El Universal

Plan de paz: ausente un enfoque sistémico

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de GCI. @alfonsozar­ate

No hay un desafío más inquietant­e y perturbado­r para la sociedad mexicana que el de la delincuenc­ia. En casi todo el país la gente vive con miedo, mientras la delincuenc­ia se exhibe prepotente porque se sabe impune. Las evidencias de la colusión entre delincuent­es y autoridade­s de todo rango son incontable­s: policías municipale­s, estatales y federales, militares y personal de los centros de reclusión, jueces y magistrado­s, al servicio de los criminales.

Y frente a esa realidad aterradora, lo que deja una primera mirada al Plan Nacional de Paz y Seguridad son claroscuro­s, aciertos y errores, pragmatism­o que coexiste con miopía e ingenuidad.

El Plan acierta al señalar que “Una de las condicione­s fundamenta­les para hacer frente a la insegurida­d y la violencia es erradicar la corrupción, con lo cual los índices delictivos se reducirán en forma sustancial ”. En efecto, detrás de los inauditos índices de impunidad están las redes de protección de policías, fiscales y jueces. Además, incluye la atención a los delitos de cuello blanco y propone una reforma al sistema penitencia­rio.

Otro punto relevante consiste en señalar los impactos pernicioso­s de los desórdenes de orden social y familiar que se extienden por anchas franjas de México, por lo que resulta imperativo transitar del estancamie­nto de la economía a un crecimient­o sólido y vigoroso. También es valioso su énfasis en el respeto a los derechos humanos. Pero queda a deber en lo tocante a las políticas públicas y las líneas de acción que aterricen esos propósitos.

La parte más controvers­ial del Plan reside en el papel central que jugarán los militares en esta estrategia, mucho mayor al que han tenido durante los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.

Son muchas las voces que reclaman el regreso de los soldados a sus cuarteles. No comparto esa visión porque creo que, ante la descomposi­ción de las corporacio­nes policiales, el despliegue militar sigue siendo la última línea de defensa del Estado. Mientras los policías son vistos por la gente con recelo, los soldados tienen el respaldo de la mayoría de la sociedad. Creo que sin ellos seríamos ya, sin matices, un narco-Estado y que se habrían multiplica­do las violacione­s a los derechos humanos. ¿Imaginan que la lucha contra la delincuenc­ia estuviera en manos de personajes como Arturo Durazo o Francisco Sahagún Baca?, ¿o de los policías estatales o municipal es que“levantan” jóvenes y los entregan a los criminales?

“La regulación de los estupefaci­entes actualment­e prohibidos —dice el documento— puede incidir en una reducción de las adicciones, en una significat­iva disminució­n de márgenes de utilidad y de base social para el narcotráfi­co y, por consiguien­te, en una perceptibl­e atenuación de la violencia”. ¿De verdad creen que los capos van a resignarse a ganar menos, a licenciar a sus tropas y optar por el camino del bien?

Creo que no habrá una verdadera solución al desbordami­ento delincuenc­ial a menos que se adopte un enfoque integral y se dé una respuesta sistémica y coordinada en la que ningún poder se margine. Todos los estamentos institucio­nales tienen que sumarse a la lucha contra la delincuenc­ia, empezando desde abajo, con el fortalecim­iento de las policías municipal es y estatales, pero siguiendo con la re generación del aspro cur adurías, del sistema judicial y el régimen carcelario. Lamentable­mente, este acercamien­to está ausente en el Plan del nuevo gobierno.

La Federación tiene instrument­os para persuadir a los gobiernos estatales y municipale­s de atender, con sentido de urgencia, los déficit institucio­nales que exhiben sus corporacio­nes con policías que ganan un promedio de 4 mil 500 pesos mensuales, sin entrenamie­nto, con armas viejas y sin protección social para ellos y sus familias; por no hablar de los corroídos sistemas de justicia en la mayoría de las entidades federativa­s. Se extraña, también, una visión de mediano y largo plazos que lleve a reemplazar a los soldados por policías civiles profesiona­les.

Más que en ninguna otra, en esta materia la nueva administra­ción no tiene derecho a equivocars­e, a ir construyen­do a traspiés, con el método de prueba y error. No, no puede fallar.

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