UNA HISTORIA RESCATABLE
La nueva cinta inspirada en los textos de J.K. Rowling parece una sutil crítica a Donald Trump
Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald, segunda de la saga, aún resulta entretenida.
Cualquier admirador de Harry Potter sabe la historia: la desempleada J. K. Rowling, cuando vivía en Edimburgo, Escocia, con sólo un cuaderno y un lápiz, en una modesta cafetería, The Elephant House, mientras su bebé dormía en una carriola, escribió las primeras líneas del universo literario y fílmico convertido en símbolo de una generación que vivió las aventuras del personaje entre 1997 y 2011, lapso en que se publicaron las siete novelas y estrenaron las ocho películas respectivas. La fértil imaginación de la Rowling amplió esto, en 2016, al anunciar una serie derivada de cinco probables cintas, Animales fantásticos.
En la primera, Animales fantásticos y dónde encontrarlos (2016), dirigida por el veterano en adaptar Harry Potter, David Yates, presentaba a Newt Scamander (Eddie Redmayne) en Nueva York de 1926, persiguiendo las bestias maravillosas que colecciona y sobre las que escribe el libro que Potter leerá 70 años después. Y por un accidente con el no brujo Jacob Kowalski (Dan Fogler), perdía su maleta; desató la persecución de un policía, Percival Graves (Colin Farrell), al servicio del Macusa (Magi-Congreso Único de la Sociedad Americana). O, más bien, del oscuro mago Gellert Grindelwald (Johnny Depp).
La secuela, Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald (2018), séptimo filme de Yates, sigue a Newt tras la fuga de Grindelwald. Claro, la situación no es tan simple.
Los personajes de Animales fantásticos son interpretados por actores solventes disfrutando sus papeles, en especial Depp con la ambigüedad que le da a Grindenwald; la trama es comprensible y ligera tanto para los seguidores que crecieron con Potter como para aquellos interesados en la nueva. Pero ésta abunda en subtramas: Newt y sus amigos, Grindelwald y sus seguidores, por supuesto; también la del joven Dumbledore (Jude Law) con “secreto” en su pasado; la de Leta Lestrange (Zoë Kravitz) con el hermano de Newt, Theseus (Callum Turner); la de Credence (Ezra Miller), Tina (Katherine Waterstone), Queenie (Alison Sudol) y Jacob, y éste y Nicolas Flamel (Brontis Jodorowski). En fin, son demasiados y dispersan la historia. Algo deliberado si se cree en el plan de estrenar la última parte en 2024.
Yates desde Potter V construye con eficacia la oscura atmósfera llena de presagios (históricamente Animales 2 se ambienta durante el ascenso del fascismo en Europa, previo a la Segunda Guerra Mundial); subraya la criticada cualidad del pensamiento mágico característico de la Rowling, acusada sin motivo por algunos de fomentar el satanismo.
Esto se aprovecha al detallar cómo lo diabólico se hizo historia. No sólo en el pasado. En los tiempos actuales la política es inevitable. Considerando cuán crítica es la Rowling con el presente, resulta obvio por qué Grindelwald es un narcisista, de erizada pelambre rubia artificial, con ojos disparejos, reflejo de su doble personalidad basada en la mentira y la traición, que habla de “sangre pura” y superioridad. Una clara referencia a Trump y sus ideas, que tienen lo que le reclaman a la autora: un pensamiento mágico con fe en solucionar cualquier cosa con sólo agitar una varita mágica, como la leyenda sobre los brujos de Hitler.
Yates lo entiende y utiliza un arsenal de trucos visuales, algunos acertados, otros no tanto, pero con momentos cómicos que aligeran el peso del sombrío asunto para abarcar lo real y lo fantástico como metáfora del mundo al borde de la tiranía. Estos segundos Animales fantásticos, pues, aún entretienen bastante.