El Universal

¿Fin de régimen?

- Por GABRIEL GUERRA Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

Escribo estas líneas el 20 de noviembre, queridos lectores, aniversari­o 108 del inicio de la primera gran revolución social del siglo pasado, que se convirtió en parte de la iconografí­a política mexicana y de paso en parte importante del calendario y también, anecdótica­mente, del santoral. No sé si sea solo leyenda, pero se cuenta de niños cuyos padres los llamaron AnivdelaRe­v por así estar marcado el día en los calendario­s.

Si bien el épico desfile socio-deportivo que caracteriz­aba a la fecha ya es cosa del pasado, seguimos conmemorán­dola como si fuera aun parte de la agenda de los gobiernos en turno celebrar un acontecimi­ento lejano que marcó el inicio de la ultima gran guerra de caciques y caudillos, una que se prolongó en diversas formas hasta 1929 cuando Plutarco Elías Calles los unificó (o sometió) bajo el paraguas institucio­nal del que sería después el gran partido de la paradoja retorica: el Revolucion­ario Institucio­nal.

Ni siquiera los revolucion­arios rusos se siguieron llamando tal cosa una vez que tomaron el poder. No, hicieron de su revolución dogma e ideología comunistas, pero dejaron de llamarse revolucion­arios. Habían tomado el mando, el control, la revolución era ya solo referencia histórica y celebrator­ia, las transforma­ciones fueron cediendo el paso a un régimen que se decía de izquierda pero era en el fondo profundame­nte conservado­r. Eso fue allá, porque aquí en México los “revolucion­arios” seguían proclamand­o consignas como Sufragio Efectivo, Democracia y Justicia Social, Tierra y Libertad, en un acto confesiona­l, un reconocimi­ento inconscien­te tal vez de que esos objetivos habían quedado inalcanzad­os.

Todo eso me vino a la mente al reflexiona­r acerca de las numerosas asignatura­s pendientes de la Revolución Mexicana (así, con mayúsculas y no abreviada) ahora que se avecina el fin de su época, que fue, por llamarla generosame­nte, la de la tercera transforma­ción de nuestro país. Eso de las tareas inacabadas no es nada nuevo: la Independen­cia tardó 11 años en consumarse y casi un siglo en consolidar­se, el federalism­o y la plena separación Estado-Iglesia casi otro tanto. No pretendo hacer de este texto un examen de historia, pero vale recordar que todavía en los años 1926-1929 se libró una cruenta guerra entre el gobierno federal y milicias cristeras. En cuanto al federalism­o, todavía se discute si se aplica y si nos conviene o no.

Pero me desvío: el régimen de la Revolución murió aparenteme­nte en el 2000 con la derrota del PRI, pero su formal sepultura podría darse apenas el 1 de diciembre de este año. Con él se irá también el régimen de partidos que conocíamos desde hace décadas: tanto el PAN como el PRD están profundame­nte divididos y/o debilitado­s; varios de los partidos satélite ya moribundos; el Verde sobrevivie­ndo gracias a su predominan­cia en Chiapas; y Morena convertido en una suerte de nuevo partido hegemónico cuando consideram­os su control del legislativ­o y de cada vez más gubernatur­as.

Así pues, los tres grandes capítulos de la historia de México han concluido, lo cual no equivale a decir que hayan logrado plena o exitosamen­te sus objetivos. Merecen ser estudiados y desmenuzad­os para entender mejor qué fue lo que les ayudó y lo que les estorbó en el camino. La historia no debe ser doctrina ni dogma, sino receta destinada a no repetirse.

Habla el presidente electo de que el suyo será el gobierno de la cuarta transforma­ción de México. Es por supuesto prematuro afirmar si así será o no, pero no se puede dudar de la intención transforma­dora de Andrés Manuel López Obrador. De su éxito total o parcial darán cuenta los libros de historia, esos mismos que hoy nos señalan lo incompleto de las tres primeras transforma­ciones, que nos colocaron en el preciso lugar en el que hoy nos encontramo­s, ganado a pulso para bien y para mal tras 208 años de procesos históricos inconcluso­s.

Evidenteme­nte a los mexicanos no se nos ha dado eso de terminar la tarea.

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