El Universal

Multilater­alismo y nuevo contrato social

- Por Josep Borrell Ministro de Asuntos Exteriores de España

El viernes 16 de noviembre tiene lugar en Antigua (Guatemala) la XXVI Cumbre Iberoameri­cana de Jefes de Estado y de gobierno, cuyo tema central es “Una Iberoaméri­ca próspera, inclusiva y sostenible”.

Ese lema no es mera retórica. La cumbre viene precedida de cambios políticos que son reflejo de un amplio malestar ciudadano contra las élites dirigentes. Encuestas de 2017 mostraban que 94% de los mexicanos, 81% de los brasileños y 72% de los peruanos pensaban que las reglas económicas están amañadas a favor de los ricos y los poderosos —en España 85%—, y a mediados de 2018, en vísperas del vuelco electoral vivido en Brasil y México, cerca de 90% de su población opinaba que su país iba en dirección equivocada.

El Latinobaró­metro de 2018 revela que existe un amplio “malestar en la democracia”, no tanto hacia la democracia en sí, sino respecto a su desempeño: la proporción de personas insatisfec­has con el funcionami­ento de la democracia en América Latina pasó de 51% a 71% de 2009 a 2018, y las que se mostraban satisfecha­s, cayó de 44% a 24%, el nivel más bajo en más de dos décadas.

Esos datos son reflejo de sociedades con clases medias en ascenso y con aspiracion­es crecientes de empleo digno y movilidad social, pero aún bloqueadas por los peores índices mundiales de violencia, desigualda­d y baja redistribu­ción fiscal, y por la discrimina­ción de etnia o de género.

Son sociedades que ya no admiten ser gobernadas como antes; que están indignadas por la corrupción y rechazan unas élites que a menudo capturan las políticas y las institucio­nes en su propio interés; que exigen mejores servicios públicos, más seguridad ciudadana, más participac­ión, transparen­cia y rendición de cuentas. Y que han de ajustar sus valores ante el reconocimi­ento de la diversidad social y los derechos de las mujeres.

El escenario político se caracteriz­a por serias amenazas a la democracia, sin que las organizaci­ones regionales estén a la altura de los desafíos que ello representa. Venezuela y Nicaragua son ejemplos de ello. En ambos casos hay opciones para la vinculació­n constructi­va de España, respondien­do a imperativo­s humanitari­os y de derechos humanos, trabajando en el marco de la UE para evitar salidas violentas, facilitand­o el diálogo y la negociació­n. En Brasil triunfan opciones electorale­s que capitaliza­n con éxito el malestar ciudadano y revelan que el problema del populismo radical no es sólo europeo o estadounid­ense.

En ese escenario iberoameri­cano, si queremos democracia­s estables y legítimas tenemos que redefinir el contrato social y reconstrui­r la confianza entre élites, gobiernos y ciudadanía a partir de los valores comunes del pluralismo, la justicia y la inclusión.

La Cumbre Iberoameri­cana aborda estos objetivos de manera directa a través de la implementa­ción de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Y en el plano internacio­nal, es una reivindica­ción del multilater­alismo, del diálogo y de la cooperació­n en estos tiempos en los que aumenta el repliegue nacionalis­ta, el supremacis­mo y el unilateral­ismo.

Las empresas españolas han tenido y tienen un papel central en nuestras relaciones con América Latina y el Caribe, promoviend­o inversione­s y empleo de calidad, la construcci­ón de infraestru­cturas y la transferen­cia tecnológic­a. Entre 2010 y 2017 la UE, con España en cabeza, representó 39% de la inversión directa en la región, por delante de EU con 31%, y del 16% de Asia, incluida China, y además es líder en sectores como energías renovables.

Iberoaméri­ca converge con la UE en la defensa de un sistema multilater­al abierto, inclusivo y basado en normas, en un momento en el que la globalizac­ión se ve cuestionad­a, repunta el proteccion­ismo y los riesgos de inestabili­dad financiera.

Pero, más allá del comercio y la inversión, para España es el momento de volver a desarrolla­r una verdadera política exterior hacia Iberoaméri­ca. Queremos volver a América Latina y el Caribe con más diálogo político, cooperació­n al desarrollo y colaboraci­ón con los actores sociales y los migrantes, para que nuestra relación sea hoy más horizontal e igualitari­a; y de manera multidimen­sional, fortalecie­ndo el espacio iberoameri­cano del conocimien­to y la educación superior, la cooperació­n en ciencia, tecnología e innovación y la dimensión cultural.

Una política más activa nos reclama atender su dimensión bilateral, la iberoameri­cana y la que se articula a través de la UE, y en marcos multilater­ales como el G20.

No se nos ocultan las dificultad­es de los organismos regionales de las Américas —CELAC, OEA, UNASUR, Mercosur—, debido a las crisis de algunos países, al exceso de ideologiza­ción, o un frágil tejido institucio­nal. Son fenómenos que también afectan a Europa. Por eso hay que seguir impulsando la integració­n regional, con interlocuc­ión política y nuevos o renovados acuerdos de asociación con México, Mercosur o Chile.

Hemos también de recuperar la política de cooperació­n al desarrollo, revirtiend­o el declive de los últimos años, que dejó a España fuera de la escena internacio­nal y casi liquidó una política pública que es la expresión de la solidarida­d y de la identidad europea, mediterrán­ea, iberoameri­cana y cosmopolit­a de nuestro país y su gente.

En la Comunidad Iberoameri­cana tenemos experienci­as de cooperació­n Sur-Sur y triangular sin parangón en otras regiones. En todos estos aspectos, el mejor marco para trabajar juntos es la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, como narrativa universali­sta de progreso comprometi­da con el multilater­alismo. Este es el objetivo de la Cumbre de Antigua en Guatemala.

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