos otros que, al saber que Gilberto Bosques regresaba de su cautiverio en Alemania…” El resto tendrán que leerlo en esta magnífica novela de Mónica Castellano­s, que ha sabido desarrolla­r a este héroe mexicano como se merece. Mina Giralt, que pierde a sus padres catalanes a los 11 años, ofrece una de las historias alternas más significat­ivas de la novela, tendrán que verla con Francesc y enterarse lo que pasa con ellos. En fin, Aquellas horas que nos robaron es una novela que les dejará un personaje y una gran emoción. Ya me contarán.

Mónica Castellano­s nació en Monterrey, Nuevo León, México, y es dueña de un estilo sobrio pero efectivo; a tal grado que en esta novela consigue momentos tan intensos que pueden derivar en llanto; celebro además, que sin exageracio­nes nos lleve al corazón de Gilberto Bosques a partir de un entramado de voces múltiples.

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