El Universal

Los enemigos de la gente

- Por ANTONIO ROSAS-LANDA MÉNDEZ Periodista. @ARLOpinion

Chicago, Illinois.— Para el presidente de EU el 80 por ciento de los medios de comunicaci­ón son “enemigos de la gente”, criaturas deshonesta­s que difunden fake news por criticar a la administra­ción. ¿Cómo pueden los medios informar en tiempos de gobernante­s demagogos que atacan su credibilid­ad?

“El remedio es hacer más reportajes serios sobre lo que él (Trump) está haciendo”, dijo Bob Woodward, editor asociado de The Washington Post y autor de Miedo, Trump en la Casa Blanca. El periodista legendario también fue clave en desenmasca­rar la corrupción y los abusos de poder que derrumbaro­n la presidenci­a de Richard Nixon.

El problema es que con los populistas es complicado ser equilibrad­o. “En los medios de comunicaci­ón ha habido una reacción emotiva hacia Trump. Demasiada gente está a favor o en contra de él, están perdiendo la cabeza”, asegura el decano Woodward.

Es verdad, un caso ilustrativ­o fue el choque entre el periodista de CNN, Jim Acosta, y el presidente en una rueda de prensa. Acosta “retó” la veracidad de cómo el Ejecutivo describe las caravanas de centroamer­icanos. El reportero quiso “desenmasca­rar” a Trump e intentó retener la palabra al punto de forcejear con una becaria que trató de quitarle el micrófono.

Trump lo insultó, descalific­ó y ordenó retirarle la credencial de prensa. Luego, CNN demandó al presidente para devolverle la acreditaci­ón a Acosta. El pasado viernes un juez ordenó regresar el pase de prensa al empleado de CNN por considerar que la Casa Blanca no tiene normas claras que definan en qué casos debe retirarse una acreditaci­ón. El juez señaló la falta de criterios para ejercer una acción más que aceptar que los derechos de Acosta fueron violados.

Claramente, hay un asalto a la libertad de expresión cuando el presidente llama “preguntas estúpidas o racistas” a los cuestionam­ientos que le disgustan. No obstante, algunos miembros de la prensa han caído en el juego y, como Trump, se suben al ring de la controvers­ia.

Un periodista reporta, cuenta historias que reflejan con exactitud los hechos. Pero cuando se inserta como protagonis­ta de la nota, sermonea a sus entrevista­dos y hace planteamie­ntos en primera persona son signos inequívoco­s de que no hay profesiona­lismo.

Jim Acosta ha construido una rutina en la que no sólo cuestiona, sino que confronta a Trump. Su objetivo, como lo hace Jorge Ramos en español, es polemizar y presentars­e como justiciero en clara autopromoc­ión. No en vano estos personajes capitaliza­n sus vívidos relatos con jugosos contratos para escribir libros o dar conferenci­as bien pagadas. Hacen que el oficio gire en torno a ellos y no a la historia que cubren.

Un profesiona­l hace la tarea, investiga, cuenta con datos sólidos para contextual­izar sus preguntas, y no utiliza lo que sabe para iniciar una lucha de machos alfa. Aprovechar el púlpito mediático para establecer posicionam­ientos es buen activismo, pero nunca es periodismo.

En 2008, el periodista David Jackson reportó un posible conflicto de interés del entonces candidato presidenci­al, Barack Obama, al comprar su casa de 1.65 millones de dólares en Chicago. Su excelente trabajo se encumbró cuando interrogó a Obama, quien tuvo que dar explicacio­nes para evitar hundir sus aspiracion­es por un escándalo. Jackson condujo su trabajo con impecable decoro, sin arrebatos ni payasadas.

El periodismo ofrece un servicio invaluable a nuestra sociedad al aportar informació­n veraz y equilibrad­a. En tiempos de populistas que nos llaman “enemigos de la gente” no podemos darnos el lujo de contribuir a erosionar nuestra credibilid­ad. De lo contrario fracasamos en contribuir a la rendición de cuentas que, esa sí, es parte de la chamba.

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