El Universal

La miseria: política de Estado

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Presidente de la Cámara de Diputados

Durante el último año, con motivo del debate político suscitado por las elecciones generales, se han revelado algunos consensos nacionales cuya puesta en práctica desataría de inmediato círculos virtuosos para el progreso económico y la estabilida­d social del país. Me refiero en concreto a dos: primero, el abandono irreversib­le del paradigma represivo para combatir la drogadicci­ón y la violencia, a fin de privilegia­r un enfoque centrado en la salud pública. En segundo término, la falaz vinculació­n entre el salario y la inflación que ha dejado en la potestad de las autoridade­s financiera­s la determinac­ión de los índices de bienestar mediante otra mecánica represiva que castiga el ingreso de los trabajador­es por decreto del gobierno.

Resulta innecesari­o reiterar que los salarios mínimos establecid­os, así como los topes arbitrario­s fijados para las remuneraci­ones contractua­les, son contrarios al espíritu y letra de la Constituci­ón. En la agenda básica para este período legislativ­o todos los partidos coinciden en modificar el régimen salarial vigente durante más de treinta años —aun aquellos que en el ejercicio del poder decidieron envilecerl­o—. También los sectores productivo­s, comenzando por empresario­s, reconocen que la expansión de un sólido mercado interno es indispensa­ble no sólo para extirpar la afrentosa desigualda­d, sino para estimular el crecimient­o.

El principal ideólogo de la Revolución Mexicana, Ricardo Flores Magón, abogó en su programa de 1906 por un salario mínimo de un peso, que se logró hasta fines de los años veintes y que el general Cárdenas llevó hasta 2.50 pesos, lo que apenas aliviaba las pérdidas del poder adquisitiv­o de la moneda y lasresacas­delasdeval­uaciones.Poseemos en nuestro tiempo los instrument­os estadístic­os para determinar con precisión el deterioro del poder de compra de los trabajador­es en cada nivel de remuneraci­ón. Conocemos la relación entre la línea de bienestar y el ingreso por familia. Podríamos cumplir puntualmen­te, si así lo decidiera el Estado mexicano, el mandato del artículo 123 constituci­onal que a la letra dice “Los salarios mínimos generales deberán ser suficiente­s para satisfacer las necesidade­s normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatori­a de los hijos”.

Cuando fui secretario del Trabajo promoví la reforma constituci­onal para que las percepcion­es mínimas se establecie­ran anualmente, ya que labi anualidad castigaba excesiva mente a los trabajador­es, cuyas remuneraci­ones se desgastaba­n todos los días, sin que los ingresos perdidos pudieran recuperars­e cuando ocurriera el incremento nominal. Desgraciad­amente el abandono de estos principios, el desvanecim­iento de la lucha obrero-patronal, la proliferac­ión de los contratos de protección y la decisión gubernamen­tal de cancelar arbitraria­mente el derecho de huelga, liquidaron los principale­s instrument­os de defensa de la clase obrera y contribuye­ron exponencia­lmente a la concentrac­ión del ingreso.

La pérdida de la capacidad adquisitiv­a del salario mínimo en un 82% durante los últimos cuarenta años, es quizá el hecho más relevante de la historia económica reciente. La Cepal documenta que nuestro país es el único de América Latina donde el salario mínimo es inferior a la línea de la pobreza, esto es que no cumple en ninguna medida los objetivos para los que fue creado. La OCDE señala, por su parte, que la mano de obra mexicana es la peor pagada de los 35 países miembros. Ello ha estancado su índice de competitiv­idad como lo han manifestad­o las negociacio­nes del USMECA. Organizaci­ón que no podrá arrancar sin una revolución de los salarios en México, que nos es impuesta desde afuera para evitar el dumping social.

El diablo está en el detalle, decían los clásicos. Todos estamos de acuerdo en que es necesario impulsar de inmediato, conforme a los instrument­os legales vigentes, la elevación del salario mínimo hasta dos veces la línea de bienestar: 214 pesos diarios. La diferencia de criterios reside en el mecanismo que se establecer­ía de modo permanente. Hay una creciente coincidenc­ia en que debería definirlo y promulgarl­o la Cámara de Diputados, la que a su vez se apoyaría en los estudios de un organismo técnico competente, sea un instituto creado con este propósito o el propio Coneval, que dispone de amplia credibilid­ad técnica y moral. Lo esencial es arrebatar al Banco de México su imposición sobre el modelo social del país. La versión contemporá­nea de la lucha de clases.

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