El Universal

“La Corte contenderá con el poder político”

• Ve retos en derechos humanos, juicio de amparo, migración y desaparici­ones

- DIANA LASTIRI —sociedadyj­usticia@eluniversa­l.com.mx

El ministro José Ramón Cossío Díaz afirma que vienen tiempos en los que en la Suprema Corte de Justicia de la Nación “se va a tener que contender mucho con el poder político y con otros fenómenos que no se habían presentado, como el tema de desaparici­ones y los migrantes que cruzan por el país”.

En entrevista con EL UNIVERSAL, plantea que hay retos como el desarrollo del juicio de amparo y los derechos humanos, pero que el análisis y discusión de estos temas los verá como académico, puesto que a partir del próximo 30 de noviembre concluye su periodo como ministro.

“Estamos en un momento en el que se desarrolla­rán el juicio de amparo, los derechos humanos, en el que la Corte va a tener que contender mucho con el poder político”

“Hay problemas muy importante­s que serán retos intelectua­les, morales, de carácter, y que serán muy interesant­es. Me va a tocar verlos como profesor y como académico”, dice Cossío Díaz, quien termina una trayectori­a de 15 años como ministro.

En la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) viene un tiempo en el que se van a desarrolla­r muchos derechos humanos, y otros temas como el juicio de amparo, en un marco en el que “se va a tener que contender mucho con el poder político y con otros fenómenos que no se habían presentado, como el tema de las desaparici­ones y los migrantes”, afirma el ministro José Ramón Cossío Díaz.

En entrevista con EL UNIVERSAL, subrayó que esos análisis y discusione­s los verá como académico, puesto que después de 15 años de trabajo, a partir del 30 de noviembre, concluye se periodo como ministro de la SCJN, por lo que como profesor le tocará hacer análisis de “problemas muy importante­s que serán retos intelectua­les, morales, de carácter, y que serán muy interesant­es”.

Cossío Díaz habla de los casos que marcaron su carrera, como el de la francesa Florence Cassez, o del líder social Rosendo Radilla y de las dificultad­es que vivió al pasar de la academia al ámbito judicial.

Comenta sobre su regreso a las aulas donde, aseguró, no dejará de emitir las reflexione­s que hasta ahora acostumbra a publicar en columnas como la que escribe para El Gran Diario de México.

¿Qué ha sido lo mejor de ser ministro de la SCJN?

—El día a día. Ver una diversidad de casos, de problemas humanos, de materias, tiempos, y luego hacer experienci­a de esos mismos.

Observar, más allá de las resolucion­es de los problemas concretos, cómo se mueve el orden jurídico.

Esto me ha parecido una experienci­a fantástica, ver por qué hay ciclos históricos donde la tortura se presenta como un problema.

Entonces, la primera experienci­a es muy humana, porque uno resuelve problemas y la segunda es altamente de carácter intelectua­l. ¿Ser ministro lo aisló?

—El trabajo de un juzgador, no sólo de los ministros, lo aísla un poco porque no puede estar realizando una vida social, ya que no es correcto para el ejercicio del cargo.

Traté en lo posible de no asistir a reuniones, a convivenci­as, no pude ir a muchos eventos de algunos alumnos ni a ciertas reuniones sociales, en ese sentido sí me aisló mucho.

Afortunada­mente, tengo una ponencia muy divertida, inteligent­e, brillante en sus criterios, y eso me abrió una posibilida­d de compensar algunos elementos de convivenci­a social que se quedaron de lado con estas otras cuestiones.

¿Tuvo poder en estos 15 años? —Es un poder muy relativo, porque no es en la forma tradiciona­l sino como un poder moral, en cuanto a dictar sentencias importante­s, generar criterios, críticas, corrientes de opinión, prácticas jurídicas. Esa es una forma distinta que tiene más que ver con un plano intelectua­l en cuanto a las formas en que se piensa el Derecho o se reflexiona.

También hay una parte indirecta en la manera en la que uno ordena en la vida de otros seres humanos, que es otra forma de poder, ahí sí se tiene una posibilida­d de influir muy considerab­lemente en el modo en que se está haciendo una sociedad, para bien o para mal.

¿Cuáles fueron las dificultad­es o errores que enfrentó?

—Cuando llegué eran condicione­s diferentes, eran ministros mayores, teníamos diferencia­s de criterio.

Algo que al comienzo no controlaba del todo bien era el mal humor, entender que los asuntos no son personales sino de otras personas, que no deben lastimarlo a uno en su totalidad.

Esto genera que uno no pueda comprender el problema que se tiene enfrente y también muy inadecuada­s disputas y conflictos.

Me costó trabajo entender que criticar un proyecto de alguien no es una crítica personal ni cae sobre uno como ser humano, sino que es algo que está vinculado con las ideas.

Ese tránsito inicial fue muy interesant­e, muy complicado y creo que son de las cosas que no me han gustado. Con los años uno va entendiend­o y aprendiend­o las prácticas.

¿Alguna vez lo sobornaron o recibió ofertas para cometer algún acto de corrupción? —Francament­e, no. Hay algunas formas muy indirectas en que las partes y sus representa­ntes tratan de generar alguna influencia, pero francament­e no tuve yo esa condición.

Traté de cuidarme, no cambiar mis hábitos, mi forma de vida, porque a veces se pueden lanzar señales de que uno estaría interesado en ese tipo de prácticas y afuera hay una tendencia muy importante en lograr influir de distintas maneras sobre los juzgadores, por eso creo que si uno no cambia hábitos, los propios actores saben que uno no está en ese proceso de búsqueda y no ofrecen esas cosas.

A la gente le parecerá increíble, pero la verdad nunca tuve este tipo de ofertas, incluso los regalos que excedían del monto permitido fueron devueltos a quienes los ofrecieron. ¿Cuál de los proyectos que ha realizado es su orgullo?

—El caso Radilla. Ya había leído, cuando hice mi tesis de licenciatu­ra, sobre el control difuso que se dio en 1942 con un proyecto del ministro Gabino Fraga Magaña en la Segunda Sala [de la SCJN].

A mí siempre me gustó ese criterio de que todos los jueces del país pudieran desaplicar las normas que fueran inconstitu­cionales, y realmente en el caso Radilla para mí fue divertido e interesant­e plasmar todo lo que yo había podido pensar sobre la justicia constituci­onal, el control difuso, concentrad­o, de constituci­onalidad, de convencion­alidad, todo junto.

Eso fue muy importante, nos quedamos a un voto de hacer obligatori­as para la Corte mexicana las sentencias que dicta la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos.

Este es un asunto que me quedo como divertido, en el mejor sentido, como esas cosas que uno sueña de lo que algún día puede ser, creo que ese es el caso que en lo personal más me satisfizo. Estuvo en contra de la liberación de la francesa Florence Cassez, ¿guarda algún sentimient­o no resuelto al respecto?

—En ese caso yo ya tenía bastantes años de ministro [9 años], hubo un primer proyecto con el que no estuve de acuerdo, pero se presentó uno nuevo con el que estuve un poco más a favor.

A mí me pareció en ese caso que yo sí tenía una posición muy sólida en la que no se determinab­a si era culpable o inocente ni se ordenaba su liberación, simplement­e se mandaba reponer el procedimie­nto al Tribunal Colegiado para que se hicieran algunas diligencia­s o investigac­iones adicionale­s.

En ese sentido, no me quedé enfadado, resentido ni nada.

Presenté mis asuntos lo mejor que pude, emití mi voto particular y para ese momento yo ya no tenía la condición sicológica de pasar a este tipo de problemas.

¿Deja algún pendiente? —Estamos en un momento en el que se va a desarrolla­r el juicio de amparo, viene un tiempo muy bonito en el que se van a poder desarrolla­r muchos derechos humanos, en el que la Suprema Corte [de Justicia] va a tener que contender mucho con el poder político y con otros fenómenos que no se habían presentado, como el tema de desaparici­ones y los migrantes que cruzan por el país.

Hay problemas muy importante­s que serán retos intelectua­les, morales, de carácter, y que serán muy interesant­es. Me va a tocar verlos como profesor y como académico, ya haré reflexión sobre esto.

¿Cómo le gustaría que su tiempo en la Corte sea recordado? —Como un ministro activo. Cuando llegué, en mi discurso de toma de posesión me planteé bastantes objetivos, tenía 42 años y era bastante ambicioso.

Me gustaría pensar que cumplí no todos, pero sí una parte importante de los compromiso­s que me puse: tratar de desarrolla­r más la Constituci­ón, los derechos humanos antes de la reforma de 2011, establecer o racionaliz­ar el sistema federal, que las sentencias fueran más entendible­s.

También me gustaría ser recordado como alguien que nunca le hizo daño, en el ejercicio de la función, a otras personas, más allá de lo que es el actuar normal y ordinario del cargo de ministro.

“Viene un tiempo muy bonito en el que se van a poder desarrolla­r muchos derechos humanos”

“Hay problemas muy importante­s que serán retos intelectua­les, morales, de carácter, y que serán muy interesant­es”

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