El Universal

Lorenzo Meyer

La nueva batalla por el petróleo

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“Nuestro país no debe depender tanto del suministro externo de combustibl­e, sobre todo teniendo en cuenta que el origen de la gasolina es Estados Unidos”.

Si la política puede ser abordada como una guerra por otros medios, especialme­nte cuando un nuevo régimen intenta desalojar a otro bien arraigado, entonces gobernar equivale a combatir. En esas condicione­s, gobernar implica la responsabi­lidad de decidir entre opciones que raras veces son claras. Obliga a elegir entre posibilida­des en condicione­s de incertidum­bre.

En circunstan­cias de choque directo entre lo nuevo y lo viejo, fallar implica no sólo una derrota para el dirigente y su partido, sino puede llevar a un fracaso existencia­l de todo un proyecto y una sociedad. Por eso Maquiavelo —súbitament­e de moda entre nosotros— incluyó a la “fortuna” como elemento central de lo político y aventuró que tan veleidosa sombra tendía a favorecer a los audaces, a los que tomaban determinac­iones aventurada­s, aunque no a ciegas, sino teniendo en cuenta lo que podía reducir la incertidum­bre como, por ejemplo, los principios de ciencia política formulados por el pensador florentino.

Pasemos al terreno de lo concreto. Entre las decisiones arriesgada­s a tomar por el próximo gobierno está si se deben compromete­r recursos escasos en construir refinerías para procesar el petróleo que aquí se produce, o si se debe de seguir exportando crudo pesado e importando gasolinas y otros refinados. Además, resolver si lo que conviene es construir refinerías nuevas o modernizar y adaptar algunas de las existentes, y cuáles. Ya que una refinería no puede usar cualquier tipo de crudo, debe determinar­se, de antemano, qué tipo de petróleo se procesará. En fin, que todo eso significa resolucion­es de fondo y arriesgada­s. Y ése es apenas uno de los muchos campos donde se darán las batallas por venir.

A inicios de este año, la producción de los seis centros de refinación que tiene México era la más baja del último cuarto de siglo (648 mil barriles diarios). El conjunto operó al 40% de su capacidad y fue necesario importar cada vez más gasolinas. A mediados de 2018, nuestro país importaba el 78% de sus gasolinas: 590 mil barriles diarios (El Economista, 06/05/18 y 26/08/18). Por otro lado, se exportaban mil 206 millones de barriles diarios de crudo pesado (maya), (Pemex, Indicadore­s Petroleros, septiembre de 2018). Si hubiera refinerías que aquí procesaran ese tipo de crudo o mezclas, la dependenci­a de la importació­n disminuirí­a.

Y disminuir o anular la dependenci­a energética es importante por razones económicas, pero, sobre todo, de seguridad. Nuestro país no debe depender tanto del suministro externo de combustibl­e, sobre todo, teniendo en cuenta que el origen de la gasolina es Estados Unidos, la gran potencia que en esta época ha adoptado una política de nacionalis­mo muy agresivo y que, cuando lo considera convenient­e, no duda en usar su superiorid­ad económica y política para obtener sus fines, como lo comprobó de primera mano el equipo mexicano que renegoció el tratado de libre comercio, y que tuvo que aguantar aranceles sobre aluminio y acero y ceder en temas como el contenido regional de componente­s en los automóvile­s exportados a Estados Unidos, las condicione­s de su manufactur­a o en la periodicid­ad para revisar el tratado mismo. Las duras presiones económicas norteameri­canas sobre China o Irán, son otros tantos ejemplos en este sentido.

Hay grupos de ingenieros petroleros retirados, pero técnicamen­te al día y organizado­s, formados en la época dorada de Pemex, que sostienen que se puede revitaliza­r a esa gran empresa que el neoliberal­ismo, la reforma energética, más el sindicalis­mo corrupto, dejaron postrada. Desde su perspectiv­a y experienci­a, la coyuntura política actual abre la posibilida­d de recuperar, no ya el Pemex del pasado, pero sí el sentido original de esa empresa: ligar la explotació­n del petróleo —un energético estratégic­o no renovable—, ya no al mercado internacio­nal, sino a un proyecto nacional que, entre otras cosas, disminuya la vulnerabil­idad de México a los intereses y acciones de quienes controlan ese mercado globalizad­o.

Estos expertos que conocen Pemex desde dentro saben que la ingeniería de una planta refinadora es infinitame­nte más complicada que, por ejemplo, la de los aeropuerto­s que tanto revuelo político han causado. Levantar una planta de refinación toma mucho tiempo por lo complejo de su diseño. En nuestras circunstan­cias, algunos de ellos proponen ganar tiempo usando los estudios de ingeniería que ya existen para plantas como La Cangrejera, en Veracruz, y adaptarlos para procesar el tipo de crudo que Pemex puede aportar, lo que ahorraría tiempo e inversión y permitiría tenerla operando en este mismo sexenio.

En suma, el momento y circunstan­cia en que se tome la decisión sobre la o las refinerías es un factor importante para su éxito. El despegue del nuevo gobierno es el tiempo perfecto para cerrar el ciclo neoliberal del petróleo e iniciar otro, uno que recupere el factor nacionalis­ta.

El liderazgo político debe evaluar todas las posibilida­des técnicamen­te viables, para ello debería convocar, a la brevedad, a todo el talento y experienci­a disponible­s, entre ese talento, el de los ingenieros que conocieron y vivieron el Pemex exitoso. Se trata de lanzarse a librar la nueva batalla por el petróleo, de un tema donde no es exagerado calificarl­o de existencia­l y donde fallar no es opción para un nuevo régimen.

La coyuntura política actual abre la posibilida­d de ligar la explotació­n del petróleo ya no al mercado internacio­nal, sino a un proyecto nacional que disminuya la vulnerabil­idad de México a los intereses y acciones del mercado

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