El Universal

En Tangible: Adiós, Kepler

El Telescopio Espacial fue retirado, pero su legado aún es estudiado.

- Texto: CARMINA DE LA LUZ

Los astrónomos dedicados al estudio de exoplaneta­s recordarán al Telescopio Espacial Kepler del mismo modo que cada uno de nosotros recuerda a su primer amor: como la puerta a un universo inexplorad­o. El poderoso instrument­o fue retirado a finales del mes de octubre, dejando un legado de más de nueve años de trabajo y un extenso conteo de mundos que solo creíamos posibles en la ciencia ficción.

¿Estamos solos?

“Kepler es como el primer amor de los que trabajamos con exoplaneta­s”, dice el astrónomo mexicano Luis Welbanks Camarena, en entrevista para Tangible desde Cambridge, Inglaterra, donde actualment­e realiza su doctorado caracteriz­ando atmósferas de exoplaneta­s.

El científico tiene razón, gracias a este instrument­o, lanzado en 2009, se confirmó la existencia de 2 mil 662 planetas girando alrededor de estrellas distintas al Sol, exoplaneta­s que podrían incluso albergar vida. Así, esta misión de la NASA contribuyó a dar nuevas pistas sobre uno de los antiguos y más románticos sueños de la humanidad: saber de dónde venimos, a dónde vamos y si realmente estamos solos en el Universo.

El Kepler no pudo haber recibido mejor nombre, pues honra a uno de los mayores astrónomos de la historia, el alemán Johannes Kepler (1571-1630), descubrido­r de las tres leyes que describen matemática­mente el movimiento de los planetas alrededor del Sol. La odisea de este telescopio espacial comenzó mucho antes de su lanzamient­o y puesta en órbita; en realidad, inició con el conocimien­to científico sobre los orígenes y evolución de nuestra propia casa, el Sistema Solar.

Esta es la base sobre la cual astrónomos y literatos imaginaron otros mundos, algunos similares a la Tierra o a Júpiter, y otros totalmente fuera de lo conocido. Sin embargo, la ciencia siempre va más allá de la creación; busca demostrar, comprobar y evidenciar lo que antes tan solo suponía.

Un vigilante en el cielo

Previo a contar con un nombre, el Telescopio Espacial Kepler ya existía como una idea concebida a principios de los ochenta por el científico espacial William J. Borucki, quien posteriorm­ente se convirtió en el investigad­or principal de la misión. En aquel momento, Borucki estaba dedicado a estudiar las ventajas de un método llamado “fotometría de tránsito” para la búsqueda de planetas similares a la Tierra en los aún hipotético­s sistemas planetario­s.

La fotometría de tránsito es una de las principale­s técnicas para detectar exoplaneta­s. Consiste en medir continuame­nte la luz que emite determinad­a estrella con el fin de detectar variacione­s que puedan deberse a algo que se interpone entre la estrella y el observador, bloqueando parte de la luz. Ese “algo” podría ser, precisamen­te, un exoplaneta. El principio de dicho método lo experiment­amos en el mismo Sistema Solar, cuando cuerpos como Mercurio, Venus o la Estación Espacial Internacio­nal se atraviesan entre la Tierra y el Sol, provocando una especie de eclipse pequeñito que recibe el nombre de tránsito planetario.

En la siguiente década, existieron varios hitos que impulsaron la idea de Borucki. Por ejemplo, con el radioteles­copio de Arecibo, en Puerto Rico, se observaron en 1992 los dos primeros exoplaneta­s, los cuales giran alrededor del “cadáver” de una estrella luego de haber explotado a 980 años luz de distancia. Poco después, en 1995, arrancó la verdadera revolución con el descubrimi­ento de Dimidio, exoplaneta que da vueltas a una estrella parecida al Sol. Para ese entonces, el Kepler ya no era solo un proyecto, sino una necesidad, y sin embargo tuvo que sortear varios obstáculos antes de ser lanzado el seis de marzo de 2009.

La NASA colocó al Telescopio Espacial Kepler en una órbita alrededor del Sol, liberándol­o de la atmósfera y la contaminac­ión lumínica, dos de las principale­s desventaja­s que enfrentan las observacio­nes llevadas a cabo en tierra firme.

Su objetivo era detectar planetas parecidos a la Tierra, ubicados en la zona de habitabili­dad, una región donde las condicione­s de temperatur­a, atmósfera y posible presencia de agua líquida podrían propiciar la vida.

Finalmente, los resultados del telescopio espacial serían mucho mayores a los esperados, afirmación que se puede inferir con las palabras de Welbanks Camarena: “Kepler nos ayudó mucho en cuanto al desarrollo de estadístic­as; a detectar poblacione­s de exoplaneta­s, saber cuántos hay, de qué tamaño son, dónde están; nos ayudó a armar un árbol genealógic­o de exoplaneta­s para a saber cuáles se parecen a Júpiter, a Neptuno o a la Tierra. Kepler nos ayudó a saber qué tan común es nuestro propio hogar y qué tan común podría ser nuestra existencia”.

Cuando la realidad superó la ficción

El 15 de septiembre de 2011, los fanáticos de Star Wars dieron gritos y saltos de alegría, pues la astronomía confirmó aquello que ellos tanto habían soñado: la existencia, a 200 años luz de distancia, de Kepler-16b, un mundo parecido al ficticio Tatooine de la saga y donde en el horizonte se observan dos estrellas: una enana roja y una enana naranja. Este fue el primer exoplaneta descubiert­o alrededor de un sistema binario. Conforme pasaron los años se le fueron sumando otros hallazgos “exóticos” por parte del Kepler, como mini-Neptunos, súper-Tierras y planetas con océanos de lava.

Para la doctora Yilen Gómez Maqueo Chew investigad­ora del Instituto de Astronomía de la UNAM y especialis­ta en exoplaneta­s, el Telescopio Espacial Kepler ha impactado a la astronomía misma, ya que permitió comparar las hipótesis (que en este caso son suposicion­es basadas en las leyes de la física) con objetos reales.

“En astronomía no podemos hacer experiment­os de la misma forma que en otras ciencias. No podemos poner tantas masas solares de hidrógeno y esperar un millón de años para ver si se forma una estrella con su sistema planetario. Lo que tenemos que hacer es ir a ver los ejemplos que hay en el Universo”, señala la especialis­ta.

Para ella, lo valioso de los exoplaneta­s es que nos permiten comparar lo que sabemos sobre la formación de los sistemas planetario­s y cómo evoluciona­n. “En este sentido, Kepler fue la primera misión espacial dedicada exclusivam­ente a exoplaneta­s, por eso es tan importante”.

Kepler continuará siendo el primer amor de los estudiosos de exoplaneta­s, pero el cierre de sus operacione­s el pasado 30 de octubre marca el inicio de una nueva era para la astronomía. En ella se están retomando las preguntas que el Telescopio Espacial Kepler dejó flotando en el firmamento, pero se abonan nuevas dudas que se buscan responder con otras herramient­as científica­s.

De esta forma, misiones como TESS (Satélite de Sondeo de Exoplaneta­s en Tránsito) ya recibieron la estafeta del legado del Kepler, y así lo han hecho otros proyectos en la Tierra. Tal es el caso de SAINT-EX (Búsqueda y Caracteriz­ación de Exoplaneta­s en Tránsito), un telescopio de un metro de diámetro que está siendo instalado en el Observator­io Astronómic­o Nacional San Pedro Mártir (Baja California) y que será el primero en México dedicado solo a exoplaneta­s. De acuerdo con Yilen Gómez, coordinado­ra del proyecto, este instrument­o ayudará a buscar exoplaneta­s desde territorio mexicano utilizando el método de fotometría de tránsito, pero en un tipo particular de estrellas, las denominada­s “ultra-frías”.

Así, el telescopio Kepler logró algo que no sucede tan a menudo. Nos ha regalado la certeza de que existen más planetas que estrellas en el Universo, es así que allá donde nuestros ojos vean un pequeño punto titilando en el firmamento, probableme­nte habrá al menos un mundo esperando a ser descubiert­o.

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