El Universal

Catalina Pérez Correa La militariza­ción es un error

- División de Estudios Jurídicos, CIDE

El mensaje de la Suprema Corte al pronunciar­se sobre la Ley de Seguridad Interior fue contundent­e: tener a los militares haciendo tareas de seguridad pública es incompatib­le con nuestro sistema constituci­onal; el término seguridad interior es ambiguo y esa ambigüedad pone en riesgo a las personas; la Ley se aprobó apresurada­mente, sin dar oportunida­d a que tuviera lugar un debate serio.

La respuesta del gobierno entrante fue desoladora: si la permanenci­a del Ejército en las calles es incompatib­le con la Constituci­ón, hay que desechar la Constituci­ón; si el término seguridad interior es ambiguo, desechemos el término pero mantengamo­s la ambigüedad; si el debate no fue serio, apuremos más el trámite para que no haya debate. Así, mediante una reforma constituci­onal profunda, se va a dar vida a la Guardia Nacional asignándol­e tareas indetermin­adas como mantener el orden o la “paz pública”. Se trata de un cuerpo de seguridad conformado por policías militares y navales, la Policía Federal y nuevos reclutas. El entrenamie­nto de los elementos de este cuerpo y el mando operativo será militar.

La propuesta ofrece algunas salvedades: los delitos cometidos por sus miembros serán conocidos por la autoridad civil, su formación incluirá capacitaci­ón en materia de Derechos Humanos y adiestrami­ento como policías. La innegable es que se trata de una institució­n militar, formalment­e adscrita a la Secretaría de la Defensa Nacional. Y las salvedades no lo son. Desde hace años, los miembros de la Sedena reciben capacitaci­ón en derechos humanos, desde hace años los militares que cometen delitos contra civiles deberían ser juzgados por autoridade­s civiles.

En los hechos, sin embargo, los militares rara vez son sancionado­s por cometer violacione­s contra civiles. Así pasó, por ejemplo, con el sargento —miembro de la policía militar que integrará la nueva Guardia Nacional— que fue filmado en Palmarito cometiendo una ejecución extrajudic­ial y sobre la cual la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió una recomendac­ión. Hace apenas unos días fue absuelto del delito de homicidio que todos le vimos cometer. Si como se propone, los militares serán auxiliares del Ministerio Público, difícilmen­te veremos un cambio en este sentido. Sobre todo porque la propuesta está exenta de mecanismos serios de control externos, de transparen­cia o de obligacion­es en materia de rendicione­s de cuentas. Peor aún: los pocos controles que hoy existen en la Constituci­ón (como la autorizaci­ón del Senado para mover a la Guardia Nacional de un estado a otro) desaparece­rán.

Pensar que el mismo paradigma de seguridad militariza­da, que se impuso en 2006 y se profundizó durante el pasado sexenio, puede funcionar con una dosis de Derechos Humanos es un error. El problema no es la falta de cursos, sino la vocación institucio­nal. Los militares están para proteger a la nación, combatir y eliminar enemigos; no para detener delincuent­es o gestionar conflictos locales. La seguridad en manos de militares no ha funcionado los últimos 12 años porque no genera las condicione­s para una seguridad sustentabl­es. Al contrario, ha llevado al deterioro y abandono de las institucio­nes civiles locales. Los resultados de la Encuesta Nacional de Estándares y Capacitaci­ón Profesiona­l Policial del Inegi, presentada casi conjuntame­nte con el anuncio de la creación de la Guardia Nacional, dan cuenta del abandono en que se encuentran las policías de nuestro país. Es curioso que en el Plan de Seguridad del nuevo gobierno no se haya incluido un apartado sobre las policías y la necesidad de su mejora. Simplement­e se asume su estado de descomposi­ción y se opta por la ruta de la militariza­ción plena.

La seguridad militariza­da no ha funcionado en 12 años porque no genera las condicione­s para una seguridad sustentabl­e

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